Dos meses y medio exactos le bastaron al Che Guevara para poner patas arriba un vasto territorio de la antigua provincia de Las Villas, saldo difícil de imaginar cuando se conoce la falta de unidad que predominaba entre los grupos revolucionarios de la región, las contradicciones con la dirección del propio M-26-7 en la zona central —es pública la polémica con Enrique Oltusky sobre la manera de financiar la guerra— y la superioridad militar del régimen decadente.

Cuando ya ha caminado cientos de kilómetros para reconocer el terreno que está pisando topográfica y políticamente, incluidos varios intentos por mejorar las relaciones con la dirección del Segundo Frente, y ha creado las condiciones mínimas para la lucha, el Che le hace saber a Fidel sus intenciones de poner a descansar dos días a la columna, “reorganizar a la gente que queda aquí, dar todas las instrucciones necesarias para la creación de todos los centros que necesitamos para el cuartel general (…) y salir con parte de la tropa y la mala bazuca a destrozar cuarteles”.

Las acciones llevadas a cabo a finales de noviembre de manera coordinada entre el M-26-7 y el Directorio, que incluyeron algunos cuarteles de la premontaña, bloqueos y emboscadas en las carreteras, cortes de líneas eléctricas y vías férreas y atentados contra convoyes militares, prueban que la dinámica establecida después de la toma de Güinía de Miranda estaba en marcha.

El Che en el centro telefónico de Fomento durante La Campaña de Las Villas.

Como “una historia increíble” califica el historiador e investigador mexicano Paco Ignacio Taibo II la actividad unitaria desplegada por el Che en el Escambray, donde al cabo de 45 días ya había organizado a sus invasores, sumado a su columna la guerrilla que el 26 mantenía en la sierra, subordinado a las milicias y a las fuerzas clandestinas del llano, firmado un pacto con el Directorio, lanzado un proyecto de reforma agraria, hostigado varios cuarteles y creado una infraestructura decorosa para el entrenamiento de las fuerzas de reserva.

Solo faltaba una prueba y en ella también saldrían airosas las fuerzas revolucionarias: el enfrentamiento a la ofensiva batistiana de finales de noviembre que lanzó un millar de hombres, aviones y tanques en tres direcciones por la zona de El Pedrero y terminó con un atolladero para el ejército, que a todas luces se mostraba incapaz de reconquistar el lomerío.

Había llegado entonces la hora de partir la isla en dos justamente por su misma cintura, como había indicado Fidel; conquistar el llano, donde el régimen mantenía los cuarteles bien posicionados, y si era preciso —como efectivamente ocurrió en cuestión de días— ir sobre Santa Clara, una estrategia que habría sido impensable sin las energías que antes había insuflado el Escambray.

Por: Juan Antonio Borrego

Tomado de Escambray