¿Qué buen cubano, en días de peligro y dolor no ha evocado el pensamiento y la prédica martianas? ¿Quién que conozca la hondura de su pensamiento no buscó, en estos días de recogimiento y meditación, su palabra serena, su reflexión sincera, asideros para calmar la ansiedad y la incertidumbre en tiempos aciagos?

Como afirman quienes lo han estudiado a fondo, Martí escribió sobre todo o sobre casi todo, y este saber universal revelado a través de una obra extensa y diversa, tiene los atractivos de su actualidad y belleza plenos, pero sobre todo, le asiste un mérito fundamental: el de haber nacido de la experiencia de un hombre para quien la vida fuera un perenne avatar frente al sufrimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte. Y desde esta experiencia vital compleja proyectó su palabra sapiente por serena y exacta, aliñada tantas veces por el sufrimiento. Así lo confirmó en uno de sus cuadernos de apuntes: “El dolor es la única escuela que produce hombres. ¡Dichoso aquel que es desgraciado!”.

Entre tensiones familiares y sociales, a hurtadillas en bibliotecas y libros ajenos comprendió el valor de la cultura; conoció a los clásicos, aprendió idiomas, transpensó. Del sufrimiento por la patria nació la rebeldía, el presidio, el dolor físico y emocional, la enfermedad, el exilio. Entonces escribió, y su escritura sangrante, en el seno de la República Española todavía estremece al mundo. Del compromiso humano acrecentado por la experiencia de la cárcel surgió la vocación humanista de combatir el crimen, las tiranías, la injusticia social y cultural; denunció, y ese espíritu beligerante que marcara para siempre su oratoria y su escritura, lo sometió a una vida de enfrentamiento al peligro que asumió con la serenidad de quien conoce bien su deber, así, previó su propia muerte: “Yo moriré sin dolor. Será un rompimiento interior, una caída suave, y una sonrisa”.

Como él mismo reconociera en carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, en el umbral de su muerte: “De Cuba, ¿qué no habré escrito?” Y es cierto, escribió sobre su historia, su natualeza, su cultura, sobre sus grandes hombres: maestros, músicos, pintores, poetas, y patriotas, pero también escribió sobre aquellos, generosos y sencillos, que en la manigua, o en la emigración bordaron un beso a la patria.

Sin embargo, pensar a Martí en la hora actual de Cuba, como hace algunas décadas lo hizo el maestro Cintio Vitier, implica, en este minuto, imaginarlo como el gran cronista de una Cuba salvadora, de aquella misma a la que se refiriera en las páginas de Patria, la que “se dice, francamente, sus dudas y crudezas. Se estudia al sol y se salvará. Cuba se salva”.

En la hora actual de Cuba, Martí estaría en la primera línea frente a la enfermedad y la muerte porque, como bien sostuvo “en tiempos de peligro, el pesar mayor es estar lejos de él.” Así lo demostró con creces a través de una vida dedicada al sacrificio. En el lejano 1877, agraviado por no participar en la guerra contra España, en carta al General Máximo Gómez, expresó su deseo de hacer por la patria con el siguiente ofrecimiento: “Seré cronista, ya que no puedo ser soldado”. Ahora lo pienso, también como el cronista, al no poder ser el médico o el científico. Cronista activo, que toma las pulsiones al mundo y las suyas, constatando, con orgullo, las grandezas propias.

En la hora actual de Cuba, Martí advertiría, en su propio suelo que “es la medicina como el Derecho, profesión de lucha” y que “se necesita un alma bien templada para desempeñar con éxito ese sacerdocio”. ¡Cuántas almas curtidas por el deber encontraría el periodista en su trazado de esta epopeya moderna!

Obsesionado por el alcance de la inteligencia humana, sus empeños y sus logros, hoy mismo su crónica mayor sería para la ciencia cubana, al confirmar aquí algo que ya vaticinara en 1883: “Ciencia y libertad son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero. Diríase que al venir a tierra tantas coronas de cabezas de reyes, las cogieron los hombres en sus manos y se han ceñido a las cienes sus fragmentos”. Esos héroes y heroínas modernos, que ahora no llevan alhajas reales, llevan más… llevan el aplauso del mundo, serían protagonistas indiscutibles de los textos martianos.

Y como para Martí “tiene la prensa altísimas misiones”, también revelaría, con infinito regocijo, en la hora actual de Cuba, su obra de amor y sacrificio por el mundo, y, en gesto reivindicatorio, sin dudas, advertiría, nuevamente lo que antes, en 1876: “Podrán los gobiernos desconocernos: los pueblos tendrán siempre que amarnos y admirarnos”.

En la hora actual de Cuba, dedicaría el Maestro una mirada hermosa a los hombres que, en la intimidad de su hogar, cultivan los placeres de la vida familiar, a esos que también ayudan, crean, meditan, trabajan, crecen y hacen crecer. Ahora, y por esa peculiar manera de construir retomando viejas ideas, acaso el oficioso cronista nos sorprendería con un juicio que data de 1891, pero que en nuestro contexto tiene completa pertinencia: “El rincón de la casa es lo mejor, con la majestad del pensar libre, y el tesoro moderado de la honradez astuta, y un coro amigo junto a la taza  de café”.

Por: Dra. Ana Iris Díaz Martínez, Presidente de la Cátedra Martiana en la UCLV