«La UCLV es una adicción». Así escuché hace unos días mientras caminaba por el campus universitario. El autor de la frase, un estudiante del que apenas recuerdo el tono de voz, parecía nostálgico y deprimido. Pocos minutos después lo pude comprobar cuando, con iguales emociones, le dijo a su amiga que no quería pensar en el cercano momento de la despedida. 

Nuestra Universidad tiene ese don de dejar en silencio, sin más fuerzas que las necesarias para mirarla, sentirla, amarla… Pocos imaginaron que aquel domingo 30 de noviembre de 1952, hace ya 73 años, nacía un lugar tan mágico y apasionante, capaz de lograr conexiones y sentimientos. Solo quienes por ella han transitado saben de la pasión que puede generar su brisa y su fragancia. 

La UCLV alberga un espíritu peculiar, una esencia que no se limita a sus aulas, laboratorios y becas. Muchos hemos intentado descubrirla y encontrar sus orígenes, pero ella se encarga de no revelarnos detalles. Tal vez sea ese el mayor de sus encantos: el sincretismo, la mística, el arte de ser sin pretenderlo. 

Aquí muchos descubren su talento y encuentran el afán para soñar. No pocos han explorado sus dotes artísticos en una noche de festival, con el aplauso de un público diverso y exigente. Otros han mostrado sus habilidades deportivas en una intensa jornada de Criollos, entre los vítores de los espectadores y la emoción de la competencia. Y es que esta casa grande inspira confianza y promueve voluntades. 

La UCLV es el sitio de los hermosos atardeceres en los que han quedado tantos suspiros, es el recuerdo de aquella canción romántica dedicada en el parque de las mentiras, la musa de los primeros poemas y el café del amigo durante la madrugada. La UCLV es el refugio de los que buscan un camino, la certeza de los que dudan, el argumento de los que no comprenden. 

En este campus, el verde es más que el color natural; es la fe de los que llegan con pasión, la esperanza de lo diferente, el sentido de la utopía. Entre sus árboles y senderos se escuchan los sonidos universitarios, esa poesía bucólica que enamora al más escéptico y contagia al visitante. 

Para entender la UCLV hay que vivirla y quererla. Muchos llegan preocupados y temerosos cuando se adentran en ella; pero el tiempo les demuestra que aquí los miedos se opacan con amigos y las frustraciones se comparten, que una tarde de dominó en el edificio 900 es capaz de cambiar el rumbo y que el sentido de la vida también puede llevar birrete. 

Nuestra Universidad ya cumple 73 años, pero ha sabido sortearlos con el mismo espíritu de los que no quieren abandonarla. Hace poco, un grupo de estudiantes buscaba una palabra que resumiera su significado y, entre tantas propuestas, una se repetía con la claridad de quienes a diario lo confirman: «familia».

Familia UCLV
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