En 2021 Cuba y México celebran 119 años de relaciones diplomáticas ininterrumpidas, pero los lazos que unen a ambas naciones pueden rastrearse durante mucho tiempo antes de la proclamación de la República de Cuba en 1902, fecha que se toma como referente para determinar dicha relación.

La instauración de la República de Cuba en Armas y, en general, el proceso de la independencia cubana constituyen el verdadero catalizador de la hermandad entre los pueblos. Al repasar esos vínculos históricos no podemos dejar de mencionar cómo el primer presidente de México, general Guadalupe Victoria, crea la Gran Legión del Águila Negra para librar a Cuba del dominio español. Fue este el impulso primigenio que quizás lleva a tantos mexicanos a participar directamente en los varios momentos de la contienda independentista cubana.

Según las últimas cifras oficiales, una treintena de cubanos ostentan el generalato de la República mexicana durante sus luchas independentistas, primero, y más tarde el enfrentamiento al imperio francés. Manuel de Quesada puede contarse dentro de este grupo de patriotas.

Asimismo, entre los ilustres cubanos que viajan a la hermana nación por diversa causa, se encuentra el cantor del Niágara, el poeta José María Heredia, quien deviene Legislador de la V Legislatura del Estado de México y más tarde director del Instituto Científico y Literario de Toluca, donde sentó los cimientos de su prolífera obra pedagógica.

A México debe Cuba varios nombres. Muchas de las primeras expediciones que llegan a la Isla en los inicios de la revolución traen consigo un conjunto de arriesgados patriotas de aquella tierra. Gabriel González Galbán y José Lino Fernández Coca, por ejemplo, arriban en la expedición del Perrit y pronto alcanzan el generalato mambí.

Asimismo, y frente a la expedición del Salvador, que trae a territorio cubano 129 hombres, se encuentra el coronel del ejército mexicano Rafael de Quesada. Lo acompañaban sus compatriotas José Medina y Ramón Cantú, jefes de leyenda en el centro de Cuba.

También hay quienes desde dentro de la Isla acuden raudos al llamado de independencia. En este caso no debe olvidarse a José Inclán, quien se alza en Matanzas apenas en 1869, llega a ser general y es fusilado, luego, por los españoles.

Como expresión máxima de esos lazos fraternos aflora la relación de José Martí con la “tierra azteca”. México le descubre al Apóstol el mundo americano, es su primer encuentro con el espacio de tierra que más tarde, al devenir sitio de convergencias espirituales, sueños comunes, define como Nuestra América.

Es en ese país donde el joven Martí contrae matrimonio con la “virgen celeste” de su poema, donde entierra a su hermana más querida, donde afloran, también, las pasiones del hombre… donde abraza, en fin, a sus nuevos amigos, sobre todo a Manuel Mercado, su “hermano queridísimo”.

De todo eso: de pasiones carnales, de dolores de ausencias, de presencias compartidas, de tumbas lloradas, de aspiraciones colectivas se labraron los vínculos entre Cuba y México.

En tiempos de la República

El año 1902 se toma como fecha oficial para marcar el inicio de las relaciones diplomáticas entre Cuba y México. Aunque el discurso académico afirma que la unión entre las naciones disminuye en intensidad, la presencia diplomática en los respectivos países mantiene su importancia y la causa revolucionaria cubana que se aviva durante la República Neocolonial continúa teniendo adeptos en el vecino país.

Un nombre relevante salta a la luz en esta génesis: Carlos García Vélez, hijo del patriota cubano Calixto García Íñiguez. Fue este hombre primer represen-tante oficial de Cuba en la República Mexicana. El peso de su apellido y su propia participación en la gesta independentista llenaron de gloria su arribo a la hermana nación.

Su gestión como ministro plenipotenciario, así como las dignas circunstancias de su renuncia al cargo en 1906 inician, al menos en México, un devenir de decoro diplomático que constituye tradición en la historia patria.

Hijo de las circunstancias que marcan el resurgimiento de la conciencia nacional ante las primeras muestras de desgaste del sistema neocolonial, otro hombre, a quien Neruda llama el discóbolo de la juventud cubana, traza con su existencia otro punto de contacto entre cubanos y mexicanos: Julio Antonio Mella.

Miembro que fue del Partido Comunista de aquel país, nombrado su secretario general interino y, además, jefe de la Liga Antimperialista, muere allá asesinado por el odio a la virtud y a la osadía y en postrer suspiro, olvidando los agravios recibidos desde Cuba, dice: “Muero por la Revolución”.

Así, aunque los historiadores consideran a la república naciente una hija ilegítima del auténtico proceso independentista, a su sombra creció “la voluntad para no aceptar el sometimiento y perseverar hasta lograr un giro definitivo”.

Pero esa tan añorada revolución no triunfa sino hasta 1959, y para mayor belleza y congruencia de esta historia, quiso el azar concurrente que sus protagonistas vivieran junto al pueblo mexicano. Allá, en los campos de Toluca, se preparan para la contienda futura, prestan juramento al pie del monumento a los Niños Héroes de Chapultepec y salen desde el Golfo portando no solo un puñado de hombres, mas sí una idea romántica, si se quiere: la conquista definitiva de la utopía.

Así, cuando las aspiraciones comienzan a cumplirse, cuando el avance vertiginoso y radicalísimo del proceso impulsa a la revolución a la vía socialista, encontramos a un México que proclama el respeto al derecho internacional en relación a la libre determinación del pueblo cubano.

El devenir posterior de los acontecimientos revela períodos de incondicionalidad y otros de incomprensión mutua, sobre todo a partir de la alternancia en el gobierno mexicano a principios del año 2000, cuando Vicente Fox llega al poder y su acercamiento a los Estados Unidos lo aleja, necesariamente, de Cuba.

No obstante esos momentos, lógicos en los rejuegos de la política de un mundo unipolar en el que nuestro país constituye una isla baluarte, una especie de Cartago americana, hacemos énfasis en los vínculos espirituales; pues aun cuando nuestros gobiernos puedan distanciarse, continuaremos levantando la mirada al Anáhuac y encontraremos todavía las nevadas montañas de México.