Odalis le tiene miedo a las entrevistas. Otros temen a las arañas, las lagartijas, la oscuridad o la muerte. Ella, sin embargo, rehúye del ir y venir de las preguntas, y mira perpleja cómo sus repuestas se van sin despedirse.

Varias veces cancelamos este encuentro porque tenía que adelantar «papeles». La sempiterna maraña de procedimientos necesarios para pagar el estipendio a los estudiantes y los créditos a algunos trabajadores impedía cada semana el encuentro pospuesto. Aunque sospecho que en estas demoras también influyó su aversión a hablar de sí misma. Sin embargo, a pesar de poner tantos peros como pudo, no logró salvarse.

Odalis Fernández Méndez labora desde hace 35 años en la Dirección de Economía de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV). Entre nóminas y planillas pasa sus días, mientras el calendario corre desesperado y se aleja más del momento en que una chiquilla casi adolescente puso sus pies en este centro de estudios.

«Empecé a trabajar en la Universidad muy joven, recién graduada de la Escuela de Economía de Santa Clara. En aquel entonces, 1983, yo era una muchacha de 17 años pero ya tenía la responsabilidad de mantener un empleo», cuenta Odalis a la altura de sus 54 años de vida.

«El horario era bastante estricto. Todos los días entrábamos a las siete y media de la mañana y salíamos a las cuatro y media de la tarde. Mi jefa se llamaba Esther Morejón Madruga. Era realmente inflexible con nosotras, pero por suerte todos los trabajadores estábamos muy unidos y manteníamos buenas relaciones personales. Fueron tiempos muy bonitos. A pesar de los reveses fueron momentos inolvidables».

Ella, que vivía en El Yabú, viajaba cada día hasta la Universidad. En los años 90 la situación empeoró y, cuando el tren no pasaba, no había otra solución que irse caminando. Sin embargo, Odalis no optó por un empleo más cómodo, mejor remunerado, como sí lo hicieron otros.

Dice que no dejó la UCLV porque siempre le ha gustado trabajar aquí. «A veces me disgusto y cojo genio, pero esos momentos pasan», reconoce.

Aún así, según sus compañeros, Odalis tiene un carácter sereno y una paciencia envidiable. «No acostumbro a alterarme mucho. Sí me pongo nerviosa cuando pasa algo».

Ante la pregunta cliché sobre el mejor momento vivido en la Universidad, vacila y contesta luego de una pausa:

«Nunca lo he pensado. Creo que fue en el 2014, cuando me entregaron en el teatro universitario la distinción Rafael María de Mendive por 25 años de trabajo en el sector…»

Suena el teléfono de su escritorio. Un error. Al parecer, ocurrió una falla en el sistema electrónico y una estudiante no pudo cobrar el estipendio.

Odalis, imperturbable, intenta solucionar el problema. Explica qué hacer, cómo efectuar el pago ahora. Puede lavarse las manos y tirarle la papa caliente al secretario de la facultad implicada, pero no lo hace. Siempre mantiene la misma posición: solucionar el problema, no crearlo.

¡Tantos burócratas debieran tomar nota de quienes actúan así! En muchas oficinas el simple trámite hubiera acarreado un extenso peloteo

Habla con la terminología de quien «hace papeles» y el entrevistador, que no entienda nada de nada, observa el micromundo que reina sobre el escritorio: una hoja de papel con varios números telefónicos, dos o tres montoncitos de planillas, un vaso desechable embarrado de café, un periódico Granma, dos grapadoras negras con pegatinas de caritas felices… Un escritorio como otro cualquiera.

Entonces, ¿qué la hace diferente? ¿Cómo retratarla?

Quizá las respuestas breves, los gestos lentos, el rostro tenso que mantiene mientras es entrevistada sean la clave para entenderla. Reclinada en su silla, de vez en cuando mira el teléfono que graba la conversación de la misma forma que lo haría en el sillón del estomatólogo al ver algún instrumento extraño.

Cuando habla de su familia se relaja un poco. «La hembra tiene 29 años y el varón, 20». También está Jeison, el nieto que le dice Ayi y recibe sus mimos de abuela con esa naturalidad que solo pueden lograr los niños.

Sus padres todavía viven. Ella en casa de su hija, envuelta en los velos de la senectud. Él todavía en El Yabú, renuente a cambiar de aires a pesar de las distancias. Y Odalis, en medio, cuidando a una y visitando a cada rato al otro. «La familia es lo principal y después viene el trabajo», reconoce.

Y el trabajo, sin importar lo tenso que pueda volverse en ocasiones, no deja de ser una de las aristas que dan sentido a la vida de Odalis. Muchos números, sí,

Dicen por ahí que la economía es un tema aburrido…

(Se ríe) «Aquí no. Siempre estamos haciendo algo, intentamos ‹comprar tiempo›, o sea, tratar de adelantar para que no ocurra ningún imprevisto durante los días de pago. Aunque tenemos un buen equipo y eso también ayuda»

¿Si volvieras a nacer a qué te dedicarías?

«Yo creo que sería igual economista».

¿Y si no fueras economista?

«No sé, no se me ocurre otro trabajo que me hubiera gustado más que economía…»

Terminan los minutos y Odalis debe regresar a sus papeles. Ciertamente lo hará con alivio. Luego de arrancarle algunos pedazos de su vida, me viene a la mente una última pregunta:

¿Y por qué ese miedo a las entrevistas?

«No, no, no, porque… que va… Fíjate, tengo las manos frías y sudadas».

Bueno, creo que ya hemos terminado.

«Ah, qué bueno».

Por Neilán Vera Rodríguez