Coronavirus, cuarentena, crisis global: trending topic de los últimos meses. Palabras que nadie creyó escuchar, o vivir, cuando en diciembre vimos las primeras noticias de un virus y su impacto en la lejana China. Hoy, con 185 países con casos confirmados de COVID-19 y más de 15 millones de personas positivas en todo el mundo, pareciera que la enfermedad llegó para quedarse e insiste en acabar con nuestra vida normal.

En estos últimos meses cada país ha tomado medidas específicas teniendo en cuenta sus características, pero la cuarentena ha sido denominador común en casi todos, aunque con distintos niveles de obligatoriedad. El encierro ha causado varios estragos: crisis de ansiedad, aumento de la violencia doméstica, desempleo; lo cierto es que nos ha obligado a abandonar nuestras rutinas y aprender a convivir con nuestras familias y con nosotros mismos.

Para enfrentar satisfactoriamente esta situación muchos son los consejos y la mayoría de los expertos coinciden en ver el coronavirus como la oportunidad para hacer todo aquello que llevamos tanto tiempo postergando: leer un buen libro, hacer ejercicios, cultivar plantas, desacelerar un poco y concentrarnos en el bienestar del alma. El hogar se ha convertido en el mejor refugio y la familia en el compañero ideal, pero muchos son los que sufren la separación de sus seres queridos y la soledad de enfrentarse a la pandemia en un país extraño.

Es el caso de varios trabajadores de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas que se encuentran cumpliendo tareas institucionales en diferentes países. Para conocer sus experiencias nos acercamos a dos de los que, por motivos laborales, el coronavirus ha cogido fuera de base —como diría un buen cubano—.

Aleida Suárez Ramírez se encuentra en el estado de Miranda de la República Bolivariana de Venezuela. Allí es asesora de la “Misión Educación Superior” que se encarga de establecer vínculos con las universidades para llevar los estudios universitarios gratuitos a todo el país.

“Aunque estemos en cuarentena, el trabajo continúa. Seguimos el programa Universidad en casa y orientamos todo lo relacionado con la educación a distancia para los diferentes programas de formación. Hemos mantenido la comunicación con nuestros compañeros venezolanos y la casa se ha convertido en un salón de clases”, me cuenta.

Cuando le pregunto por la familia me habla con añoranza de sus padres ancianos, su esposo y sus dos hijas. “Uno se prepara para el trabajo y para las mayores complejidades, pero la distancia de la familia es dolorosa. Aquí uno establece sus rutinas, hace amistades y establece relaciones que te unen a la cultura venezolana. Hay días tristes y nostálgicos, otros me doy fuerza y sigo adelante. ¿La verdad? Me siento útil y sé que nuestro trabajo aquí es necesario”.

Precisamente, el trabajo ha sido la vía para evadir la soledad y la tristeza. Leidi, como le llaman cariñosamente en el teatro de la UCLV, nos cuenta: “visitamos universidades y aldeas universitarias, participamos en jornadas de preparación metodológica, cursos de dirección y contribuimos a la preparación del trabajo. Incluso tenemos un CDR y hacemos guardias y trabajos voluntarios. Es una Cuba pequeña”.

Por su parte, Gustavo Hernández Arteaga, está en Portugal, específicamente en Coimbra, terminando su tesis de maestría y colaborando con el Instituto de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Coimbra, en varios proyectos de la Red JUST SIDE, sobre Derechos y Ambiente.

Gustavo confiesa que ha tenido poco tiempo para pensar en la pandemia, pero no puede huir de la incertidumbre y la preocupación por la familia y los amigos. “Han sido días difíciles y cada uno ha tenido que sacar el psicólogo que lleva dentro. Entender que la coyuntura o emergencia provocada por la COVID-19 es temporal, por suerte la densidad de trabajo me ayuda a salir un poco de esas variables que nos paralizan”.

Le hablo del peso de la distancia en una situación como esta y me explica: “cuando uno ha tenido que estudiar lejos, se va adaptando y se equilibra. Todo ha sido más llevadero gracias al Internet, a los compañeros de la universidad y a ese equipo de Relaciones Internacionales de la UCLV que han sido espectaculares y con un nivel de empatía extraordinario”.

Al despedirnos Gustavo me dejó estas palabras que retratan la idiosincrasia de los cubanos: “Nosotros los cubanos somos de acero valyrio1. Tenemos la fuerza de un Gaguairán2, quizás por eso siempre hemos vivido en una excepcionalidad imperceptible”.

  1. El acero valyrio es más liviano, más fuerte y más afilado que el mejor acero forjado en la saga Juego de Tronos.
  2. El Caguairán es incorruptible, compacto, de una dureza extraordinaria, escribió el sabio cubano Tomás Roig en su diccionario botánico.