El día 1 de febrero de 1873 fallecía oscuramente en Madrid una de las mujeres más ilustres de nuestra época, después de haber llegado en días no muy remotos de aquel apogeo de la gloria, haberse oído apellidar por la fama escritora egregia en prosa y verso, y haber recogido lauros en Ambos Mundos. Testimonio elocuente de las vicisitudes humanas, la que había ceñido tantas coronas gloriosas a sus sienes, no tuvo un modesto cortejo que acompañara sus restos a la última morada; la que había asombrado a sus contemporáneos con los destellos vivísimos de su genio, descendía a la tumba después de haber asistido a la prolongada agonía de su soberana inteligencia. De tal suerte fue todo extraordinario en la vida de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Desde sus primeros pasos en ella, probó las amarguras de una vocación contrariada, y demostró al mismo tiempo la singular impetuosidad de su carácter, tan vecina a la energía varonil. Nacida y educada en Puerto Príncipe, en los comienzos de este siglo, perteneciendo a una antigua familia, que conservaba a la par las virtudes y las preocupaciones de sus mayores, la afición excesiva que desde niña demostró por el teatro y los versos causó honda inquietud en su madre y deudos, quienes trataron, por todos los medios a su alcance de torcer el rumbo de su actividad intelectual, confinándola en los estrechos límites de la educación que por aquel entonces recibían en su pueblo natal las jóvenes de su clase. Poco sabemos de las peripecias de esta dolorosa lucha, pero el resultado fue que la decidida adolescente desoyó los halagos, desafió los rigores, y abrazó con fervor el estudio a que la llamaban los irresistibles impulsos de su corazón, y que la había de conducir tan pronto por el camino de la gloria. La niña que decoraba entusiasmada las grandilocuentes estrofas de Quintana y recitaba con deleite los majestuosos alejandrinos de Racine y Corneille, era al poco tiempo la joven poetisa que pulsaba con sin igual maestría la lira castellana y sacaba de su letargo a la musa trágica sobre las tablas del Teatro Español.

Pero las huellas de sus primeras contrariedades fueron profundas en aquella naturaleza exquisitamente sensible, sus tempranas luchas y su temprana victoria tuvieron una resonancia constante en toda su vida, y carácter ofreció siempre una extraña mezcla de cualidades contrapuestas, que la llevaban fácilmente de los arranques más vigorosos al desfallecimiento más completo, haciendo fluctuar su imaginación de las escenas deslumbrantes del mundo y sus triunfos, a la soledad del claustro con sus silenciosos terrores, y abrasando alternativamente su corazón con los ardores generosos del amor a la naturaleza, a la humanidad, a sus héroes, y con el fuego devorador de un infecundo misticismo. Su permanencia en la corte de doña Isabel, donde se extraviaron tantos felices ingenios, fue desgraciadamente un nuevo incentivo para sus poderosas propensiones a la exaltación religiosa; así que cuando, en medio de sus desgracias domésticas, la sobrecogió la ruidosa caída del trona de su protectora, su alma tan apta para salvarse y remontarse por la filosofía, se precipitó en el ascetismo, buscando un refugio donde solo se había de encontrar nuevas y más encarnizadas batallas, las torturas de una fantasía sobrexcitada, y, por único reposo, la noche triste de la demencia.

Ningún estudio pudiera ser más interesante que el que nos mostrara en sus obras el sello de su alma tan grande y tan combatida, los reflejos alternativos de la luz y la sombra que se disputaban su espíritu; pero ni es esta la ocasión, ni este el propósito que nos guía al trazar las presentes líneas. Bástenos solo advertir que lo dicho nos hace comprender por qué la Avellaneda fue antes que todo y sobre todo un insigne poeta lírico, y nos explica muchas de las peculiaridades que se han señalado en sus poesías, tan diversas de las que salen comúnmente de la pluma de las personas de su sexo.

La Avellaneda se impresionaba enérgicamente con las cosas grandes; pero no de un modo duradero. En lo primero hay en ella algo del temple masculino, como en lo segundo recobra su sexo sus derechos. De aquí el vigor de su expresión y la vaguedad de sus sentimientos. La forma de sus versos es siempre espléndida, magnífica, los asuntos grandiosos, la entonación épica; su versificación tiene la sonoridad del bronce; pero no hay que buscar en ellos la marca indeleble de un sentimiento predominante, y menos la de aquellos blandos y reposados que parecen naturales en las mujeres poetas. No le pidáis las dulces emociones o las secretas angustias de la vida del hogar, que mueven a inspirar a Concerttina Fileti; ni busquéis en sus poesías el eco doloroso de las miserias humanas, en la forma en que pueden hacerse más sensibles el corazón femenino, en la forma de la niñez atrofiada por un trabajo prematuro, tal como resuena en el himno elegíaco de Mrs. Browning; ni el recuerdo tenaz y melancólico de la tierra natal de The Land of Home, que persigue y acompaña a Felicia Hernans en las gloriosas islas de Grecia, entre los soberbios montes de España y bajo el purpúreo cielo de Roma. Lo oiréis cantar en cambio, las revoluciones de los imperios, el triunfo del cristianismo, las fuerzas prepotentes y misteriosas de la naturaleza, la gloria y el genio del hombre vencedor por la virtud y la inteligencia. Nada le mueve sino lo que sobresale, lo que impone. Cuando pinta sus afectos, cuando pone en juego las pasiones y los caracteres humanos, solo está a su verdadera altura tomando sus frases de fuego a la poetisa lesbiana, o encarnando en una figura colosal todo el hastío que produce el poder sin límites, la indiferente saciedad en que vive el que

Poseyó sin desear

Y disfrutó sin placer

La que tanto había batallado con los demás y consigo propia, ha pintado como pocos hasta qué punto es acicate necesario la lucha y despertador de los grandes ímpetus y de las grandes acciones.

Sus obras son tan conocidas entre nosotros y donde quiera que se habla nuestra lengua, que sería ocioso enumerarlas; la Avellaneda cultivó casi todos los géneros literarios, y si no sobresalió igualmente en todos, ha podido mostrarse a la altura de los más notables poetas castellanos de nuestra época en la poesía dramática, y casi sobrepasarlos a todos en la lírica.

Hoy Cuba, su patria, la isla hermosa a que legó, con la edición completa de sus obras, el tesoro de su renombre y de su numen, consagra un modesto recuerdo a su excelsa hija: cuantos aman las glorias puras y refulgentes de la inteligencia, cuantos saben apreciar todo lo que hay de noble, bello y eminentemente humanitario en la obra del genio, cuantos comprenden que los grandes escritores y los grandes artistas no dejan únicamente en pos de sí el ruido más o menos vano de un nombre, sino altos ejemplos y alta enseñanza, todos se unirán al sentimiento que hoy embarga el ánimo de los cubanos, y contribuirán con nosotros a solemnizar este triste y memorable aniversario. Puedan nuestros hijos pagar mejor la deuda de gratitud inmortal con que estamos obligados a honrarlo.

Por: Enrique José Varona

*Palabras publicadas en el volumen 8 de Letras en Cuba, compilado por Ana Cairo Ballester y publicado por la Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1997.