Pertenecer siempre ha sido un concepto esquivo, una necesidad surgida del miedo, del terror apabullante a la orfandad del cuerpo y del alma. Tantas veces convergemos en la búsqueda litúrgica del lugar que apuntale nuestras pertenencias, un sitio común a todos, un santuario al que ofrendarle pasiones, secretos, esperanzas, y en el que encontremos cómplices dispuestos a compartir el camino.

Mi universidad es el rincón cósmico que lava las ausencias, la casona grande donde aprendemos las virtudes de vivir una vida así, en mayúsculas, a la que llegamos de vez en vez vírgenes de dichas y desilusiones. Hace diecinueve meses no atravieso los portones que marcan su entrada, y no, no cuento el puñado de semanas novembrinas de amigos al cincuenta por ciento y temores pandémicos, ahora mismo ese café universitario mezclado con granos ajenos y endulzado con aquella azúcar prieta terrible, que tomábamos en los pasillos, suena ahora a brebaje necesario y salvador.

Estatua de Marta Abreu_UCLV

Ella asimila el latir de sus gentes, somos plurales e imprescindibles, cada uno la ve a través de su prisma particular, cada cual toma de ella lo que quiere y deja lo que considera oportuno, pero ni la criatura más indiferente diría que no a una ronda de risas en el Parque de las Mentiras, a una conferencia inspiradora de su asignatura favorita, a un nuevo descubrimiento.

Acordemos que ninguno regresa como la persona que se marchó, igual que Heráclito de Éfeso al pasar nuevamente por el río, hemos cambiado. Los últimos meses han sido de una travesía argonáutica esclava de las circunstancias que nos han forzado a reinventarnos, a crecer, a ser mejores, pero también a aceptar que hemos tenido miedo, que hemos perdido mucho, por momentos, incluso, hasta a nosotros mismos.

Volver es también una manera de sanar, regresar es un exorcismo. Todavía tenemos que descubrir quiénes somos ahora, qué haremos de nuestra universidad, pero por algún desajuste kármico, por un imponderable de los cataclismos que hemos soportados, esos pasillos y esa gente lo hacen ver todo más sencillo, posible.

Para los que empiezan y para los que ven más cerca las fanfarrias del final del viaje, este su momento, su universidad, sus vidas, la hora de agradecer en una plegaria muda haber retornado a casa. Pertenecer es un alivio huidizo que la universidad de Marta siempre encuentra.

Por Samuel Ernesto Viamonte Sardiñas, estudiante de Periodismo

Fotos: Dirección de Comunicación Institucional de la UCLV

Tomado de Criollito