Llegué a entrevistarlo, pero no hubo saludo. Cosas del coronavirus: “codo con codo”, le dije, y nos pusimos a conversar. En su celular traía una biografía con todos los pormenores de su vida laboral y en la maleta un álbum de fotos con las pruebas. Aunque se jubiló por allá por el 2000, Lázaro Antonio Castro Betancourt sigue enseñando y practicando la Medicina Veterinaria en esta universidad.

Maestro voluntario, alfabetizador, movilizado en Girón e internacionalista, toda una vida dedicada a la Revolución. “A mí siempre me entusiasmó el tema de Fidel (Castro) y los alzados, incluso al triunfo me reconocieron el clandestinaje pero no me sentía satisfecho porque no había participado en la lucha. Por eso al primer llamado que hizo Fidel de maestros voluntarios yo accedí, y fui a dar clases a una escuela en El Uvero. Estuve como cuatro años y alfabeticé varios alumnos; fíjate que no quisiera morirme sin ir allá otra vez”, confiesa, Castro.

“Estando allá salí entre los maestros destacados y formé parte de un grupo de trabajadores que iba a nuclear el nuevo partido, el Partido Unido de la Revolución. Se decidió que ese Partido surgiera en Oriente y yo tuve la dicha de estar en el lugar indicado en ese momento. El propio Raúl Castro fue al Pico Cuba y nos entregó el carné del Partido, aún recuerdo que me dijo, “¿tú también tocayo?, yo también Comandante; y me quedé con aquella imagen, no sé si se acordará”.

Como maestro primario —título que alcanzara en 1966— llegó a ser Inspector de Escuela y Director de Educación Obrera Campesina en el Regional Sierra Maestra Sur, Director Regional de Educación en la Isla de la Juventud y Subdirector Regional de Educación Primaria en Sagua la Grande; pero eso no era lo suyo, me asegura. Yo, a estas alturas no encuentro la conexión con la Veterinaria, y él, con emoción, me la explica.

“Que linda la pregunta porque es una de las pocas veces que menciono a mi padre. Él fue mi orientador vocacional para decidirme por la Medicina Veterinaria, incluso él tenía una finquita por ahí por Cifuentes y hasta castraba. Yo me relacionaba muy bien con los animales, tanto mayores como menores. Así que vine para la Escuela Veterinaria, me tuve que presentar a examen porque era Bachiller en Ciencias pero ese título no me servía; aprobé e ingresé a la universidad en el año 1967”.

“En aquel tiempo, yo estaba casado y estudiando en el curso diurno, imagínate, tuve que pedir una ayuda económica a la universidad para mantenerme en el estudio y poder atender a la familia. Me otorgaron 150 pesos mensuales, al final fueron como diez mil pesos que fui pagando poco a poco después de graduado”.

Mientras estudiaba, Lázaro Castro fue alumno ayudante y hasta Director de la Escuela de Medicina Veterinaria. En 1972 se graduó y hasta hoy trabaja como docente en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas. Unos años después de la graduación viajó a Angola para cumplir misión internacionalista.

“Imagínate en el 75 Angola estaba en candela y hacen un llamado, porque en medio de la guerra se necesitaba seguir formando médicos veterinarios e ingenieros agrónomos. Entonces nos mandaron para HuamboAngola— que era donde estaba la escuela veterinaria; por problemas de seguridad teníamos que ir a las aulas con fusiles, pero no nos gustaba aquello y hablamos con el jefe de la brigada y nos dijo que era una decisión de nosotros, por suerte no pasó nada nunca, pero sí sabíamos que por los alrededores explotaban bombas”.

“Estuvimos en Angola un año, fuimos para allí al primer llamado. Y después vino otro llamado para Mozambique y como ya tenía la experiencia de Angola y hablaba bastante bien el idioma y los estudiantes me entendían mejor me dejaron por 3 años”, relata con el orgullo propio del que sabe que ha hecho bien.

Con una sonrisa me cuenta una anécdota y me dice “espérate que te enseño una foto, porque sino no me crees”; resulta que en Mozambique curó un león y hoy por hoy tiene, en algún lugar de la casa, una garra como trofeo de guerra. Muchas son las anécdotas de Lázaro Castro en países como Francia, Holanda, España, Colombia y Nicaragua, pero algo se mantiene invariable en todas: educar.

“Bueno imagínese usted, yo me jubilé en el 2000 y sigo trabajando porque me siento fuerte todavía, incluso doy clases en el curso diurno y en el dirigido. Fíjate que cuando estudiábamos me eligieron para dar clases de cirugía que es lo único que he hecho y verdaderamente uno siente gran satisfacción de poder transmitir los conocimientos. A mí me da gusto trabajar con los primeros alumnos, cuando ven en uno cierta experiencia los estudiantes se familiarizan mucho más con los contenidos lo que contribuye a una mayor retención de matrícula”.

Lázaro Castro en una de las prácticas con los alumnos del Curso por Encuentros.

“Actualmente yo trabajo aquí, doy las prácticas y en mi casa no puedo evitar que vayan las personas con los animales, yo solo los atiendo y allá van mis alumnos también. A mí me da mucha satisfacción el trabajo como docente, qué pasa que tú trabajas con amor cuando disfrutas lo que estás haciendo. Ya te dije, yo gozo estar frente a mis alumnos transmitiendo mis conocimientos”.

Casi al despedirnos me habla de su familia, de su esposa 20 años menor —“y es verdad que no importa la edad”, me dice sonriendo—, de sus tres hijas y de que ninguna se hizo veterinaria. Me cuenta que valora mucho a quien ama a un animal —“esos son sentimientos sinceros, ahí no hay teatro”— y de que no ha criado a más ninguno luego de que su perrito murió. Yo me despedí con una idea rondando en mi cabeza, quizás Raúl no se acuerde de Lázaro Castro, pero ni sus alumnos ni yo lo vamos a olvidar.