En apenas unas horas estaremos celebrando el aniversario 170 del natalicio de José Martí, Apóstol de los cubanos. No fue este un título conferido por la posteridad. Apóstol y Maestro lo llamaron los obreros cubanos negros de Nueva York a quienes impartía clase en la sociedad La Liga. Reconocían en él, así, al portador de un mensaje de esperanza.

¿Cuál fue su buena nueva? Está explícita en aquella carta del 19 de mayo y en otros tantos trabajos como «El tercer año del Partido Revolucionario Cubano». No se limitaba ya a lograr la independencia de Cuba y a la creación de una nación «con todos, y para el bien de todos», sino a impedir con ella que los Estados Unidos se extendieran «con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América».

Fue precisamente la identificación con el ideario antimperialista, democrático y ético del Apóstol, lo que llevó a la conocida como generación del centenario a protagonizar, la noche del 27 de enero de 1953, la primera marcha de las antorchas, en memoria del Héroe Nacional de Cuba.

Coincidió el centenario de Martí con una de las etapas más dramáticas de la historia cubana. Los crímenes cometidos por la tiranía contra quienes estaban dispuestos a cambiar el rumbo político de la Isla se acrecentaban hasta niveles insoportables. Consecuentes con aquellas ideas, esos jóvenes se convirtieron en la nueva vanguardia nacional.

Pintura, Martí a caballo, palmas en el fondo, un gallo, la campiña cubana

Batalla inmortal, 2003 (Acrílico sobre tela)/Antonio Mariño Souto

Pero, ¿por qué vanguardia? Porque como Martí a finales del siglo XIX, muchos de ellos asumieron la fusión de la lucha armada y la lucha de masas como la única vía para el derrocamiento de la tiranía; porque la expulsión del dictador era condición necesaria para la posterior creación de una nueva Cuba, verdaderamente con todos y para el bien de todos. En suma, ellos entendieron que se imponían las soluciones del 68 y el 95, y supieron asumir el reto.

No es anecdótico recordar que también fue esta generación la que enterró simbólicamente la constitución en rechazo a los Estatutos Constitucionales promulgados por Batista; la que denunció el carácter antinacional y proimperialista del golpe de Estado; la que protestó por el ultraje al busto de Mella; la generación que asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. En definitiva, ellos hicieron suya la causa de la realización de la nación como consecuencia de un propósito histórico: el de los libertadores del siglo XIX.

La hora actual no es menos complicada. En medio de la más profunda crisis económica de los últimos lustros; de la intensificación inhumana del bloqueo y de campañas mediáticas difamatorias, se incita a la juventud al olvido del pasado, a la incultura política, y se le invita al seguimiento acrítico de modelos de vida que desdeñan todo tipo de espiritualidad.

En este contexto, salvar y seguir construyendo el sueño de la nación –esto es, mantener la independencia y soberanía nacionales y alcanzar la mayor justicia posible– constituyen tareas de los cubanos de hoy. Otra vez más, la misma solución se impone: trascender el imposible. Sus puntos de partida y de llegada, las fuerzas salvadoras: Martí y Fidel.