Noviembre, 1957. La Habana, Cuba

En los sótanos de la Quinta Estación se oyen gritos, sollozos, nombres. En una celda hay un prisionero llamado Julio. Tiene cinco costillas rotas. Lleva 32 días orinando sangre. No camina. Las piernas se le cansaron tras las horas de golpes consecutivos en los pies. El equilibrio se le fue a causa del “teléfono”, esas veces que le daban en los oídos y sentía cañonazos en su cabeza.

Julio tiene 33 años. Por los barrotes puede ver al torturado de turno, al próximo muerto en manos de los esbirros de Jacinto Menocal y de Esteban Ventura, asesinos autorizados de Batista.

Le llega su turno. Su espalda, en carne viva, conoce bien la manguera caliente que sacan del horno y le pegan detrás cuando sus respuestas no suenan convincentes. Los oídos, los pelos arrancados, los alfileres en las uñas, los golpes en los pies. Horas y horas de golpes. Se van relevando y golpeando, mientras otro interroga.

Julio se dice a sí mismo: “Tú, firme, firme.”

Una madrugada, el capitán Mata lo saca por una cuneta al patio de la estación para darle el tiro de muerte. Alguien apaga y enciende una luz varias veces. Julio está tirado en el piso. Puede ver como se extiende la mano de Mata en forma de pistola, apuntando en su dirección. Algo pasa. Mata retrocede.

Ventura, quien acaba de llegar a la estación, discute fuertemente con el capitán. Sobre la cuneta, el cuerpo tirado no se mueve, no puede; pero escucha la voz de Ventura:

“A Julio Camacho lo está reclamando el coronel Fernández Rey, Jefe de Regimiento de Santa Clara. Dice que ese prisionero tiene que ver con el 5 de septiembre”.

60 años después…

                                    julio-camacho-aguilera

Esta es la historia de un sobreviviente, de un cubano, de un héroe. Ostenta el grado de Comandante del Ejército Rebelde, y aún con sus 93 años, Julio Camacho Aguilera debe ser uno de los hombres más altos que he conocido. De mirada noble y palabra certera. Su espléndida memoria recrea los detalles con precisión admirable. Es amante de los mapas y tiene dotes de orador nato.

Sus abuelos fueron mambises. De pequeño, le gustaba conversar con los viejitos de la guerra de independencia, sobre todo con el abuelo materno, quien fue de las tropas Calixto García y le tenía mala voluntad a los yanquis.

Cuando Julio escuchaba los cuentos de la guerra pensaba en silencio: “¡Qué envidia de haber sido como ellos, haber estado a las órdenes de un Maceo, de un Calixto García!”

Se decía a sí mismo: “¡Qué tarde nací!”

“Figúrate – me confiesa- era un sueño. Y no sabía todavía que había que luchar por la independencia de Cuba, que no se había logrado con la lucha de nuestros mambises.”

Más que una entrevista, este es el resumen de una mañana amena de agosto donde tuve el privilegio de escucharle narrar parte de su vida y, en especial, aquel 5 de septiembre de 1957.

Misión: Las Villas

                                 El pueblo cienfueguero armado, en las inmediaciones del Parque Martí. Foto tomada de Ecured.

Me mandan para Las Villas y me hago cargo de acción y sabotaje. La idea era abrir un frente en el Escambray que aliviara la presión que el enemigo venía ejerciendo contra Fidel en la Sierra Maestra.

En las Villas recibí un apoyo total. Sustituí a un compañero que se llamaba Osvaldo Rodríguez, que era el jefe de acción anterior. Paso a ser su jefe, pero él siguió ayudando. La reorganización de Cienfuegos fue esencial.

A pesar de la tortura de los 35, se mantiene la idea de abrir el frente y la célula del Movimiento 26 de Julio dentro de la Marina. Algunos creen que nosotros la organizamos, pero no. Existía desde los tiempos de Rigoberto García Flores, que fue el fundador del 26-7 en Cienfuegos. Él es quien hace el primer contacto de los marinos con el 26.

Ellos no aceptaron el 10 de marzo. Esa célula se mantiene, liderada por el cabo Santiago Ríos, dentro del Distrito Naval de Cienfuegos. Él era el contacto con el movimiento.

Después viene toda una organización del 26-7. La primera reunión en Cienfuegos fue en casa de Carmen Lavandero. Me acuerdo también que estuvimos en casa de una compañera que le decían Bohemia, de apellido Coll.

Estoy preparando el frente: tengo contactos para subir cerca de Trinidad, Rancho Consuelo y llevar víveres.

Quizás, a finales de octubre o noviembre a más tardar, nosotros podíamos haber abierto el frente del Escambray. La célula nuestra de la marina estaba en Cayo Loco, que liderada por Santiago Ríos pretendía tomar el cayo y armar el 26. Eran unos 80 compañeros con cierta preparación de arme, desarme, práctica de tiro; unos más, otros menos.

Pero se está desarrollando una conspiración nacional, de la cual nosotros no sabemos nada. La lideran Orlando Saborit, Dionisio San Román y Manuel Castiñeira. Eso lo sé después.

Saborit tiene contacto con Frank País en Santiago de Cuba. En La Habana, Castiñeira, San Román y Saborit se reúnen con Faustino Pérez.

Un día hacen una reunión y Faustino es quien nos informa a nosotros de la conspiración y la necesidad de que apoyemos. Nosotros nos tiramos en Cienfuegos en apoyo a las acciones nacionales.

¿Qué pretendía esta conspiración?

Era una conspiración nacional y ellos iban a actuar. Faustino es quien me dice que querían tener a alguien en Cienfuegos, uno del grupo de ellos. Él me da la dirección y el compañero es Dionisio San Román. Lo recojo en 25 y O. Miguel Merino, San Román y yo salimos los tres para las Villas.

En Colón nos separamos, yo subí a Santa Clara, de Santa Clara vuelvo para Cienfuegos, nos reunimos en Cienfuegos de nuevo. Se organiza todo y con el apoyo de Santiago Ríos, que había cambiado las postas, la primera y la segunda posta del cayo ya eran gente de la célula nuestra, estamos dentro.

Cienfuegos, la única ciudad alzada

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El pueblo de Cienfuegos se movió masivamente. Primero entraron las milicias del 26-7, setenta, ochenta compañeros. Fíjate el nivel de organización que había que, habiendo conocido de la conspiración en la madrugada del 4 de septiembre- amanecer 5, fueron avisándole a los compañeros y acuartelándose y cuando nosotros entramos, ellos se incorporaron.

Esa noche, en casa de Alejandrito, el eléctrico, la esposa de él nos arregló los uniformes, los brazaletes, buscó apoyo. Entonces hicimos un grupo de marinos y milicianos del 26, para desarrollar juntos las acciones.

A las 9:00 am sabemos que estamos solos. Quería irme para las lomas, pero me había llevado a San Román en representación de la conspiración nacional.

Suspenden las acciones, pero no sabemos nada. Yo tengo la orden. Nosotros cumplimos el plan.

San Román fue muy útil. Él había prestado servicio en Cayo Loco. Habíamos cogido prisionero al jefe de la base. Íbamos de civiles para allá (para el Cayo). En casa de Alejandrito yo me pongo el uniforme y guardo la ropa de civil en la máquina, y San Román se puso el uniforme del jefe de la base de la Marina.

Fue útil porque cuando se dio la alarma ya estábamos dentro y se levanta toda aquella marinería. San Román me dice que les diga algo. Le dije: “el que tiene que hablarles eres tú.”

Él les explica que es una acción en la que ellos están subordinados al movimiento 26-7 liderado por Fidel. Hace una explicación de la lucha en la Sierra, de por qué hay que lanzarse en apoyo al Movimiento. Esa acción nacional, junto con el 26-7, se lleva a cabo para tomar el poder y que Fidel será el líder. Ese era el pensamiento en aquel momento.

¿Cómo reaccionaron los marineros ante las palabras de San Román?

Se le unió la mayoría. La fuerza militar de la Marina de Guerra era donde más oposición había en las fuerzas armadas contra Batista. Los marineros se nos unieron de inmediato. A los que no estuvieron de acuerdo los metimos presos, junto con el jefe, en el calabozo.

Empezamos a desarrollar las acciones. A las 9:00 am, insisto en coger las milicias, los combatientes del 26-7, los marineros de confianza y marchar para el Escambray. Ya teníamos suficientes armas. Pero San Román tenía mucha confianza en sus compañeros de la conspiración nacional. Me dice: “Esas posiciones que hemos conquistado tenemos que defenderlas. Porque cuando sepan que combatimos aquí, en La Habana tienen que tirarse.” Él tiene fe en sus compañeros de La Habana, de los cuales yo no conozco ninguno.

San Román sale después. Perdimos esa defensa que teníamos en el 101. Después fue terrible. Lo hicieron prisionero, lo torturaron, lo mataron, lo tiraron al mar. Pero nunca habló del 26. Tienen que haberle preguntado mucho, mucho.

Sin embargo, él sí tenía rencor contra los que sentía que lo habían traicionado, que eran sus compañeros de la conspiración nacional. Después los otros cayeron presos, los mataron.

¿Qué estaba sucediendo en la ciudad?

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Se estaba combatiendo por todas partes, en todas las posiciones que nosotros cogimos. En San Lorenzo, en la Policía; habíamos cercado la guardia rural y el jefe de ellos huyó. El que le sustituye estaba buscando contacto con nosotros para rendirse.

Después los telegrafistas nos dicen: “El tercio táctico de Santa Clara dio orden de resistir. Esa es una acción aislada, solo Cienfuegos.” Entra el tercio de Santa Clara, nosotros lo abatimos. Hubo muchas bajas y se replegaron. Después entró el de Matanzas, el Regimiento 10 de marzo, fuerzas de Camagüey, la aviación…

Esas acciones se desarrollaron desde temprano hasta las 2:00 am del amanecer del 6 de septiembre, cuando acaban de tomar el San Lorenzo, que lo defendía el teniente Dímas Martínez Padilla.

El teniente Dímas se empeña en que la gente del M-26-7 se vaya, que él cree que a ellos como son militares los van a respetar… Los mataron a todos, el prisionero ahí no tenía posibilidad.

Yo insistí en ir para el Escambray por el mar, porque por tierra era más difícil. Tenían tomadas todas las salidas. No pudimos por mar. Tuvimos que volver a entrar a Cienfuegos.

El pueblo armado

                               levantamiento-5-de-septiembre

Tengo que admirar al pueblo que se lanzó pidiendo armas. Todo el mundo estaba armado. Nosotros repartimos como trescientas armas al pueblo. Y seguía la gente pidiendo más. Querían combatir. Y combatieron.

Nosotros le debemos la vida a la gente que nos apoyó. Desde un “carronero” que se llamaba “Arañita” hasta dueños de finca, como los Curbelos, que nos apoyaron jugándose su vida por salvarnos.

Hubo un compañero, Tony Curbelo, que dos de sus hijos chiquitos, un varoncito de dos años y otra niña de cuatro, para disimular, nos sacaron del lugar donde estábamos para otro sitio.

A campo traviesa, nos pusieron un guía que nos esperó. Después nos llevaron pa’ una finca. Estuvimos 11 días en un cañaveral. Ellos nos daban de todo: los alimentos, compartían las cosas. Raúl Curbelo se pasaba horas con nosotros allí.

Después nos sacaron a caballo. Pasamos Palmira. Y nos incorporamos de nuevo a la lucha en las Villas. Yo quería quedarme allí.

Pero la dirección nacional mandó a Marcelo Fernández y a Osmany Cienfuegos a Santa Clara. Se reunieron conmigo. Dijeron que me trasladaban para la Habana, porque ya estaba demasiado “quema’o”. (Se decía que estás “quema’o” cuando el enemigo te conoce.)

El enemigo conocía mi nombre de guerra, Jacobo, pero no mi apellido verdadero. Nunca lo supieron. Eso me valió mucho. Ellos buscaban a Jacobo, no a Julio Camacho.

Cuando caigo preso en las Villas, los cienfuegueros dijeron: “Cogieron a Camacho.” Ya no era Jacobo.

A Curbelo lo habían torturado para qué dijera quién era Jacobo. Él sabía que estaban buscándome. De los cincuenta y pico de presos de Cienfuegos, nadie mencionó mi nombre de guerra. Si hablan de Jacobo me fastidian.

La gesta de una Revolución

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La mentalidad de nosotros iba un poco más allá que derribar a Batista. Había que hacer una transformación social. Desde el movimiento obrero teníamos todas esas ideas: la reforma agraria y tantas cosas contra los ladrones que tenía este país, la politiquería, el desastre que sufría nuestro pueblo.

Alcanzar la verdadera independencia de Cuba, esa mentalidad no podía ser de todos. Iba de acuerdo al desarrollo de cada cual. Muchos compañeros estaban contra el estado de cosas y contra Batista. Nosotros decíamos: “Hay que tumbar al régimen de Batista, pero hay que hacer una Revolución.”

El 5 de septiembre, al darse esas acciones, fue un hecho más. Nunca me sentí derrotado. Nunca perdí la fuerza moral, la esperanza, la lucha. Nunca fuimos derrotados.

Digo que cualquier parte de Cuba que hubiera tenido la oportunidad, seguro estoy que hubiera sucedido lo mismo que hizo el pueblo de Cienfuegos, al cual admiro, aprecio y agradezco tanto.

Es una acción más. Desde el asalto al Moncada, el Corynthia, las acciones en Matanzas, las acciones en Palacio… Era una sucesión de acciones. Por cada compañero que caía se incorporaban tres o cuatro. Ese es el pueblo de Cuba.

Los muertos de mi felicidad

En los sótanos de la Quinta Estación se oyen gritos, sollozos, nombres…

Mientras lo torturan, a Camacho le preguntan por el alzamiento del 30 de noviembre en Guantánamo, única acción que le conocen los esbirros.

– ¿Quién le dio la orden?

Él piensa en Frank. – Siempre vas a hablar de los muertos. – me dice.

– ¿Quién le dio la orden?

– Frank País.

En el juicio por el asalto al cuartel Moncada, a un joven de apellido Castro le acusaron de ser el autor intelectual del hecho. Necesitaban un nombre, pero él ya tenía la respuesta.

– José Martí.

Y si hoy nos preguntaran quién dio la orden, quién fue el autor indiscutible de la Revolución. Creo que todos conocemos la respuesta…

-Fidel.

(Con información de Cubadebate)