Muchos miraron sus relojes para recordar la hora exacta de aquel momento: eran las 11:00 a. m. del 30 de noviembre de 1952. En el edificio de Humanidades-Educación, el único terminado hasta esa fecha, comenzaba el acto de apertura del primer curso académico de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV). Nacía una casa grande para acoger a sus hijos.

Así se iniciaba la historia de esta institución que, a lo largo de sus siete décadas, ha recibido a miles de jóvenes en busca de un sueño. Han cambiado los tiempos y, con ellos, las generaciones, pero siempre perdura el recuerdo de los años en la UCLV.

Los estudiantes llegan temerosos y confundidos a las puertas de esta alma mater, pero ella los consuela con su belleza y les marca un sendero al interior de su universo. El miedo se transforma en confianza; la confianza, en felicidad.

La UCLV hechiza a quienes transitan por su campus; es un amor a primera vista, una pasión voraz por el verde de sus avenidas. Cada sitio deja un recuerdo, una palabra perdida, un silencio, una alegría… Cada suspiro representa una experiencia, cada experiencia reconstruye una lección.

Muchos la extrañan por las tardes de deporte, las visitas al gimnasio, las aventuras con los compañeros de grupo. Otros rememoran las noches de tertulia en el Parque de las Mentiras, las madrugadas de desvelo antes de un examen, el café del amigo para contener el sueño.

Resultan memorables las jornadas de Juegos Criollos, las noches de festivales, las peñas de la Caña Santa, las celebraciones estudiantiles; una amalgama de tradiciones que pervive en cada generación como una indeleble huella de la estancia universitaria.

No se olvida «el dobleee» de la icónica Betty, que resuena cada tarde en el comedor. Perduran también los atardeceres desde el edificio 900, los debates futbolísticos, los partidos de dominó…

La UCLV es el sitio de los primeros amores, de las risas y las lágrimas, de los cuentos entre amigos. Aquí nacen sentimientos, crecen aptitudes, surgen certezas y esperanzas.

Esta es la universidad de Marta Abreu, una institución plural, abierta al pueblo, pintada de negro, de mulato, de obrero, de campesino, como pidió el Che Guevara. Esta es una alma mater comprometida con la ciencia y el desarrollo del país, donde se formó el presidente y tantas otras personalidades.

Como en 1952, universitarios de otras generaciones miran hoy sus relojes, esta vez para registrar la hora exacta de la celebración por las siete décadas de existencia. Son setenta años de retos y victorias, anécdotas y compromisos, enseñanzas y motivaciones; setenta años a la luz del porvenir para encontrar la utopía.

Por Lisvany Martín Rodríguez