Jovial. Esa es la palabra que mejor la describe. Quien la conoce, termina percibiendo cierto desenfado en sus gestos y palabras. Quien conversa con ella, acaba por notar algo de despiste y gracia en sus ocurrentes maneras de señora mayor. Caridad Corona Prado, la protagonista de estas líneas, puede ser cualquier cosa menos solemne.

Desde hace 47 años enseña los secretos del suelo a los estudiantes de Agronomía de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV). Jubilada, septuagenaria, castigada por los achaques de la edad, se resiste a abandonar el magisterio.

«A mí me gusta mucho la Universidad. Lo mío es trabajar, trabajar y trabajar. Yo no soy de esas personas que quieren estar el día entero en la casa».

Cuenta que luego del Preuniversitario estudió Suelos y Fertilizantes en el Instituto Tecnológico Libertad, ubicado en Kuquine, la famosa finca de Batista.

«El técnico medio debía durar tres años, pero la dirección del país nos envió a diversas tareas en el sector agrícola y al final terminamos en cinco. En mayo del 71 me gradué y vine para la UCLV».

En la Marta Abreu comenzó a trabajar en la carrera de Agronomía, primero ayudando en las investigaciones para luego también involucrarse en la docencia. A partir de allí su vida estaría ligada definitivamente a la educación.

Caridad Corona enseña en la UCLV desde hace 47 años

Dice que si no diera clases le hubiera gustado ser locutora.

«Mientras estudiaba en La Habana, en unas vacaciones, la CMHW lanzó una convocatoria para todos aquellos que quisieran hacerse locutores. Había que realizar dos pruebas. Hice la primera y regresé para la escuela sin saber los resultados. Yo pensé que me habían descalificado».

«Al poco tiempo, mi mamá me envió un telegrama explicándome que había aprobado y que me estaban buscando para la segunda prueba. Como en esos días tenía exámenes en la escuela no regresé a Santa Clara. Si lo hubiera hecho, quizá hoy fuera locutora».

En todos estos años Caridad ha demostrado el mismo entusiasmo juvenil que la llevó a vincularse a cuanta actividad deportiva o cultural se realizara. Así lo mismo recoge el dinero del sindicato que desafía los kilómetros de la ruta del Che cada 8 de octubre.

Recuerda de los años duros del Período Especial las interminables colas que organizaba junto a otros profesores para garantizar el traslado de los estudiantes.

Las guaguas de la ruta 3 eran escasas, el ahorro de combustible hacía mucho más difícil la transportación hasta la ciudad. En estas circunstancias muchas fueron las veces que tuvo que irse a pie hasta Santa Clara.

Entre las condecoraciones que posee se encuentra la Orden Frank País en segundo grado, otorgada por el Consejo de Estado

Entre las múltiples condecoraciones que ostenta, tres le fueron entregadas por el Consejo de Estado de la República: la Medalla «Jesús Menéndez», la Medalla «José Tey» y la Orden «Frank País» en II Grado.

Al preguntarle, Caridad responde que es Máster. ¿Pero, Máster en qué? Ella hace un esfuerzo por recordar, pero el nombre no le viene a la memoria. Revisa en la vieja agenda y recorre sus páginas dos veces. La situación se torna cómica; ¿cómo puede olvidar eso?

Revisa despreocupadamente, como si su grado científico no le importara demasiado. Al final lo encuentra: es Máster en Educación Superior con mención en Estudios Socioculturales.

En un local anexo a su aula tiene las paredes llenas de recortes de periódicos. Caridad es fan del deporte de las bolas y los strikes. La galería de papeles amarillos ofrece una pequeña visión de la historia más reciente del equipo villaclareño.

Saca del bolso una cartera a punto de reventar y rebusca en todos los compartimentos hasta dar con tres pequeñas fotografías. Las enseña orgullosa: son fotos de su juventud.

Caridad en sus años de juventud

«Mi vida no ha sido fácil», dice sin más explicaciones. Probablemente a esto se deba la sonrisa perenne, el gesto ocurrente, el andar despreocupado. Todo en ella parece ahuyentar a la tristeza.

«Desde niña he sido una persona muy inquieta. Siempre se me ocurren cosas y las hago sin pensar en las consecuencias. Claro, no cosas graves. No me gusta hacerle daño a las personas ni a los animales».

Caridad tiene en su casa tres inquilinos que ocupan una parte considerable de su rutina diaria: una perra, un gato y una jicotea. En la Universidad, explica, los cachorros se le acercan y ella los alimenta y protege a pesar de los regaños que se ha llevado cuando estos dejan por ahí su gracia.

A uno, incluso, le estuvo llevando desayuno y almuerzo todos los días hasta que pudo encontrar una persona que lo adoptara. Naturalmente no todo el mundo aprecia esta actitud, por lo que ya se ha ganado el mote de la ecologista.

Considera necesaria la aprobación de una Ley de Protección Animal, que fomente el cuidado de la fauna y frene la crueldad de algunas personas. «Yo siempre he pensado que a Cuba le falta eso. Ese va a ser uno de mis planteamientos para el proyecto de la Constitución».

Decía el aviador de El Principito que las personas mayores nunca entienden nada, y ciertamente con la edad acumulamos demasiados pragmatismos y desilusiones como para entender las esencias de la vida. Sin embargo, Caridad parece romper la regla.

Lleva sobre sí la corona que dan los años y la experiencia, pero el espíritu… ese sigue siendo el de la misma niña.

Por Neilán Vera Rodríguez

  • Fotos Neilán Vera Rodríguez y cortesía de la entrevistada