José Jacinto Milanés (Matanzas 1814-1863). Poeta, dramaturgo y ensayista, está considerado uno de los principales cultivadores del drama romántico en lengua española. Casi toda su creación se desarrolla entre 1835 y 1843.

Hijo de Don Alonso Milanés y Doña Rita Fuentes, fue el primogénito de una familia numerosa y de escasos bienes de fortuna. Pese a la estrechez económica de los padres, José Jacinto adquirió algunos conocimientos superiores en la famosa escuela que en aquella capital dirigía el nobilísimo educador, Don Ambrosio José González; conocimientos, que no pudo finalizar, contentándose, por más, con el aprendizaje del latín, para lo cual le sirvió de maestro Don Francisco B Guerra Betancourt.

Inició su actividad literaria gracias a su amistad con Domingo del Monte. Sus primeros poemas (El aguinaldo habanero, 1837) son de un tierno romanticismo e imitan el tono sentimental de Lope de Vega, pero en su poesía publicada después de 1837 se advierte la influencia de Espronceda. En 1838 escribió El conde Alarcos, que tuvo una gran repercusión en el movimiento romántico cubano, al mismo tiempo que empezó a escribir para diversos periódicos y revistas de La Habana y Matanzas.

 También cultivó el teatro en sus diversos géneros; así, el drama en Un poeta en la corte, y la comedia en Por el puente o por el río. En 1848 sufrió un revés amoroso que le sumió en un estado de desequilibrio mental y, para remediarlo, emprendió un viaje por EE UU, Londres y París, del que volvió a Cuba en noviembre de 1849, ya recuperado. Pero en 1852 recayó sin que nunca más llegara a reponerse. Fallece el 14 de noviembre de 1863.

Con motivo de un aniversario más de su nacimiento le ofrecemos uno de sus textos poéticos Cándida tarde, musicalizado  por José María Vitier.

Ven,
¡Oh! Cándida tarde: en el zafiro
inmensurable y nítido del cielo,
tiende en alas levísimas el giro
del almo y blando y delicioso vuelo.
Yo por tu lumbre mágica suspiro;
por el céfiro dulce y por el velo
de púrpura gentil que lindamente
engalanando quedará tu frente.

Ven.
Pendiente de un mirar, de una sonrisa,
encantado en el ámbar de un suspiro,
no imaginaba, ¡Oh tarde!, que en tu brisa
la magia respirara que respiro.
Perdón mágica diosa: ya divisa
mi espíritu mi error. Ya cuando miro
tu faz, envuelta en infalible encanto,
me asalta dulce y delicioso el llanto.

Ven.