Por Alejandro Javier López García
Me recibe en la puerta con un afectuoso saludo, como solo lo haría un viejo compañero. Capto al vuelo en su voz el sello identitario de quienes llevan ese don de construir amistades fácilmente. Lo estudio con la vista. Lleva el pelo largo sostenido en un moño, usa barba y viste a la moda. Aunque con un estilo propio, no se aleja de las tendencias actuales seguidas por la juventud. Pues sí, Jerry Santana Velázquez se parece a su tiempo.
Apenas termina el primer año de su carrera de economía en la Universidad Central Marta Abreu de las Villas y ya engrosa las filas de esos corajudos que nos recuerdan que ser joven no es solo júbilo, trapo y lentejuela. Esto Jerry lo tiene claro. Sabe cuándo vestir la algarabía y cuando el compromiso.
Gesticula al hablar. Se auxilia de los brazos para explicarme la satisfacción que le provoca el haber llevado a cabo tan humana labor. Para él la cuarentena ha significado una etapa de crecimiento, una trinchera de valores. Mientras muchos se cuidaban en casa y reflejaban su ansiedad en las redes sociales, este joven apoyaba el trabajo del Departamento de Economía en un hogar de ancianos. Luego, ante la convocatoria universitaria, participó en la campaña de donación de sangre. Y cuando pensó que se adaptaba al ocio, septiembre lo sorprendió con el llamado de voluntarios a la zona roja de la Sede Pedagógica Félix Varela. Ahora, con satisfacción, me describe esta última como una de las experiencias más gratas que le ha tocado vivir.
Jerry asegura que a pesar del peligro y el rigor, esta tarea no estuvo exenta de buenos momentos. Según me cuenta, pasaban las noches, estudiantes y profesores, reunidos entre relatos, comentarios y debates. Nunca faltaron las atenciones entre ellos, y relata la euforia colectiva que reinó cuando supieron que uno de los presentes iba a ser papá.
“A medida que transcurre el tiempo, esas personas que empiezan como conocidos se convierten en amigos y terminan siendo familia. Conviven, lo comparten todo, y sabes que, si algo te sucede, ellos estarán ahí contigo.”
Movido por la curiosidad indago sobre las reacciones de sus allegados al conocer su disposición de servir en el centro de aislamiento. Me explica que tanto su familia como su pareja la acogieron con orgullo, pero entre sus amistades hubo diferentes posturas.
“Muchos me dijeron ¿Qué estás haciendo? otros me decían ¿Estás loco? ¿De verdad te vas a meter ahí?. Y aunque algunos me aplaudieron, realmente no todos lo tomaron bien. A pesar de ello, mi respuesta siempre fue la misma: me siento feliz con lo que hago. Por supuesto, también me encontré con amigos dispuestos a ir.”
Acto seguido, le pregunto por la influencia que ha ejercido en su compromiso el salto de la FEEM a la FEU. “Por supuesto que ha influido, pero si me lo hubiesen propuesto todo dos años atrás estando aún en el Preuniversitario mi respuesta habría sido la misma. No estoy comprometido ahora porque entré a la universidad, por los valores que mis padres me han enseñado, estoy comprometido desde que nací.”
Intentando descifrar más sobre este muchacho, me empeño en saber los gustos que lo definen a sus 20 años “Me gusta pasar tiempo en mi casa, de vez en cuando salir a un bar a darme unos tragos con mis amistades, jugar tenis y futbol, compartir con mi novia; en fin, cosas de jóvenes.”
Antes de poder formular una última pregunta su declaración finalmente me silencia:
“Y lo que hecho no ha sido por ningún crédito, eso es lo de menos. Esto se trata de valores humanos. Pretendo estar ahí, al pie del cañón, y como hoy lo estoy seguiré estando, siempre que mi gente lo necesite”