Por: Dennys Malvina Valdés

Era el año del centenario del natalicio de José Martí —1953— y se presentaba nada halagüeño. Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! –expresó Fidel en su alegato “La historia me absolverá-. Pero ese mismo año sucedió algo de suma importancia en Cuba que frenó la caída en picado, produciéndose, a partir de entonces, un ascenso moral y cultural de amplio alcance social.

Hagamos un poco de Historia

Dos piezas, una para la sala-comedor y otra para el cuarto, más un pequeño baño y una cocina conforman el apartamento número 603 del edificio 164 de la calle 25, entre O e Infanta, en el barrio del Vedado en La Habana. Allí, se comenzaron a preparar las acciones combativas del 26 de julio del año 1953.

Aquel barrio tranquilo y sosegado, donde Abel habría rentado aquel apartamento, veía cómo varios jóvenes se reunían tranquilamente a charlar en su interior lo que no podían imaginar era que fueran los que darían un vuelco a la historia, Jesús Montané Oropesa, Melba Hernández, Raúl Martínez Arará, Ñico López, Boris Luis Santacoloma, Raúl Gómez García y otros como José Ramón Martínez Álvarez que aquel 24 de julio de 1953 besó a su madre diciéndole que iba a una excursión a Varadero, José Suárez Blanco (Pepe),artemiseño que también saldría hacia Santiago junto a 28 jóvenes, entre ellos el actual Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, salieron hacia los sucesos del Moncada.

«Éramos un puñado, pero llevábamos el espíritu del pueblo, inspirados en la prédica martiana de no mirar de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber», afirmó Ramiro Valdés en el año 2014, cuando celebraron en esta provincia un aniversario más del hecho histórico.

Los días previos al asalto, el apartamento en La Habana estaba muy tranquilo y disminuyeron las reuniones. Se guardaba la discreción para burlar la vigilancia de los servicios de inteligencia de la dictadura. El 7 de julio, Fidel envía a Abel a Santiago. Le corresponde ultimar los detalles junto al joven santiaguero Renato Guitar en la casa Villa Blanca de la Granja Siboney, y de allí parten hacia los objetivos militares la noche del 25 julio amanecer 26

Por esos días ya existen otras sedes de reunión en la capital como Jovellar 107, en casa de Melba Hernández, en el bar Mi Tío, ubicado en la intercepción de la avenida Infanta con la calle 23, en una vivienda del municipio Marianao y el lugar de mayor reunión, el edificio 910 en calle 11, donde vivía Natalia Revuelta, una gran colaboradora, quien recibió instrucciones de divulgar el hecho en la prensa si se lograba la victoria.

El hecho histórico

En la madrugada del 26 de julio en la Granja Siboney de Santiago de Cuba se leía contundentemente el Manifiesto del Moncada, escrito por Raúl Gómez García. Después de cantar el Himno Nacional, partían varios grupos de jóvenes armados para asaltar el Cuartel Moncada, tomar el Palacio de Justicia y el Hospital Saturnino Lora en la urbe santiaguera. Al unísono en Bayamo se dirigían hacia el Cuartel Carlos Manuel de Céspedes.

Antes de los ataques, Fidel habló a sus compañeros: «Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró José Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertad o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad».

Los 131 combatientes, vestidos con uniformes del ejército se organizaron en tres grupos: el primero dirigiría sus esfuerzos al edificio principal: el cuartel Moncada. El resto, encabezados por Abel Santamaría y Raúl Castro, intentarían tomar el Hospital Civil y el Palacio de Justicia, respectivamente

 Aquella Mañana de la Santa Ana

Era domingo de carnaval aquel 26 de Julio de 1953 en Santiago de Cuba cuando, de madrugada a las 5 y 15 a.m, la fatalidad quiso que la mejor arma que poseían los revolucionarios –el factor sorpresa- quedara neutralizada al toparse con una pareja de la llamada “guardia cosaca”. A pesar de ello, la supremacía correspondió a los asaltantes, quienes causaron al ejército treinta bajas, de ellas once muertos y diecisiete heridos. Pero el Moncada acogía en su interior a más de mil soldados de la tiranía, contra los que, eliminado el mencionado factor sorpresa, poco o nada se podía hacer. De modo que los revolucionarios optaron por retirarse, luego de combatir durante dos horas y cuarenta y cinco minutos, aproximadamente.

La represión desatada por los tiranos contra los asaltantes fue de lo más salvaje que uno puede imaginar; para probar esta afirmación sobran los ejemplos. Apresados tras el asalto, a Abel Santamaría le sacaron los ojos y a Boris Luis Santa Coloma –hermano y novio de Haydée Santamaría respectivamente- le arrancaron los testículos. Una veintena de combatientes –entre los que ellos se encontraban- fueron sacados con vida del Hospital Saturnino Lora y trasladados por los soldados de la tiranía al asaltado cuartel, donde por orden de Batista –éste ordenó matar a diez prisioneros por cada soldado muerto- fueron salvajemente torturados y asesinados.

En ese mismo hospital cumplieron su misión Haydée Santamaría y Melba Hernández, quienes igualmente fueron detenidas y llevadas al Moncada. Estas dos mujeres fueron testigos de excepción de la masacre allí cometida. Si no las ultimaron a ellas también fue porque un fotógrafo, que acompañaba a la periodista Marta Rojas, simuló hacerles una fotografía -no tenía película en la cámara- y, regándose la noticia de que en el cuartel había dos mujeres detenidas, los soldados ya no podían presentarlas como muertas en combate. A otros compañeros los asesinaron en el Hospital inyectándole en las venas aire y alcanfor. Pedro Miret sobrevivió y, en el transcurso del juicio, denunció el hecho.

Después, los cadáveres de algunos combatientes fueron dispersos por diferentes lugares del cuartel. A otros los arrojaron en las proximidades de El Caney y Siboney… también de Songo y La Maya, para simular su muerte en combate.

Los participantes en el asalto al cuartel de Bayamo no tuvieron mejor suerte. Basta citar un solo ejemplo para mostrar la masacre allí cometida: Tras ser detenidos, Hugo Camejo y Pedro Véliz fueron ahorcados atados con una cuerda al cuello y arrastrados por un vehículo en el Callejón de Sofía, cerca del cementerio de Veguitas. Al igual que a sus compañeros, a Andrés García Díaz le aplicaron el mismo método asesino. Dado por muerto, éste sin embargo, sobrevivió y pudo denunciar el hecho.

De las 70 personas que murieron el 26 de julio y en días posteriores a manos de la tiranía, sólo ocho cayeron en combate; el resto de los cadáveres, sin excepción alguna, presentaban signos de evidentes mutilaciones y salvajes torturas.

Dante dividió su infierno en 9 círculos: puso en el séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio adecuado al alma de este hombre… si este hombre tuviera alma! Quien alentó los hechos atroces de Santiago de Cuba, no tiene entrañas siquiera -la cursiva es de Fidel refiriéndose a Fulgencio Batista y Zaldivar.

No es extraño que en Cuba, el 26 de Julio de 1953 sea mucho más que una fecha y que, coincidiendo con ésta, cada año se celebre el Día de la Rebeldía Nacional. Sabemos muy bien a que se tradujo aquel heroico suceso del Moncada. Por eso en la Isla irredenta, desde entonces, siempre es 26 de Julio.