Cuando Arlena y Gerardo se conocieron, de seguro nunca pensaron que su historia de amor, lejos de una idea cursi, sería curtida con esperanza y valentía para vivir en medio de la adversidad.

Ellos, jóvenes profesores de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV), hoy dejan la tiza y el borrador para convertirse en héroes anónimos tras una bata verde, un gorro, un nasobuco.

Casi irreconocibles por las vestiduras sanitarias, con conocimientos básicos en ciencias de la salud, esta pareja trabaja hace una semana en el centro de aislamiento ubicado en la sede de las Facultades de educación de la UCLV en Santa Clara.

“Laboramos en el traslado de la alimentación a los pacientes. Llegamos hasta sus cuartos, por lo que el contacto es inevitable y seguimos todo un procedimiento de seguridad muy riguroso” –  nos cuenta Gerardo.

Durante el día, estos muchachos les ofrecen a las personas aisladas el servicio de desayuno, almuerzo, comida y meriendas. Entran a cada habitación cubiertos del aditamento sanitario previsto en las normas (bata, pantalón, gorro, nasobuco, guantes y fundas para cubrir los zapatos).

Para Arlena se trata de mantener el cuidado para evitar los riesgos. “Es un procedimiento complicado – asegura -recibes los alimentos en el primer piso, los subes hasta el tercero, allí nos cambiamos de ropa y repartimos por cada cuarto. A veces se complejiza cuando tienes que interactuar más con el paciente a la hora de servir los líquidos o preguntar por las opciones en el menú”.

Estas faenas las inician desde bien temprano, luego regresan en el horario del mediodía y en la tarde – noche. Tres momentos donde tienen prohibido tocarse la cara o cualquier parte del cuerpo con las superficies de contacto directo.

Al finalizar cada sesión, se retiran las ropas que los protegen, se esterilizan con soluciones de alcohol o agua con cloro y por último un buen baño para romper cualquier duda de posible contagio.

¡Aquí estamos!

Mientras Arlena y Gerardo continúan sus jornadas en este centro de aislamiento, desde la distancia, la familia se convence de la labor altruista que realizan. Pero ¿cómo hacer entender a una madre o un padre que vas a salvar vidas, aunque pones en peligro la tuya?

Ante la interrogante del periodista, Arlena narra que ambos conocieron por sus departamentos docentes de la convocatoria para trabajar en el centro de aislamiento. “Luego de informarnos de los riesgos, aceptamos participar y aquí estamos hace una semana”.

Confiesa Gerardo que en un primer momento pensó que al hablar con la familia sobre la decisión sonarían las alarmas. “No fue así, todos me entendieron, también en casa siempre escuché hablar de la misión internacionalista de mi mamá en Angola y eso lo enseña a uno”.

Por su parte, Arlena corrió la misma suerte y aunque expresa que sus padres se preocupan por ella, han entendido de la importancia y valentía de esta decisión. “Me llaman todos los días y me brindan todo el apoyo que necesito”.

Estos jóvenes coinciden en que el coronavirus es una epidemia que todos debemos combatir. “Nos toca aportar un granito de arena a esta gran batalla. Es una forma de devolver lo que nos han enseñado en tantos años, de demostrar que nos importa la salud de nuestra gente”.

“Y nos motiva mucho la gratitud de las personas aisladas, el agradecimiento de los seres queridos, las amistades, los compañeros de trabajo y de la población. Es gratificante cuando un paciente te dice ¡Gracias médico! En ese momento no importa si eres personal de la salud o no” –revela con tremendo orgullo Gerardo.

Según nos comparte Arlena, todas las noches a las 9:00 p.m. salen al balcón para aplaudir a quienes se arriesgan para salvar vidas. “Es muy enaltecedor, los pacientes aclaman a todo el equipo. Uno siente la ovación de la comunidad cercana, nuestros alumnos nos mandan sus aplausos en videos por WhatsApp; son de las razones por las que nos levantamos cada día a dar lo mejor de nosotros”.

Con la experiencia del trabajo directo con los pacientes, esta joven pareja llama la atención sobre la necesidad de prevenir la enfermedad. “Es muy triste escuchar los nuevos casos de cada jornada en los partes del mediodía, o recibir en el centro de aislamiento más pacientes, hay que estar aquí para saber lo doloroso y difícil de esa experiencia” – afirma Gerardo.

Por ello resulta imprescindible que todos se cuiden – recalca Arlena. “Si los que están allá fuera cumplen con las medidas sanitarias y de aislamiento, también nos protegen a nosotros y nos brindan la seguridad que necesitamos acá”.

Hasta hoy, Arlena y Gerardo han librado una batalla fuerte en la lucha contra el coronavirus. Todavía les resta una semana, no obstante, al salir, no podrán volver con su familia pues cumplirán catorce días de aislamiento para vigilar cualquier probabilidad de infección.

A su regreso a casa, retomarán ideas y proyectos interrumpidos. Volverán a sus hogares para cuidar y protegerse ante esta amenaza mundial. “¿Qué haremos cuando acabe esta epidemia? … Abrazarnos todos juntos, querer más a nuestra familia, a los amigos, salir al parque, a las calles, respirar … respirar sin nasobuco”.

Y mientras tanto, ellos, siguen unidos en la distancia desde la primera línea de un combate lleno de humanismo y solidaridad. Lo hacen bajo una fórmula de amor, valentía y esperanza para que más temprano que tarde regresen los abrazos.