Si Martí viviera, saludaría nuestro tiempo con la originalidad y belleza que saludara al suyo, al que amó y honró a pesar de sus contradicciones y desbalances. Celebraría de este la gran hazaña humana de dominar al mundo a través de la tecnología, halagaría al hombre industrioso de hoy, para el que no hay barreras naturales ni técnicas, gracias al cultivo de su inteligencia, su voluntad y sus capacidades transformadoras. Así lo hizo en el 1880, cuando, deslumbrado ante los destellos newyorkinos, encomió humildemente aquella nación, pero observó la importancia de cultivar el espíritu humano como tabla de salvación ante el imperativo de la máquina, del mismo modo que lo haría ahora.

Vería en las redes sociales una importante vía para el conocimiento y la unidad de los hombres del mundo entero, para la divulgación de la belleza de las ideas, del arte y otras expresiones de la cultura, pero las desdeñaría si ellas fomentaran el odio entre los hombres, si en lugar de tender puentes, crearan abismos y, sobre todo, aconsejaría al hombre de hoy no sustituir nunca las redes sociales técnicas por la autenticidad de las redes sociales humanas.

Si Martí viviera, volvería su mirada incisiva sobre el hombre americano para recordarle las que constituirían sentencias en el verbo palpitante de Nuestra América, y que guardan plena vigencia en nuestro tiempo: que este continente «ha de salvarse con sus indios», que «no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas» y que hoy, como ayer, «el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada solo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños».

Si Martí viviera, vería con placer el crecimiento cultural del hombre contemporáneo, aplaudiría el arsenal informativo por él generado, las múltiples formas de llegar al conocimiento, de reinventarse a través del arte, de desdoblarse en el complejo universo simbólico de estos días, pero rechazaría las manifestaciones de abaratamiento y vulgarización de nuestra lengua, el desdén por las tradiciones culturales o el excesivo apego al fetichismo en detrimento del cultivo del alma.

Si Martí viviera, sería el más joven de nuestros jóvenes, pero desde la sabiduría del más longevo de los hombres y con su propio ejemplo personal, recordaría a la humanidad que lo más preciado del ser son sus valores, que no se compran ni se venden, sino que se cultivan y son estos los que distinguen a unos seres de otros. Despreciaría, sin duda, la injusticia social y el egoísmo, lastres contra los que luchó la vida entera, detestaría las actitudes vanidosas e indignas, a los deshonestos, a los hipócritas y oportunistas.

Martí no aspiraría al hombre perfecto, pues él tampoco lo fue, pero sí al sujeto consciente de su rol en la historia, la cultura y la vida social.

Por Dr. C. Ana Iris Díaz Martínez

Presidente de la Cátedra Martiana. UCLV