En la mañana de hoy martes, 12 de diciembre, Humanidades recordó al intelectual cubano Desiderio Navarro recientemente fallecido. El acto dio fe del respeto que sienten los estudiantes y profesores del campo de las Humanidades y Ciencias Sociales por este gran hombre que difundió las más actuales tesis del pensamiento culturológico por todas las academias del país. De forma sencilla y sentida ponemos a disposición de los lectores las palabras escritas para este momento por Xavier Carbonell e invitamos a dejar sus Criterios en torno a la labor de un imprescindible hombre de las Letras.

Hace menos de una semana, justamente cuando la revista Criterios llegaba a sus 45 años, falleció Desiderio Navarro. La dolorosa y agresiva enfermedad que padeció durante estos últimos tiempos no le impidió seguir trabajando por la cultura y por su nación, aun cuando su carrera fuera acosada por numerosas incomprensiones y enemistades.

Sin duda alguna, Desiderio figura entre las mentes más extraordinarias de este país. Fue un hombre polémico, batallador, pero también generoso y cercano. Tuve la dicha de compartir varias conversaciones con él, casi al final de su vida. La última vez que conversamos, ni siquiera podía hablar sin fatigarse. Durante todo ese tiempo entendí que, sencilla y llanamente, había dialogado con un genio, poseedor de la misma sabiduría secular que él había admirado en Iuri Lotman y Umberto Eco.

Su ingente obra como director de Criterios constituye hoy un imprescindible tesoro teórico para las universidades e investigadores de habla española, especialmente para esta, su única universidad.

El mito que lo rodeó es tal, que una amiga suya —la artista Tania Bruguera— se ha preguntado si Desiderio es, sucesivamente, un estoico, un cabeza dura, un visionario, un tipo disciplinado, un modesto profesor, un masoquista, un amigo que comparte sus lecturas, un oftalmólogo-teórico, un excéntrico, un espiritista de la conducta, un soñador, etc.

De todas estas versiones atribuidas a Desiderio, me quedaré, no obstante, con la voz tranquila que recibía la llamada de discípulos y conversadores ansiosos a cualquier hora. Una voz que a pesar del cansancio, de la enfermedad o del poco tiempo, siempre supo agradecer al interlocutor la palabra y la escucha. Ante este titán del pensamiento solo es posible ahora un respetuoso silencio.

Por: Alejandro Castro