Un interior hermoso se construye amando la vida y deshaciéndonos de las ausencias y de los sentimientos negativos. Se constituye engrandeciendo nuestro mundo interior, haciéndolo más extenso, eliminando el egoísmo  y coleccionando motivos propios. El amor siempre produce y construye con suavidad; crea tu propia belleza y evita que el dolor te endurezca.

El día del amor va más allá de un espacio para parejas y amigos, familias; es un reencuentro con lo que llevamos dentro y proyectamos con utilidad en nuestro quehacer diario.  Es una actitud que tienes frente a la vida sobre qué vas dejando en los demás por tu paso. Expresó Antoine de Saint Exupéry en su novela Vuelo nocturno: El amor no se gasta, el amor aumenta cuando se reparte”. Y lo valioso de todo esto se encuentra en la gentileza, ternura, comprensión, entendimiento y respeto. Quien lleva amor lo ofrece en sus acciones como sin querer.

Defender el amor es también preservar aquello que nos hace vivir más felices y en armonía con nosotros y nuestro entorno.

                                               La negra y la rosa

La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano.
La rosa y el sueño apartan, en una superposición mágica, todo el triste atavío de la muchacha: las medias rosas caladas, la blusa verde y transparente, el sombrero de paja de oro con amapolas moradas. Indefensa con el sueño, se sonríe, la rosa blanca en la mano negra.
¡Cómo la lleva! Parece que va soñando con llevarla bien. Inconsciente, la cuida —con la seguridad de una sonámbula— y es su delicadeza como si esta mañana la hubiera dado ella a luz, como si ella se sintiera, en sueños, madre del alma de una rosa blanca. A veces, se le rinde sobre el pecho, o sobre un hombro, la pobre cabeza de humo rizado, que irisa el sol cual si fuese de oro, pero la mano en que tiene la rosa mantiene su honor, abanderada de la primavera.
Una realidad invisible anda por todo el subterráneo, cuyo estrepitoso negror rechinante, sucio y cálido, apenas se siente. Todos han dejado sus periódicos, sus gomas y sus gritos; están absortos, como en una pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra exalta y que es como la conciencia del subterráneo. Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa blanca, a primavera mejor, a eternidad…

Tomado de «El amor en el mar» en Diario de un poeta recién casado, 1916.  Juan Ramón Jiménez