La discriminación racial desde la sexualidad se manifiesta a través del rechazo, muchas veces inconsciente, de representantes de una raza hacia representantes de otra, esto cuando de relaciones afectivo-sexuales se trata.

No es necesario explicar la creencia general de superioridad de la raza blanca sobre la negra y mestiza, esa idea es antecedida por siglos de colonización política, ideológica y cultural; sin embargo, es importante recordar que de ella nacen relaciones de poder, que también se han dado a nivel de género y sexualidad.

Mara Viveros, en su ponencia “La sexualización de la raza y la radicalización de la sexualidad en el contexto latinoamericano actual“, menciona que en la sociedades clasistas  las diferencias de raza se construyen ideológicamente como hechos biológicos y se utilizan para naturalizar y reproducir las desigualdades entre las propias clases sociales, así como para, «legitimar la superioridad de una sobre otra».

Día de África

Mara Viveros, académica colombiana. Foto: tomada de Internet

América Latina es el perfecto escenario para analizar este tema. En el continente de un marcado multiculturalismo, se ha desarrollado el mito de la democracia racial, que invisibiliza las diferencias que todavía existen de raza y género, así como la forma en que ha sido propagado y perpetuado este mito, manteniendo las brechas sociales que sobre este se sustentan.

El estudio de Verena Stolcke, “Racismo y sexualidad en la Cuba colonial”, esclarece cómo los sistemas jerarquizados según la raza operaban de forma patriarcal a través de las relaciones de género. En ese sentido, demuestra la manera en que los hombres de la élite, de piel clara, en la Cuba del siglo XIX, buscaban afirmar su posición dominante mediante el control de la sexualidad de las mujeres blancas y el fácil acceso a las mujeres negras. La blanca tenía como destino el matrimonio; la negra el concubinato, en el mejor de los casos, pues las violaciones eran casi que una ley natural en el ingenio azucarero, y la condición de esclava, igual a la de objeto.

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En estas relaciones de poder, el honor de las mujeres blancas era controlado y sumamente vulnerable, mientras que el del hombre era indiscutible, aun si mantenía relaciones extramaritales con mujeres de un nivel más bajo que el suyo. Asimismo, las mulatas jóvenes eran vendidas por sus familias a hombres blancos,  pues la escala social para los mulatos o mestizos se lograba por medio del sexo. Así, subir de nivel económico y social,  adelantar la raza, era un camino sexual cuya finalidad era la descendencia con un color de piel más claro.

En las investigaciones antropológicas en el ámbito de la sexualidad y las relaciones sexo/género en América Latina, el estudio social de los cuerpos y el deseo está atado a las manifestaciones externas, dígase colores de piel, expresiones culturales de los cuerpos, creencias etc. De ahí parten las investigaciones en ciencias sociales sobre la sexualidad en el contexto de relaciones racializadas. Es así como, más allá de la biología, detrás de la que se ha querido escudar mucho cliché, la condicionante mayor ha sido el cúmulo de constructos sociales sobre la raza.

Roger Bastide en su libro Le prochain et le lointain, sugiere que es precisamente al interior de las relaciones sexuales, el morbo de desafiar al racismo y redescubrir la unidad de la especie humana, lo que manifiesta una discriminación encubierta o explícita. Partiendo de este punto de vista, se explica que las relaciones sexuales interraciales no son solo el encuentro entre dos cuerpos, sino también entre individuos sociales que poseen memoria colectiva.

De esta forma, Bastide explica que este tipo de encuentros sexuales no siempre se manifiestan desde el respeto y la igualdad de los sexos, sino a partir de estereotipos sobre las mujeres negras como objetos de placer y presas fáciles para los hombres blancos, y de los hombres negros como virilmente superiores a los blancos. Y es la mujer quien además del prejuicio racial, arrastra con el prejuicio de género; frases como «yo nunca he estado con una negra» venden la idea de que ellas deben sentirse halagadas por haber sido escogidas.

Basta con recordar el culto a la mulata en Cuba y su relación con el trabajo sexual y el turismo sexual en el Caribe, investigaciones llevadas a cabo por Vera Kutzinski y Kamala Kempadoo, respectivamente, explican como al adentrarse un poco más en los orígenes y las teorías de las relaciones sexuales interraciales, se puede comprender, igualmente, la otra variante de respuesta a la memoria colectiva mencionada: el rechazo.

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Santa Lujuria, novela de la periodista cubana Marta Rojas, revela la violencia de la esclavitud, la complicidad de la Iglesia, la depravación sexual de los propietarios de esclavos y las oscuras raíces de los criollos.

El hecho de que personas de una raza no se encuentren atraídas en ningún momento de sus vidas por personas de otra no es una mera casualidad o una «cuestión de gustos» . El poco análisis que se ha realizado de este fenómeno, hace que frases como «no soy racista, pero no estaría con un negro», y viceversa, sean justificadas con otras como «de la misma forma en que no me gustan las mujeres, no me gustan los negros», cuando su verdadero motivo reside en un trasfondo histórico-político-cultural que repercute en la sociedad actual y en nuestras acciones individuales. Al final del día todos somos seres sociales y nuestras elecciones, además de mediadas, están en el rango de lo socialmente permitido.