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El consumo cultural, definido como la apropiación subjetiva de prácticas y productos culturales, asume rasgos particulares en el contexto universitario cubano, donde se despliega como un proceso revelador de las complejas dinámicas socioculturales que acecen en los distintos escenarios académicos. Estudiantes y jóvenes docentes configuran o reafirman sus identidades a partir de esas praxis, productos y símbolos culturales que comparten colectivamente. En este ecosistema, el consumo cultural deja de ser un acto individual, para convertirse en una experiencia de socialización y un puente que conecta cosmovisiones y personalidades, aspiraciones y proyectos de vida.

En las zonas de confluencia habitual de la juventud universitaria del centro de Cuba, dentro o fuera del campus, se hace visible un fenómeno único: el intercambio informal de productos literarios, musicales o audiovisuales en dispositivos USB, sin necesidad de recurrir a la descarga internauta. Un estudiante sin acceso regular a internet, puede acceder al último estreno de cine nacional o foráneo, gracias a este intercambio espontáneo y no formal. Estas pantallas improvisadas y descargas de carácter alternativo funcionan como espacios de socialización donde se debaten estilos, autores, directores, artistas y bandas emergentes.

Entre los jóvenes de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV), la música constituye uno de los consumos más preponderantes, devenido una especie de ritual social de rasgos muy singulares. En las peñas de trova características de la capital del centro, varios universitarios afinan el oído para reconocer los acordes de una nueva pieza tradicional; al día siguiente, en un grupo de Telegram, esos mismos jóvenes comentan el último tema de El Taiger o el ánimo desafiante de El Micha. La coexistencia de ambas tendencias, revela cómo la comunidad juvenil negocia simbólicamente lo autóctono y lo globalizado, en una confluencia de valores y estéticas por veces, incluso, discordante.

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Foto tomada de Internet

La lectura experimenta una simbiosis similar, donde se dan cita mecanismos de adquisición diversos con gustos contrastantes. Mientras algunos prefieren hojear libros prestados en la biblioteca o adquiridos en la red de librerías oficiales, otros recopilan archivos en PDF mediante canales de Telegram de diversa índole, como «Libros Cubanos». Este flujo digital alternativo, no solo facilita el acceso inmediato a textos de autores de alcance global, como Yuval Noah Harari o Colleen Hoover, sino que también fomenta debates en el aula sobre la hegemonía de las recomendaciones algorítmicas de plataformas como BookTok.

De manera paralela, el anime japonés constituye uno de los consumos audiovisuales más dinamizadores dentro del ecosistema universitario. Lejos de ser una práctica marginal, ha generado comunidades de aficionados (otakus) que operan bajo lógicas colaborativas sofisticadas. La adquisición de capítulos —ya sea a través del «paquete semanal», enlaces de Telegram o redes LAN— es solo el primer paso.

Estos jóvenes no son consumidores pasivos del producto, en tanto no son meros espectadores, sino que asumen roles activos en el consumo: son traductores aficionados que subtitulan (fansubbing); creadores de memes que reinterpretan series, argumentos y personajes con humor local; críticos y polemistas de las filosofías y narrativas propias de este tipo de animación, entre otras formas de participación. El anime se convierte, así, en un sustrato cultural común, que permite conectar a estudiantes de distintas áreas del conocimiento en un espacio de socialización e intercambio intelectual muy singular, que opera con autogestiones y sobreentendidos de los códigos específicos de este producto cultural, cada vez más expandido en el país.

Entender la complejidad del tema de los consumos culturales en la juventud, es crucial para proyectar políticas culturales que consensuen las finalidades de entretenimiento y cultivo de la espiritualidad, con los propósitos educativos y de fomento del pensamiento crítico que esta en la base de nuestra sociedad.

Dentro de esa complejidad, una de las problemáticas más acuciante es la de las condiciones socioeconómicas, en tanto estas actúan como un filtro determinante que predispone una correspondencia entre el nivel adquisitivo, el acceso al producto y las calidades del consumo. Quienes reciben remesas familiares u otro tipo de apoyo material, tienen mayores posibilidades de conectarse por datos móviles o acceder a servicios pagos, que permiten elegir lo que será difundido a quienes no disponen de esos recursos.

Estos últimos, tendrán menos posibilidades de discriminar y posicionarse críticamente ante el producto, ya que al apelar a alternativas gratuitas o de bajo costo, terminan discerniendo sobre muestras ya predeterminadas. Esta brecha evidencia una fragmentación interna que crea solapamientos a la hora de valorar la elección individual o grupal ante lo que se consume. Es decir, lo más difundido no necesariamente coincidirá con lo que más haya gustado, sino, en ocasiones, con lo más accesible.

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Foto tomada de Internet

Visitas a las casas de cultura de los municipios, participación en proyectos de debate cinematográfico o clubs de lectura autogestionados, pueden ser opciones de acceso mayoritario sobre los que las instituciones culturales y educativas pueden incidir para paliar estos fenómenos del contraste y la brecha en los consumos. La política cultural, educativa y comunicacional del país comparte objetivos en relación a paliar estas brechas, ocasionadas no pocas veces por las restricciones derivadas del bloqueo, que influyen directamente en las ofertas culturales, tanto las artísticas como las de entretenimiento y recreación sana.

A pesar de los esfuerzos del Ministerio de Cultura (Mincult), el Instituto Cubano del Libro y la Literatura (ICLL), el Instituto de Comunicación Social (ICS), la red de centros de Educación Superior y otras instancias abocadas a estos propósitos, el acceso físico y digital de la juventud a ofertas diversificadas y opciones concretas, sigue estando por debajo de las aspiraciones de las audiencias más jóvenes. 

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Frente a esto, en los predios de nuestra universidad, surgen iniciativas para sortear estos obstáculos. Talleres de video comunitarios, ciclos de cine latinoamericano, descargas en espacios abiertos, son algunos de los ejemplos de los múltiples proyectos que desde el Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Proyección Social y las facultades se proponen a la comunidad estudiantil. Más allá de estas opciones, el intercambio solidario e informal entre los jóvenes, seguirá constituyendo una importante red de apoyo y colaboración ante carencias tecnológicas y otras limitantes de acceso. Incidir sobre un consumo crítico y responsable mediante estas vías, es también una tarea colectiva.

En definitiva, intentar describir el consumo cultural de los jóvenes de la UCLV es aventurarse a trazar un mapa irregular, donde confluyen opiniones y gustos diversos, desigualdades y solidaridades, proyectos y potencialidades aún sin explotar que pueden transformar el panorama actual de la vida cultural universitaria.

Por Dr. C. Dennys Malvina Valdés Águila 

Consumos culturales en el contexto universitario cubano
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