Dicen que nadie es imprescindible. Siento disentir. Toda gesta se levanta sobre el esfuerzo de muchos, es verdad, pero a su guía se encuentran esos a quienes llaman vanguardia; los que poseen la capacidad de soñar, de prever, de sumar y agrupar.

De Eusebio Leal podría decirse lo que de Emerson expresó el Apóstol: “Y es que cuando un hombre grandioso desaparece de la tierra, deja tras de sí claridad pura, y apetito de paz, y odio de ruidos”.

Solo ello explica que cuando en cierta ocasión se le dejó de ver por las calles que conforman el casco histórico de La Habana, porque la vida exigió un descanso, Cuba íntegra se preguntó por su paradero. Extrañaba desandar los enrevesados callejones y no toparse con el otrora muchacho de la carretilla y las piedras, el después hombre de gris, el artífice de la utopía restauradora.

Fue esa la respuesta inmediata de un pueblo ante la incertidumbre de su regreso, miedo que solo se siente cuando se está a punto de perder a un padre. Recuerdo el desconsuelo voluntario de la Isla, pues su ausencia de todo espacio público acrecentaba la sensación de vacío.

Pero, contra todo pronóstico, Leal regresó. Y regresó por esa extraña fuerza de voluntad con que solo cuentan los hombres que luchan toda la vida, los imprescindibles, según Bertolt Brecht. Frente a la disyuntiva, prefirió enfrentarse a la vorágine de la tormenta diaria antes que retirarse lejos, a la cúspide de una torre de marfil a la que algunos le aconsejaron ascender.

Hoy, cuando la hora postrera ha llegado, el momento convoca al homenaje, pues honor merecen esos que trabajan sin descanso. Porque como Sísifo, Eusebio empujó incesantemente la roca hacia la cima de la montaña y no temió que al llegar a la cumbre la piedra cayera. Regresó sobre sus pasos y la sostuvo de nuevo. Al contrario de Sísifo, cuya tarea responde al castigo divino, el mérito de Leal radicó en la voluntariedad expresa de sus esfuerzos; en empujar, como otro grande, todo un país.

En esa búsqueda necesaria de la que creyó su verdad no pocas sombras fue dejando, es cierto; pero son las sombras inevitables con las que toda persona de valor carga. Los agradecidos continuarán mirando la luz en la utilidad del sacrificio.

Y es que Eusebio Leal ya pertenece a ese grupo de hombres cuyo fatum dicta la definitiva permanencia del mármol y la memoria, honor que merece por las tantas obras, por las tantas horas restaurando edificios y almas; por el cariño universal que solo ganan quienes dedican su existencia al objetivo superior de buscar y hacer el bien.