La energía vital encontró refugio en el menudo cuerpo de María Teresa Hernández y allí habita desde hace 73 años, para bien de la ciencia, la microbiología del azúcar y de quienes le conocen.

Los estudios superiores de la alumna de Ingeniería Química de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV) estuvieron marcados por el momento convulso que vivía el país en la década del 50 del siglo último, y en el tercer año de la carrera participó en las huelgas que llevaron al cierre de la institución.

En febrero de 1959, a los pocos días del triunfo popular, se reabre el curso académico y mientras la nueva dirección de la nación pedía especialistas para la industria azucarera, enemigos de la Revolución facilitaron a educandos de los últimos años, continuar la carrera en la Universidad de Monterrey, México.

Los alumnos de los grados superiores, iniciadores de esa carrera, se fueron, menos María Teresa, quien exigió la continuación de su instrucción. Fue así la única alumna de su clase y resultó el primer graduado de Ingeniería Química de la UCLV.

La mirada de la doctora en Ciencias Técnicas se vuelve intensa cuando evoca aquellos días de grandes transformaciones en la vida nacional y la suya propia.

En el torbellino de cambios se graduó María Teresa, quien contrajo matrimonio, tuvo dos hijos, respondió a un sinnúmero de tareas y aún recuerda las lágrimas de su madre, quien dudaba que su hija pudiera titularse ante la cantidad de retos que se había impuesto.

Vestida siempre a la moda, no falta una flor u otro detalle en su blusa, desafía a la vida con alegría y dice que canta desde los 17 meses de nacida, aptitudes musicales que muestra con desenfado en eventos científicos y reuniones de la más variada índole.

Su rostro sonriente preludia un gracioso recuerdo cuando en 1975 fue a un importante foro científico en Viena, donde resultó la única mujer entre tantos hombres de ciencias.

En medio del Palacio Paladicini, joya de la arquitectura clásica de 1784, la investigadora entonó “Gracias a la Vida”, de la autora chilena Violeta Parra, lo cual arrancó vivos aplausos del auditorio.

Esta señora de carácter afable, dejó una impronta de tres décadas en la Universidad Central, donde administró una planta de conservas, impartió clases de microbiología técnica, fue jefa de post grado, vicedecana de investigaciones, dirigió el centro de información y las relaciones internacionales.

Importante resultó su paso por el Centro de Investigaciones del Azúcar y sus Derivados, de la institución docente, donde inició estudios que se convirtieron en su tesis sobre microbiología azucarera, con la cual defendió el Doctorado en 1978.

Decidió jubilarse en 1992, y echó mano a sus excelentes dotes de costurera, práctica que no duró mucho porque la llamaron con el nacimiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).

Había mucha reserva de experiencia y sabiduría ociosa.

Su quehacer científico la ha llevado al Reino Unido, España, la antigua Unión Soviética, Austria, Venezuela, México, Argentina, Ecuador, Guatemala y Canadá.

No cesan los planes futuros, pues piensa regresar este año al país azteca, mientras mantiene su accionar en el CITMA en el control de la actividad de la Ciencia. Además, es miembro del Tribunal Nacional Científico en Ingeniería Química, desde 1992.

Tiene tres hijos, reconocidos por su labor y de quienes exalta la disposición permanente ante el trabajo.

Un poco en broma, recuerda a una vieja amiga que, en una hermosa noche de verano, cuando observaba las estrellas, le dijo, que ella cargaba su vitalidad del planeta Marte. No obstante, María Teresa  guarda el secreto de esa fuerza interior que bien pudiera brotar de una buena salud, un profundo  optimismo y una inmensa alegría de vivir.

 

Por: Luz María Martínez

Publicado originalmente en AIN 22, Rostros de hoy, mayo de 2010