El galeno cubano Carlos Juan Finlay de Barres (1833-1915) vivió etapas importantes en la historia de Cuba. Estas fueron parte de un periodo prolongado que atravesara momentos convulsos y definitorios del proceso de formación de la nacionalidad cubana.

El estudio de su personalidad, como ejemplo de paradigma dentro de la Ciencias Médicas, devela sus valores éticos profesionales. Esto se revela en los criterios de autores que han escrito sobre este eminente doctor, al decir que es indudable que utilizar la figura de Finlay para fines educativos debe dejar huellas indelebles en los jóvenes y repercutir en sus formas de ver la vida, de pensar, de actuar.

Al hablar de la ética profesional del insigne médico se justifica atribuirle cualidades morales excepcionales reveladas en su actividad científica, la que estuvo vertebrada por la forma sui generis de la unidad: ciencia-humanismo-patriotismo como piedras angulares de su conducta.

Entre los valores éticos profesionales que lo acompañaron siempre en su accionar estuvieron el amor a la profesión, el sentido del deber, la responsabilidad ante las ciencias, disciplina, bondad, paciencia, altruismo, generosidad, cooperación, modestia, sencillez, desinterés, así como ilimitado interés por el bienestar, cuidado y conservación de la vida humana.

Su contribución a las Ciencias Médicas (descubrimiento del agente trasmisor de la fiebre amarilla en 1881), fue original y decisiva. Puso de manifiesto un razonamiento enteramente dialéctico, digno de un investigador objetivo. Enunciar una teoría nueva y verdadera fue su genialidad. Su nivel científico, estudios, la profundidad de sus conocimientos, su mente clara y su intuición fueron los elementos que lo condujeron a su magistral aporte.

Fue capaz de reproducir por primera vez en el mundo formas leves de la fiebre amarilla y crear de manera experimental el primer caso de inmunidad contra la enfermedad, para ello estuvo guiado por dos principios: no producir formas graves o mortales de la enfermedad y no provocar un caso de fiebre amarilla en un área libre de esta, aspecto este que resalta el carácter ético de su obra.

Para Finlay, la medicina no podía ni debía entrañar el más mínimo sufrimiento o riesgo en el ser humano. No justificaba ningún procedimiento o método que comprometiera la salud o vida del individuo.

Los que lo conocieron lo describen como el perfecto ejemplo de médico querido, con aguda mentalidad e incansable persistencia. Fue erudito en otros campos, autoridad en sus estudios, firme e infatigable en la profesión y de observación escrupulosa con apego a los atributos de la verdad y las reglas.  Fue un profesional que nunca anticipaba prematuramente sus opiniones ni juicios, y no participaba en una discusión sin estudiar antes el tema en cuestión.

Demostró su capacidad para asimilar lo nuevo y buscar la explicación y comprobación de los fenómenos biológicos, fue un profesional de la medicina consagrado a la investigación.

Cuba y el mundo honran al hombre que no erró, ni en la ciencia, ni en la moral, al profesional fiel al principio de entrelazar la práctica clínica con la investigación y la experimentación. Resultó justa la decisión de la UNESCO de considerarlo entre los seis grandes microbiólogos de todos los tiempos y entre los grandes benefactores de la humanidad.