― ¿Qué es la noche, abuela?―
― Es una doncella de dulce mirada, vestida de ébano, descalza y cansada. Es negra y es bella. Es sabia y callada. En nada recuerda a sus otras hermanas.
Se cierra un libro desencuadernado, mientras las manos arrugadas por el tiempo descienden sigilosas por sobre la cabellera, escasa y platinada.
Dulce voz la que se ametralla contra el silencio; pálida llega al oído de su nieta… voz estruendosa y cálida, centinela de la mañana.
Un libro apoyado sobre la mesita de noche denuncia la complicidad de una abuela y su nieta. Como cuando el ángel de la guarda recita susurros en la almohada para librar de las pesadillas, así mismo la abuela crepita los sortilegios del buen hacer y la buena fortuna.
Una figura señorial recorre el cuarto, se abroga el derecho de jugar en las sombras. Regia, impenetrable, con ojos verdes y nariz abultada.
Labios carnosos en una boca amplia. Un vestido elegante le llega a los talones, lleno de bonetes y dobladillos de medio punto.
Se le queda mirando a la niña, que duerme plácida. Se escurre en las sombras la señora de rostro aceitunado; de ojeras cuya dimensión no podía disimularse con el peinado hacia arriba, según la otrora moda, del cabello ensortijado.
Monic descansa en su cama, abrigada por los cuentos de su abuela. Un viento callado acrisola su paso en las ventanas.
La vetusta anciana se difumina en las sombras, se desvanece en la nada. Abuela que vive en cada mirada, luz matinal que compite con el alba.
― ¿Con quién hablabas, Monic querida?―
― ·¡Con la abuela!… a la que todos llaman Doña Marta.