Sube el telón. En la UCLV comienza la temporada de los festivales de artistas aficionados de la FEU. Baja el telón.

Sube el telón. La COVID-19 se propaga por medio mundo. Baja el telón.

Sube el telón. Ciencias Sociales prepara su festival, que será el primero del 2020. Baja el telón.

Sube el telón. Se cae el telón. Se enferman los teloneros. Se pierde el telón. Y nos quedamos sin telón, sin festivales y sin esperanza de regresar a la Universidad.

¿Cómo se llama la obra? Mejor ni les digo.

Polémicos, divertidos, tristemente célebres en ocasiones, los festivales de artistas aficionados de la FEU se han convertido en una de las tradiciones que más nos marcan como universitarios. No tanto por el desarrollo de las cualidades artísticas de la mayoría de nosotros, sino por ese sentimiento de pertenencia y de unidad que se logra al interior de las facultades en el tiempo que duran las iniciativas, exposiciones, jornadas culturales y las siempre esperadas noches de gala.

De cierta forma es imposible explicar qué es un festival de artistas aficionados a alguien que nunca haya visto uno. No hay palabras para describirlo, y lo digo en serio. Además, cuando recién llegas a la Universidad, no eres capaz de entender la esencia del festival hasta que te encuentras arrastrado por el ritmo trepidante de su preparación.

Participar en él, se vuelve un ritual de iniciación; quizá no terminas de ser totalmente universitario hasta que pasas tres o cuatro noches cortando cartones para la escenografía, o subes al escenario del teatro y sientes la presión de centenares de miradas sobre ti.

El festival comienza con la selección, más o menos democrática, del tema a desarrollar. Luego vienen las tormentas de ideas para elegir un nombre, los conceptos principales, los números, la escenografía, los locutores, el vestuario, el opening, el modelaje, el guion, el cierre… Hay tanto por hacer que no extraña ver en esas duras semanas a media facultad volcada en la organización del festival.

El clímax de tanto esfuerzo llega la noche de la gala, cuando los nervios y la euforia tiñen de arte las tablas del escenario. Hay que vivirlo para comprender el torrente de adrenalina, la ansiedad, el miedo, que se experimenta tras el telón. Luego, la luz, la masa humana, mientras intentas no equivocarte frente a tanto público. Algunos artistas aficionados recibirán aplausos, otros serán abucheados, y estas reacciones diversas no siempre irán en concordancia con la calidad del número presentado. A veces solo son fruto de la inmadurez y la escasez de empatía.

Sin embargo, con más o menos aplausos, con más o menos puntos del jurado, las galas son el momento más importante de cada festival. Cuando terminan, pasas el resto de la noche y la mañana siguiente en una suerte de resaca, tratando de asimilar todo lo vivido en un par de horas. Son un momento muy lindo, y sales de allí con más amistades que antes.

Claro, eso no quiere decir que los festivales no tengan su lado desagradable: rivalidades, «regionalismos» entre las facultades, intercambio de insultos a través de Facebook, criterios casi maquiavélicos a la hora de consensuar la puntuación que otorga la FEU, dobles discursos, etc. Como, además de «hacer bulto» en algún que otro opening de Humanidades, también he tenido la oportunidad de trabajar en la cobertura de prensa de otros festivales, conozco de primera mano algunas miserias humanas, incluida la ocasión en que un secretario de Cultura comenzó a hablar mal de sus compañeros de facultad mientras se reunía a solas con el jurado.

Creo que debemos repensar muchas cuestiones de estos festivales, pero su esencia sigue siendo una de las más nobles: impulsar el talento joven, generar sentido de pertenencia hacia nuestras facultades, lograr que el estudiantado se acerque un poco más al arte y fomentar una cultura que se adecue a los nuevos tiempos. Por ese rumbo deben ir nuestros esfuerzos.

Ojalá podamos, más pronto que tarde, recuperar los festivales de artistas aficionados de la FEU y lograr que los estudiantes de primer y segundos años también sean partícipes de estos importantes espacios culturales. Anotémoslo en nuestra lista de cosas por hacer. Y cuando suba el telón otra vez, demos un gran y sonado «pase de oro» a estos casi veinte meses de pandemia.

Por Neilán Vera, estudiante de Periodismo

Fotos: José Lázaro Peña Herrera, estudiante de Periodismo

Tomado de Criollito