«Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos trovado». Así lo contarán Ernesto Fabián y Juan Pablo, ambos estudiantes de la UCLV y miembros de la Caña Santa, proyecto que respira la trova de los jóvenes creadores y vale como la infusión para entretener el hambre y el alma.

La infusión de Caña Santa tiene usos medicinales, entre ellos como antihipertensivo, además, se le atribuye la propiedad de ansiolítico. Lo que respecta a la yerba con fines curanderos me lo dijo mi abuela porque esto de la medicina verde no es lo mío.

Aunque nadie nos dio velas en este entierro y menos en el de la planta, al poner en evidencia sus valores, quizás la trova es lo ideal para dar cualidades sobre ello; o mejor dicho, los trovadores que hacían correr la música por la sangre y cantaban para prometer un tranquilizante contra la ansiedad de todo cuanto pudiera estarnos afectando.

Tal vez algunos ya imaginan por dónde le entra el agua al coco (agua de coco: buenísima para contrarrestar la resaca; esto no es parte del asunto, pero mi abuela me pidió decírselos también) porque entre tantos remedios está la peña Caña Santa que, en tiempos normales, se realizaba en la Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas.

Ernesto Fabián, de quien presentamos su obra en una publicación pasada, y Juan Pablo, estudiante Ciencias de la Computación en la UCLV, son integrantes del proyecto con años de vida y ganas de hacer, y que se extendió a Santa Clara con La hora de los mameyes.

«En situaciones bastante complejas mantuvimos la peña, sin audio y hasta una vez nadie tenía una “santa guitarra” y hubo que meter caña a voz pelada», nos dice Juan Pablo, el último santo de la caña.

«El proyecto nació en la UCLV, en un momento de escasez de todo menos del arte y las ganas de crear. Originalmente estaba compuesto y conducido por estudiantes de Filología, que hacían de aquello algo fantástico con poesía y narraciones… cosas de filólogos, —como dice mi madre que la conoció en sus inicios— y ahí sentían calorcito los trovadores jóvenes que aún no tenían, quizá, un lugar más propio donde hacer de las suyas».

Por su parte, Fabián lleva mucho más tiempo de trovadicto en la Caña Santa y cuenta cómo se vinculó.

«Cuando estaba en el preuniversitario, Yeni Turiño, trovadora contemporánea conmigo, me comentó varias veces que pasara por la peña en la AHS. Un día Mani (Yasmani) López, integrante del dúo Círculo de Tiza, que también tocaban en La hora de los mameyes, me invitó oficialmente a tocar y desde ese momento me acogieron entre todos los integrantes y bueno… comencé a ser parte de ellos y del espacio».

Juan Pablo hace memoria del momento en que Yeni Turiño lo miró con cara de “pobrecito” cuando terminó de cantar.

«Ella lo cuenta diferente, pero yo lo recuerdo así, me dijo: ‹a este lo podemos salvar, esas canciones no están tan mal›, después fue una sarta de críticas…”me quemaron”. Ese día me replantee lo de ser trovador».

«Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos trovado», ¡ah no!, ¿cómo era?… Bueno, mejor les digo cómo los muchachos llegaron a la música.

Ambos son parte de un pedacito propio de la trova, aunque con diferencias en sus acercamientos a la música. Fabián comenzó desde los seis años con la guitarra, a los siete a cantar y la historia siguió.

«Siempre lo tomé muy en serio. Creo que el momento en que dije ‹definitivamente quiero ser esto›, es cuando comencé a componer mis primeras canciones con 13 años. Ahí se me hizo más grande la necesidad de tener que plasmar en el papel y el canto todo lo que pensaba y sentía».

La historia del cibernético (Juan Pablo) es sólo un poco distinta. Nos cuenta que empezó a los 15 años y aunque el vocablo “trova” no le gustaba, fue tomando parte en ello con el tiempo. Pero Ernesto y Juan Pablo tuvieron todo tipo de música por escuchar, y aún descubren, antes de quedarse con la que alimentó y alimentará su arte: la canción de autor.

«Me influencia mucha buena música, voy pensando y mientras más pienso…más aparecen. Creo que la mayor influencia está en cuánto uno logre reinventarse» comentó Fabián, quien busca nuevas ideas y formas de crear sus canciones, sobre todo en la música instrumental.

«Yo tenía una lista de reproducción grandísima y con el tiempo fui quitando canciones que llegaba a odiar. Iba dejando cosas de la onda de Buena Fe y Calle 13, y a través de ellos me acerqué a las “canciones de parque”», contó Pablo y agregó que luego llegaron Silvio Rodríguez, Carlos Varela, Santiago Feliú, Frank Delgado y ahora los trovadores de Santa Clara como lo más reciente.

Y si algunas cosas los diferencian, se vuelven mínimas cuando despiertan frente al fenómeno de la vida bohemia en Santa Clara. Para Fabián tal vez no era nuevo mirar sus calles, escribió Malecón sin mar con sólo ir de paso, pero en algún momento fue un descubrimiento vivirlo, tanto para él como para Pablo. Cualquiera siente tentación por crear sobre la ciudad o por lo menos dejarse crecer entre la gente que la vive y que está de paso.

«Cuando hice Malecón sin mar nunca había estado allí, sólo pasaba y recuerdo que se sentaban personas extrañas a tocar guitarra, se me iba la mirada hacia ellos. Era muy joven, incluso haciendo canciones, pero Malecón sin mar la considero mi primera canción lograda, porque pude llevar lo que tenía en mi cabeza a la composición, quería que fuera una analogía entre el malecón sin mar y yo sin algo».

Yo soy el que te habla, abuela de asfalto…, escribiría en la canción Ciudad a cuestas al intentar responder a la pregunta de una periodista sobre qué se llevaría de Santa Clara. Es de esperar el mejunje ideal de quien tiene una composición entre no escribir versos en vano y la inspiración. Como dijo: «el amor siempre me mueve a hacer».

«La verdad es que escribo las canciones para mí…, para curarme. Pero claro está… mi arte también sirve a otras personas para tener un hombro donde apoyar su cabeza y algo en qué calibrar sus pensamientos y sus sentimientos».
Sobre Juan Pablo la “mata de la trova” tiene tanta relevancia que lo llevó a alejarse de su provincia, Camagüey, para estudiar en la UCLV. Venía con historias sobre Santa Clara, ahora tiene nostalgia de tanta historia propia que creó.

«Santa Clara para mí, al primer momento, fue como una ruleta rusa y cuando estuve en el Mejunje no podía creer que algo como eso estuviera ocurriendo en Cuba y no fuera lo más famoso del país».

Le impresiona ver a trovadores con unos 60 años amanecer en una descarga. Esa pasión —está seguro— tiene que ver con la ciudad y la vida que surge cuando no hay más que sereno.

«A uno le hace pensar que mucho deben sentir para atreverse a tanto. Por ahí imaginas todo lo que hay detrás; lo importante que es para ellos la sensación de estar descargando en un parque».

En una ciudad convertida a través de la razón de crear y en una universidad donde el impulso hacia la trova no cesa…la Caña Santa más sanadora no puede ser para los jóvenes creadores, y a la “hora de los mameyes” tienen a la AHS en Santa Clara.

Aunque en estos momentos esos espacios no dominan, sino de forma virtual, ambos artistas siguen el camino de su creación. Ernesto Fabián parece decir al oído cada palabra como sutura a las heridas, como recuerdo, consejo o Sentencia ante la vida, y Juan Pablo me dijo tanto que terminó declarando su amor por el proyecto que le dio las luces a él y a muchos.

«Amar algo sin forma no es difícil; te lo llevas a donde sea, lo malo es que en cualquier lugar no se puede tener el calorcito que siente un trovador en la Caña Santa, y llevarla así, a veces no basta. Mientras, espero volver a encontrarme pronto con todos, para seguir haciendo de las nuestras y volver a la universidad a hacer peñas, canción, poesía y risa».

Por Yamila González Pérez, estudiante de Periodismo

Tomado de Criollito