José Martí ha sido un referente vital en las diferentes etapas de mi vida. De él he aprendido el amor y el sacrificio; la voluntad de hacer pese a todo y la sabia con la que se aprende a vivir en regocijo con el alma: la estrella – esa que también ilumina y mata.

En ocasiones recurro a sus poesías y allí, justo allí el tiempo pasa como sin querer. La Literatura ofrece esas enormes potencialidades, pero en el caso de la obra del Apóstol siempre me ha resultado más gustosa, también prudente por su fuerte contenido humano.

Tal vez, mi placer por su lenguaje fiel e intensidad de emociones  es la consecuencia  clave para elegirlo siempre entre todos los  poetas. Resulta el amasijo perfecto entre su honestidad y el verbo esculpido desde el buen gusto; en Martí todo está colocado con esa mesura y compromiso que lo caracterizó, en coherencia armónica donde se funde su vida y obra.

En el prólogo a sus Versos Libres, escribió: “Tajos son estos de mis propias entrañas -mis guerreros-. Ninguno me ha salido recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida”.

La honestidad siempre fue un valor humano que lo definió, y su esencia no está separada de su producción poética. En la poesía de Martí está todo, en especial sus grandes preocupaciones de la existencia y el destino político de su Patria -nuestra patria. Lecciones, aprendizajes y calidad artística nunca se les escapan de su pluma.

Leer a Martí me resulta siempre un motivo para detenerme. Y hoy, en un Aniversario más de su natalicio, con más inquietudes y motivación abro la página 252 del Tomo 16, de sus Obras Completas.

Una de sus creaciones  en la cual  ha dejado más que claro, la pena profunda que sentía por el destino de Cuba: ¡Ese Amor, es también inmenso dolor!

Dos Patrias

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.

¿O son una las dos? No bien retira

Su majestad el sol, con largos velos

Y un clavel en la mano, silenciosa

Cuba cual viuda triste me aparece.

¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento

¡Que en la mano le tiembla! Está vacío

Mi pecho, destrozado está y vacío

En donde estaba el corazón. Ya es hora de empezar a morir. La noche es buena

Para decir adiós. La luz estorba

Y la palabra humana. El universo

Habla mejor que el hombre.

Cual bandera que invita a batallar, la llama roja

De la vela flamea. Las ventanas

Abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo

Las hojas del clavel, como una nube

Que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa…

La figura de José Martí se estremece en la memoria colectiva de nuestro pueblo. La independencia fue finalmente un gran desengaño: en 1898 la intervención de los Estados Unidos -tan temida y tan anunciada por Martí-puso fin al dominio colonial español en América a la vez que inauguró una larga etapa de dominio directo de los Estados Unidos hacia Cuba. Y es en este contexto en el que los ideales martianos se transformarían en instrumento de lucha.

El liderazgo espiritual de Martí crece cada día y está fuera de toda duda. No se funda únicamente en lo que Martí hizo, sino sobre todo en lo que dijo, en lo que dejó escrito.

Él mismo había vinculado a su obra literaria su propio destino o su esperanza de gloria futura (“¡Verso, nos hablan de un Dios/ a donde van los difuntos:/ verso, o nos condenan juntos, / o nos salvamos los dos!”, Versos sencillos, XLVI).

Y es que precisamente la utilidad del pensamiento martiano se sustenta en su profundo contenido ético, aspecto en el que José Martí sigue siendo un verdadero referente para Cuba y el mundo. La voz del Apóstol sigue oyéndose tan vital como respirar, dando un mensaje de hondo contenido ético.