Desde este enero de 2018 es acreedora de la Categoría Especial de Profesor Emérito. La recibió a solo dos días del 165 Aniversario del natalicio del Apóstol, a quien estudia y venera como toda cubana. Sus 79 años no han logrado apagar la luz que tras el triunfo alumbró el camino hacia la enseñanza comprometida de esta sencilla, virtuosa y tierna educadora.

Pobre, negra y mujer, se burló de los prejuicios sociales para imponerse con un talento único y una vocación natural de enseñar descubierta desde la niñez y atestiguada en una vida consagrada a la Pedagogía y a la Revolución cubana, que la redimió de la oscuridad neocolonial.

La Doctora en Ciencias Pedagógicas Selva Dolores Pérez Silva, sigue siendo alegre y optimista; continúa junto a los jóvenes con el mismo frescor de siempre, mostrándoles la maravilla de su profesión desde los preceptos de Varela, Martí y Fidel.

Con la misma sonrisa de siempre en ese rostro que no envejece, hoy confiesa sentirse realizada. Aquella joven atrevida con afán de superación se convirtió en una reconocida profesora Titular y Consultante, que además dirige desde hace 29 años la Cátedra Félix Varela, de la Sede Pedagógica del mismo nombre, antigua Universidad de Ciencias Pedagógicas de Villa Clara. La Selva que sufrió discriminaciones en su etapa inicial llegó a convertirse en Personalidad distinguida de la provincia que la vio nacer, crecer y desarrollarse.

¿Cuándo comenzó su inclinación por la enseñanza?

Mi vida comienza en un hogar de obreros. Mi padre era carpintero; mi mamá y mi abuelita, despalilladoras de tabaco. A ellas de madrugada las veía irse con sus mantas para las escogidas para poder ganar algunos centavos porque la situación económica en aquella república antes del 59 no era nada deseable.

Procedo de ese hogar humilde pero muy amoroso y con muchos deseos de que sus dos hijos, es decir, mi hermano mayor y yo, nos hiciéramos personas de bien y preparadas. A él realmente no le llamo la atención el estudio, quiso ser carpintero como mi padre. Pero a mí sí. Desde la escuela mis maestras eran tan maravillosas que quería imitarlas, incluso, mi padre que me vio siempre esas manifestaciones, como carpintero al fin, me hacía pizarritas y me buscaba tizas.

Imaginariamente sentaba alumnos para darles clases y a veces a los muchachitos del barrio, porque quería repetir la letra tan linda que tenían mis maestras cuando escribían en el pizzarrón. Hoy, a tanto tiempo de ese sueño, realmente me siento realizada porque tuve la oportunidad que siempre añoré de ser maestra.

Al principio no fue fácil…

En el barrio de nosotros que tenía su fama, el Condado, había prostitución, drogas, bares y cantinas, pero mis padres y mi abuelita nos criaron a mi hermano y a mí enrejados y alejados de ese ambiente. Incluso, mi madre arriesgándose me puso en escuelas del centro de la ciudad diciéndole a los maestros que yo vivía cerca del parque y me alertaba a mí para no equivocarme en la respuesta si me preguntaba la directora.

Me pusieron en una escuela llamada Hurtado de Mendoza en el boulevard, de niñas privilegiadas. Allí no querían negros y además las que estaban eran hijas de abogados o de médicos. Mi mamá engañó a los maestros y me puso que era hija de alguien importante. ¡Tú sabes los apuros que yo pasaba! Mi mamá me advertía que no dijera mi verdadera procedencia porque me sacaban de allí. Yo temblaba pero así hice esa escuela. No obstante, me discriminaron, jamás tuve acceso al diploma El beso de la patria, y yo era una de las mejores alumnas; jamás me quisieron poner en la banda que tanto me gustaba. Yo llegaba llorando a mi casa porque no me ponían y yo quería ser batutera. Cosas así, lo importante es que tenía grandes amigos y que aprendí.

A pesar de todo el trabajo que pasé admiré a mis maestras y quise ser como ellas. En fin, me enamoré de la carrera magisterial. Pero unido a eso, en la situación económica de muchas familias cubanas no podíamos aspirar a otra carrera. La del magisterio era la que más se aproximaba a la vida nuestra.

Por eso, me presenté ya cuando tenía la edad suficiente a la Escuela Normal de Maestros, donde hoy, a los cien años que se cumplen de su creación, se nos ha hecho homenaje a aquellos que pasamos por allí y que fuimos muy bien formados. Claro, con sus limitaciones en el sentido de que por la misma sociedad y las discriminaciones, no fue muy fácil entrar allí. Se necesitaba tener padrinos que, buscando privilegios de salir como políticos en los mandatos sociales, les exigían a veces a los padres que les buscaran tantas cédulas para la entrada de sus hijos. El  talento solo no valía.

Como mi padre era muy pobre, pero muy recto y muy apegado a los valores que tiene que portar el hombre, nunca se rindió. Él decía: Mi hija quiere estudiar para maestra y su talento dirá si puede o no, pero no vamos a forzarlo porque no puedo yo ofrecer dinero a aquellos que tienen que ver con la entrada a la escuela. Entonces me puse en una academia que preparaba para la entrada a la Escuela Normal de Maestros. Esa academia cobraba relativamente muy poco, 20 pesos, y nos tenían allí.

Afortunadamente el director de ese lugar, el Doctor Luis García Domínguez, que era un hombre tan admirable, vio no solamente en mí sino en muchos el interés de formarnos. Él nos ayudó. Siempre nos decía a algunos que íbamos a entrar a la Escuela.

¿Tuvo algún inconveniente para ingresar en la Escuela Normal de Maestros?

Sí. Sucedió que mi padre pudo pagar en esa ocasión con mucho esfuerzo los 20 pesos. Pero cuando se hacen los exámenes y se presenta el escalafón en el que aparece mi nombre. ¡Qué contenta me puse yo! Le había pagado a mi padre con entrar a la escuela. Al siguiente día cuando fuimos a ver de nuevo ya mi nombre no aparecía. Fue tan triste aquello que yo lloré, lloré y lloré.

Luis, que me pasó la mano por el hombro, me dijo: No llore, usted verá que va a poder entrar el próximo año. Yo le dije: No, porque mi padre no va a poder pagar de nuevo lo que necesita la academia. Pero además, ¿cómo le digo a mis padres que yo estaba en la lista y ya no estoy? Eso será para ellos un dolor muy grande. Él me llevó a la casa y tras dar la noticia le dijo a mi papá: Tranquilo, ella va a pasar de nuevo el cursillo en mi academia porque yo se lo voy a regalar. Es una alumna muy buena y merece entrar a esa escuela.

Y así mismo fue, hice el curso y entré al año siguiente. En el recuento de mi vida yo siempre digo que a mí me signaban tres cosas: ser pobre, ser negra y ser mujer. Ya de hecho, nosotros no teníamos derecho a los privilegios que había, teníamos que imponernos con el talento y con la conducta para que se dieran cuenta de que teníamos valor también.

Allí en la Escuela Normal encontré profesores muy buenos, algunos tenían su alcurnia, otros no tenían tanto abolengo, pero les sobraba corazón y muy buena formación filosófica y pedagógica. Ese fue el caso del Doctor Gaspar Jorge García Galló, un profesor que nos estuvo recordando siempre. Él no olvidó jamás el nombre de sus alumnos.

¿Cómo es eso de que jamás olvidó el nombre de sus alumnos entre tantos que tuvo?

Tengo una anécdota muy interesante. Fui a La Habana en 1988, al cabo de los años, ya yo profesora del Pedagógico. Se hizo una actividad por el bicentenario de Félix Varela y se me mandó a mí a cumplir la misión de que el Doctor, que ya estaba un poquito enfermo, hiciera el prólogo de la Revista Varela. Desde ese tiempo dirijo la cátedra que lleva ese nombre. Me mandaron en un carro de madrugada porque la tarea era rápida, teníamos que virar antes de las nueve, hora en que empezaba la actividad.

El carro, como siempre solía pasar, no sé si se quedó sin gasolina o se rompió. Lo cierto es que llegué a la casa del profesor a las dos de la mañana. El chofer me dijo: Y usted va a tocarle a esta hora al profesor, a lo cual contesté: tengo el compromiso de llevarme su escrito y firma para la primera Revista Varela y no puedo llegar allá sin eso, vamos a ver qué pasa.

Cuando toqué a la puerta salió su esposa con ropa de dormir y le dije: Señora perdóneme pero yo vengo buscando al Doctor Gaspar Jorge García Galló. Y desde el cuartico que tenía como biblioteca le dijo a la esposa: Déjala entrar que esa es mi alumna Selva Dolores Pérez Silva. ¡A tantos años que había sido mi profesor en la Escuela Normal, que él me recordara con nombre y apellidos! Imagínate, empecé a llorar y él salió para afuera con su piyama y estuvimos conversando casi hasta las seis de la mañana. Me hizo lo que tenía que hacer y me pidió excusas por no poder asistir, aunque estaría presente con su corazón. Y eso para mí fue maravilloso, pues fue uno de los profesores que desde el punto de vista ideológico nos fue sentando pautas de cómo teníamos que ser.

Cuando le dieron el Título que tanto añoró…

Lo tuve que colgar, a pesar de la necesidad de maestros y la cantidad de analfabetos que había y de niños sin escuela. Por otro lado, para darnos un aula teníamos que apoyar la política existente y mi papá me dijo: Ay hija cuelga tu título que ya verás que algún día vas a tener el aula que te mereces. Nosotros éramos revolucionarios y no íbamos a servir nunca al Imperialismo.

Terminé la carrera en el 57 y en ese período 57-58 todos los días íbamos a la Junta de Educación, lugar donde ahora está la casa de la ciudad. Todos los que estábamos en esa situación aprendimos a tejer y bordar, porque desde tempranito casi sin desayunar nos sentábamos allí todo el día a ver si caía una sustitución de algún maestro que no fuera a la escuela para que nos la dieran a nosotros, y nos pagaban 80 centavos la jornada. Esas escuelas de las que hablo eran marginales y los maestros faltaban porque los alumnos y los padres eran rebeldes, tenían una conducta que no era buena. Nosotros aprovechamos eso.

En tal situación llegó una interinatura para dar clases de seis y de tres meses, pero en Trinidad. Cuando preguntaron enseguida levanté la mano. Mi mamá me dijo que allá teníamos una prima; había que preguntarle si ella me aceptaba porque no podía dar los viajes diarios. Mi prima, que se había casado hacía poco con un trinitario, me aceptó y entonces trabajé en un aulita que había frente a la Torre de Iznaga.

Triunfa la Revolución…y se hizo la luz. Entran los rebeldes a Santa Clara. Inmediatamente me enrolé en un departamento que el Ejército Rebelde tenía, el Departamento de Ayuda Técnica y Material al Campesinado Cubano, vestida toda de verde olivo, botas y farol. Fuimos un contingente al que se le llamó Maestros Voluntarios. Todavía nuestro Comandante no había hecho el llamado a los jóvenes para que se incorporaran a la alfabetización. Yo creo que muy pocos de los maestros normalistas no se enrolaron en el Ejército Rebelde. Así, nos fuimos una compañera y yo para la zona de Potrerillo y allí estuvimos alfabetizando.

Después nuestro Comandante orientó que teníamos que aumentar el número de alfabetizadores, yo me busqué a tres primas mías que eran jovencitas y me las llevé para allá y las asesoré, pues a los maestros normalistas nos pusieron de asesores y así alfabetizamos toda esa zona.

¿Cómo vino de Potrerillo hasta la UCLV?

Triunfa la Campaña de Alfabetización. Ya después vinieron las aulas; había que hacer un examen para recibirlas. Así pude alcanzar mi aula pero siempre allí en esa zona, en la que viví momentos muy tensos y reconfortantes a la vez que me hicieron regresar todavía más revolucionaria. No fueron pocos los sustos que pasamos pero logramos que aquellos campesinos y niños aprendieran a leer y escribir. Mi afán de estudio y el interés de mi padre de que no me quedara solamente en el nivel de la Escuela Normal, hizo que me matriculara aquí en la Universidad en la Escuela de Pedagogía para estudiar de noche cuando regresara del campo.  Esa escuela formaba a lo que en aquel entonces se llamaban Doctores en Pedagogía, viene siendo hoy un licenciado.

Ya me había casado e iba a tener mi primer hijo, que luego mi mamá ayudó a cuidar. Hice mucho sacrificio pero estaba convirtiendo en realidad el sueño de mi padre y el mío propio. En esa escuela tuve entre otros profesores uno jovencito igual que yo, el Doctor Juan Virgilio López Palacio, quien demostró ser un magnífico profesor que junto a los demás miembros del claustro me ayudaron mucho.

Me propusieron entonces un aula que se había quedado vacante en la Escuela Unificada, anexa a esa Facultad de Educación, una escuela maravillosa que tenía desde preescolar hasta preuniversitario. Las aulas quedaban por ahí por donde está ahora el policlínico. Se fue una maestra del país y abandonó el tercer grado. Entonces Juan López y otra profesora me dijeron a mí, aun siendo estudiante: Selva preséntate a esa oposición para que ya estando aquí no tengas que ir tan lejos a dar tus clases a Potrerillo.

Efectivamente, me gané la plaza y contentísima fui maestra de aquí, terminé mi doctorado por el día en la Escuela de Pedagogía. Potrerillo quedó detrás. Luego hacían falta maestros de Secundaria Básica  y matriculé en el curso emergente de formación de maestros de secundaria básica. Lo hice aquí en la misma universidad y me convertí en Maestra de Ciencias Naturales para los grados de Secundaria y Pre y pude dar Biología.

Luego vinieron varios cursos porque aquí en esa etapa los soviéticos venían a asesorar las investigaciones y de ahí surgió la propuesta de hacer mi doctorado en Ciencias Pedagógicas en Ucrania en idioma ruso con el tema: Formación de las bases dialéctico-materialistas de la concepción del mundo en asignaturas de las Ciencias Naturales en alumnos de 5to y 6to grado.

Me he encontrado alumnos de esa época que manifiestan que aprendieron esa asignatura conmigo. Esa etapa fue muy grata porque entonces ya me quedé en este ambiente de la universidad.

Llegaste al fin a lo que soñó tu padre

Así es. Lástima que mis padres no vieron mucho ese final, que es algo que me entristece y a la vez me alegra, porque todos los éxitos que he tenido se los dedico a ellos.  Mi padre me decía: Yo quiero que tú seas catedrática en este país (se decía entonces catedrática cuando el profesor es de la enseñanza superior). Pienso que cumplí con ellos porque fui superándome, superándome, superándome y todavía quiero seguir hasta que mis neuronas y mi salud me lo permitan. Por eso me jubilé, entre comillas, pues estoy contratada en la Facultad Infantil en la parte pedagógica.

He tenido la oportunidad de viajar a varios países para pertenecer a tribunales de Maestrías y Doctorados y eso me ha servido para valorar y amar más a mi país. He viajado a México, Colombia, Ecuador, Venezuela, Brasil. Tengo una visión amplia de le educación en Latinoamérica y quiero seguir estudiando mi especialidad, que me apasiona. Pienso que la Pedagogía no es solamente para el nivel docente sino también para la vida misma, porque es muy completa, en torno a los objetivos que se persiguen en la formación del hombre. Quien no tiene pedagogía para su vida no puede enseñar en los valores que queremos.

Fue la primera en la provincia de Villa Clara en recibir el Premio Nacional de Pedagogía

A mí me dieron el Premio inesperadamente en el 2000. De pronto me citan a La Habana, no lo quería creer. Acababa de regresar de la capital, pues siempre nos reuníamos cada dos o tres meses en las comisiones de grado en el Ministerio. Guillermo Soler, uno de los profesores que fue alumno del destacamento pedagógico nuestro, me llama y me dice que no deshiciera las maletas que estaba invitada a uno de los Congresos de la Asociación de Pedagogos. Cuando llego de nuevo a La Habana la Doctora Lidia Turner me estaba esperando y me hospedaron en un hotel cerca del prado para que me cambiara y fuera para el Congreso. Al ver la delegación de Villa Clara me di cuenta de que no era parte de ella, y me decían: Tranquila, a usted la invitaron.

Lo último que se hace en el Congreso es dar el premio. Una profesora, presidenta del Tribunal que ofreció el premio, anuncia una lectura provocadora y comienza a leer sin  mencionar el nombre hasta que dijo: El premio de Pedagogía es para una profesora que lleva muchos años dirigiendo la Cátedra Félix Varela del Pedagógico Félix Varela. ¡Qué iba a pensar yo que era para mí! Ese día como siempre usaba turbante y en las muestras de cariño me lo quitaron de la cabeza. En andas apenas y con nerviosismo hablé para dedicárselo a todos los maestros cubanos que también se lo merecían y a muchos de mis compañeros.

Luego me hicieron una poesía los compañeros de La Habana, que circuló por toda la provincia. Había dicho en mi intervención que era muy llorona y las personas me decían que yo no había llorado, que lo que hice fue hacer llorar a todo el teatro con la historia que conté sobre ser mujer, negra y pobre. Así se llama el poema. Balaguer, que estaba en la actividad, decía que quería que vieran el ejemplo mío, de cómo surgí y de todas las cosas que había logrado.

Todos esos estímulos los acepto con agradecimiento, pero el estímulo mayor que día a día recibo es el de mis discípulos, porque no hay uno que no me reconozca con la misma sonrisa, con la misma forma de vestir, con la misma forma de caminar y de ser. Los de fuera de Cuba, los de la escuela anexa, todos los que recibieron clases mías, sobre todos los integrantes de los destacamentos pedagógicos, sobre los que influí poquito a poco.

¿Qué significó para usted el destacamento pedagógico?

Ese destacamento pedagógico fue la vida, porque esos muchachos que no tenían la mayoría la intención de ser maestros, y hasta lloraban porque no querían, ahora son los mejores cuadros de educación, casi todos los que están en las altas esferas fueron del destacamento.

Para ellos Juan y yo significamos mucho. Le inculcamos el amor por la pedagogía. Tuvimos alumnos hasta en la Isla de la Juventud y formamos, incluso, jóvenes que luego integraron el destacamento internacionalista para África. De esos poquiticos vivo yo, poquitos que hacen grande la vida y obra del profesor.

A veces en la educación se habla de alumnos buenos y malos, ¿Cree realmente que existen alumnos malos?

Sigo mucho a Varela en su idea de que no hay ni un niño ni un joven malo. Para mí el maestro que diga eso no vale nada. Malo no nace nadie, ¿quién lo formó así?, la familia, nosotros. ¿No somos capaces los educadores de hacerlos mejores?

Diaz-Canel en una ocasión vino al Pedagógico a una asamblea en la que empezaron a decir que los alumnos que recibíamos en el Pedagógico eran malísimos porque venían de un pre con muchas dificultades, y por eso se iban de la carrera. Yo oía pacientemente hasta que levanté la mano y dije: Todos mis compañeros saben que no estoy de acuerdo con esos criterios. Díaz estaba sonriendo mientras me escuchaba.

Se lo digo todos los días a los profesores. ¿Para qué estamos aquí?. Por lo menos cuando los recibimos, ¿hacemos algo por mantenerlos, por darles realmente las características de nuestra carrera para que amen y sepan lo que es un maestro? Yo reté al auditorio haciéndolo reflexionar sobre cuántos entran al Pedagógico creyéndose que son doctores y que son los mejores y ni saludan a los alumnos. Si no los saludamos porque nos creemos superiores a ellos, si no sabemos los problemas familiares que tienen y nos quedamos en el momento de la case, ¿qué influencia vamos a tener para que se queden y hacerlos ver lo que vale educar y las motivaciones que tiene? Y es así, todavía hay muchos que pasan y no son capaces de preocuparse por sus alumnos dentro y fuera de la clase. Eso para no decir que ignoran además a los demás empleados de la institución, sin los cuales no funciona el centro, pues ellos también educan desde sus puestos.

Decía Varela: Cuando un joven ve que lo aman, él ama, y así se aplica. Como dijo José de la Luz y Caballero: Él fue quien nos enseñó en pensar…¿en qué?, en la patria, en la necesidad de formarnos para tener una patria verdadera. Por eso su figura la estudio mucho al igual que la de Martí, dos hombres que no se pueden desligar.

Martí estudió mucho a Varela y yo para impresionar a los muchachos les cuento esa coincidencia histórica de que cuando muere Varela antes había nacido Martí en el mismo año. Es una continuidad. Les digo: Tal parece que Varela estaba esperando que naciera Martí para morir, y eso a ellos les impresiona. Pero además, cuando lees y buscas dos textos como La Edad de Oro, de Martí, y  las Cartas a Elpidio, que escribió Varela, uno se da cuenta de que tienen la misma esencia educativa.

Los escribieron los dos para los niños y los jóvenes pensando en su formación de la conciencia patriótica. Así uno logra que ellos se interesen en estudiar las dos historias, porque se van buscando las curiosidades. La historia es un cuento que hay que saber contar para motivar, hay que buscar lo atractivo. Por eso la pedagogía en todas sus ramas es algo que el profesor tiene que dominar para saber cómo dirigir un proceso de enseñanza aprendizaje de acuerdo a la edad, los intereses, las circunstancias, el contexto y ellos lo agradecerán después.

Percibo que ha seguido a las figuras de Varela y a Martí en su accionar como pedagoga…¿Hay alguna otra figura además de estas?

Sí. Yo he actuado y actúo tomando de los principios de Varela y Martí pero también de Fidel. He escrito últimamente de estas tres figuras que han ejercido influencia en mí. Sobre todo me place que las tesis que se han hecho en el Pedagógico sobre el pensamiento fidelista las he asesorado yo. Hay libros ya como El pensamiento filosófico, de la doctora Yanet; otra tesis sobre la metodología para enseñar el pensamiento patriótico de Fidel en los grados elementales, entre otras investigaciones. También me agrada mucho que Fidel haya planteado el placer que siente de que ya los maestros cubanos están tomando de Varela y de Martí. Es decir, que esa triada no puede estar fuera del alcance de ningún maestro cubano.

Particularmente pienso que se ha descuidado un poco a Varela. Tenemos que buscar los antecedentes y cuando digo Varela digo uno de los padres fundadores de la Patria, José Agustín Caballero, que fue su profesor, y el discípulo de Varela, José de la Luz y Caballero, y entre los discípulos de José de la Luz y Caballero está Rafael María de Mendive, y el discípulo suyo fue José Martí. Es decir, es una continuidad histórica en el pensamiento de los primeros y eso hay que dárselo así a los alumnos hasta llegar a Fidel.

En definitiva, todos los pedagogos y padres fundadores han incidido en mi actuación, sobre todo cuando uno complementa con profesores buenos que te exigen y te forman en valores que se necesitan. Quizás a veces decimos que un profesor exige mucho pero ese es el que nos marca, el que exige con amor, con responsabilidad y que te inspira con el ejemplo.

¡Yo soy Fidel! Así expresó enérgicamente en las palabras de agradecimiento del pasado diciembre cuando recibió la Condición “Por la Utilidad de la Virtud”

Impactante. Me emocioné mucho y hasta di un traspié del nerviosismo cuando iba hacia el micrófono. Lo que leí ese día lo hice con el alma. Todo lo que soy y lo que he tratado de hacer por educar a nuestros niños y jóvenes no representa aun todo el agradecimiento que debo a Fidel y a la Revolución Cubana. Millones de personas en este mundo lamentan la partida de este pedagogo mayor pero seguimos adelante llevando sus ideas con dignidad y orgullo. Exhorté a todos los presentes en ese acto a retomar el legado pedagógico que él nos enseñó, practicó y dejó escrito: el concepto de Revolución; a poner en práctica en el magisterio militante su ideario educativo y cumplir con el corazón lo que repetimos con palabras, ¡Yo soy Fidel!

Por eso tenemos que llorarlo, pero más que eso cumplir con lo que él nos trazó bien claro a todos los niveles. A nosotros los pedagogos y educadores que tenemos la vía mas clara para educar, tratar de encauzar a la familia, a la comunidad. No es repetir, es aplicar en el momento histórico y llevar a los jóvenes a esa comprensión y aplicación de los valores que hay que formar.

¿Qué necesita un profesor para ser buen pedagogo?

Ser el ejemplo en la formación de esos valores en los estudiantes, para que lo reconozcan y estén atentos a ello. Todos los valores humanos deben fomentarse dentro y fuera de la clase, pero hay uno que está faltando mucho: la ética. Escuchar, respetar, hablar bajo, considerar a los demás, eso está faltando, incluso en muchos profesores. El estudiante es una esponja, ellos lo miden todo y sus criterios son los decisivos para evaluar a un profesor, porque son los que saben, los que no mienten. Ellos son testigos, fiscales y jueces.

Por eso, hay que ganarse a los alumnos. La carrera magisterial es difícil pero uno no se puede decepcionar, hay que pulir como si fuera un diamante a aquellos muchachos que hasta con la mirada te dicen algo. Por eso me gusta propiciar estos momentos en la cátedra misma, en la que se les integra a las actividades.

¿Cómo ve hoy el trabajo de la Cátedra a unos días de cumplirse aniversario de la muerte de Varela?

Independientemente de algunas dificultades que encontré cuando regresé después de unos meses de trámites de jubilación, la Cátedra tiene un amplio prestigio en cuanto a su trayectoria, funcionamiento y proyección social. Se mantiene formando investigadores con obras escritas, incluso a los niños que luego piden ser maestros.

Con nuestro trabajo hemos tratado de lograr que los alumnos de escuelas aledañas estudien las figuras de Varela y Martí desde los círculos de interés. Para los demás potenciamos no solamente el estudio de esas figuras sino también de otras latinoamericanas y cubanas. Si no conocemos los aportes que nos dieron ellas a lo mejor estamos machacando en cosas para las que ya formularon el camino metodológico.

La Cátedra nuestra se fundó cuando Varela cumplió 200 años de su natalicio y esa actividad la programó el Ministerio de Educación. Allí me nombraron Presidenta con otro colectivo, para hacer actividades culturales, investigativas, científicas en función de resaltar el pensamiento de las figuras de Varea, Martí y Fidel. Y eso hemos hecho por 29 años.

Por sus aportes al desarrollo social del país y el territorio recibió varios reconocimientos como la Placa 50 aniversario de la fundación de la UCP, la Medalla “Del Combate diario a la Victoria segura”, por parte de la Asamblea Provincial de Villa Clara, la Placa Batalla de Santa Clara, del CITMA, Premios de la Academia de Ciencias de Cuba y la Innovación Tecnológica, la Medalla Frank País de 2do. Grado, Premio Anual de salud, etc. ¿Qué otros no podría olvidar?

Cualquier gesto y apoyo que den para uno poder seguir dándolo todo es un estímulo a la profesión de nosotros. Me he sorprendido en estos últimos que he recibido, por ejemplo, cuando me anunciaron que me habían dado como personalidad distinguida de la provincia en el 2015 por ciencia y técnica, pues pienso que todos somos distinguidos.

Los estudiantes, por otro lado me impactaron cuando me dieron  por la FEU el reconocimiento Tiza de Oro y el reconocimiento Por la utilidad de la virtud, con los que puede sentir uno que hay que seguir dándolo todo y seguir la conducta de siempre. Pero lo más importante son las muestras de cariño y alegría de mis alumnos desde que comencé hasta hoy.

¿Cómo asumió la integración después de tantos años de separación de la Escuela Pedagógica y la UCLV?

Yo me siento contenta porque nos hemos integrado, aunque hace falta la verdadera integración. Todavía falta aunar más las fortalezas y las ideas comunes. No se ve una integración absoluta, quedan personas que no se adaptan.

Para mí fue una buena decisión pensando quizás en la experiencia pasada de cuando estábamos todos juntos. Parece que volvieron a considerar esa idea de juntar las escuelas pedagógicas con las universidades. Yo sí te digo que en la universidades del mundo siempre la parte pedagógica está en las universidades porque hace falta que los profesores toman conciencia de la importancia de la pedagogía. Muchos profesores ven más desde su especialidad y no les enseñan pedagógicamente a los estudiantes. Transmiten los verdaderos conocimientos, pero quizás les falte la formación de valores. Necesitamos especialistas con grandes valores humanos.

El Gallego, cuando fue Rector, nos decía que después de que nos fuimos al edificio del Pedagógico se había ido la alegría de la universidad. Pero ya regresó y para bien.

La Universidad, de la que partió y a la que regresó…

La amé siempre y la amo. El día que a nosotros nos dijeron que teníamos ya que pasar a otro edificio, nosotros lloramos porque no queríamos irnos de aquí, ya estábamos acostumbrados. Dondequiera siempre digo que mi universidad, incluso cuando estoy allá en el Pedagógico, es la Universidad Marta Abreu. Aquí me formé en mis grados superiores y disfruté no solo de estar en una escuela anexa ya ejerciéndome como maestra, sino con el claustro de profesores que me formaron tan bien como doctora en Pedagogía. Además es un lugar muy bello. La naturaleza ha sido pródiga con ella, tenemos que cuidarla igualmente porque es muy importante en Cuba y Latinoamérica, ¿cómo no va a serlo si estudiamos nosotros? (Risas).

Uno de los gratos recuerdos que guarda de la UCLV es como parte del grupo de teatro aficionado tanto en su etapa de estudiante como de trabajadora

Cuando estudiaba la carrera pedagógica aquí había una directora de teatro, Irma de la Vega, quien conformó un grupo de distintas especialidades de filosofía y de pedagogía, un grupo muy bueno que no solo se conocía en la universidad sino en la provincia y un poquito más allá. Llevábamos obras que ella escribía y otras ya conocidas como Contigo pan y cebolla, Gracias Doctor, entre otras, presentadas todas en los Teatros de Matanzas, Cienfuegos, Santa Clara, y hasta los campamentos militares.

Los papeles que me daban a mí y que eran los que me gustaban eran los de drama. Por ejemplo, en Santa Juana de América, que era la historia de Manuel Ascencio Padilla, un famoso guerrillero latinoamericano, que estaba casado con una mujer muy fuerte. Ese personaje de la mujer lo hicimos tres personas: la Juana joven, la madura, la vieja. Yo fui la madura.

A mí me captaron pues tengo buena memoria. Los cursos de teatro que nos daban nos sirvieron también para la vida. Mira cuando me dieron este último premio eché la cuarta pared, propio del Teatro, es decir, que uno mira y no ve y a mí me pasó igual cuando pronuncié las palabras de agradecimiento. Si te pones a fijarte en el público te desconcentras.

Además ese aprendizaje sirvió para una mejor pronunciación, proyección, dicción correcta y a mostrar los estados emocionales. Gozábamos mucho porque Irma era muy ocurrente, quería guiarlo todo en el escenario y se la pasaba detrás de los telones, controlando el tiempo y el desarrollo de la obra. A mí me encantaba ese rato de teatro, tanto que aun graduada seguía en el grupo.

Cuénteme de su familia y especialmente de Selva fuera de la universidad 

Tengo una familia muy bonita y feliz. Tuve tres hijos. El primero es Jorge Luis, Ingeniero en Mecanización; la segunda, Mercedes de La Caridad, que no le lleva mucho tiempo al primero, es especialista en Estadística y Economía en el INDER Municipal. El tercero es Luis Javier, de la Facultad de Cultura Física. Él estudió allí y se quedó trabajando, pues le encanta entrenar el fútbol. Cada uno de ellos tiene dos hijos, es decir, tengo seis nietos entre hembras y varones, y dos biznietos.

Hace doce años el gobierno me dio la casa que tengo, pues la del Condado estaba muy maltratada por los ciclones. Mis alumnos cuando fueron un día me reclamaron que no había planteado mis condiciones de vivienda. Yo dije que había mucha gente que la necesitaba. Entonces ellos se ocuparon del resto y me sorprendieron un buen día con mi casa. Puedo decir que he sido privilegiada porque recibí en distintos momentos un carro, una carrocería para repararlo y una casa, más de lo que pude imaginar.

Ahora vivo sola. Me separé hace 30 años del padre de mis muchachos. Es un hombre muy bueno, mantenemos una buena relación que ha propiciado la correcta educación de mi familia.

Pero al cabo de los 30 años tengo un compañero, que conocí en el balneario de Ciego Montero. Comenzamos siendo amigos y de pronto recibía cartas bellas y llamadas. Decidimos juntarnos aunque no está a tiempo completo conmigo porque vive en la CEN y tiene responsabilidades, aun cercano a la jubilación.

Nuestras familias están contentas porque estábamos solitos y ahora nos damos alegría mutua. En mi familia todos me quieren mucho y se sienten orgullosos de mí. Creo haberlos formado en los mismos valores que me inculcaron mis padres. Además me apoyan en cada paso que doy en mi labor como educadora.

Doctora, independientemente de todas las tareas que tiene…¿qué está por hacer?

Estoy escribiendo un libro que está bastante adelantado para las escuelas pedagógicas acerca de la figura de Varela y sus ideas sobre la formación de maestros. Por lo demás, espero seguir apoyando las investigaciones sobre figuras, como profesora consultante y como escritora. Ese es mi afán. Estoy pensando cómo hacer las orientaciones metodológicas porque uno le pide a la familia que cumpla con el legado de Fidel y hay que darle herramientas para llevar cada una de esas ideas a la práctica, no dejarlas en el papel.

Si ya debería estar disfrutando de su hogar, ¿por qué sigue a sus 79 años trabajando?

Me recontraté porque amo mucho mi profesión y estoy consciente de que todavía puedo dar y servir más. Además, para mantenerme activa, eso me ayuda a salir, a vestirme, a asistir al aula, a una reunión, a dar criterios, yo estoy en todo. Esa es la forma que tengo para insistir cada día en el aporte que puedo dar yo para lograr cumplir lo que nos dejó nuestro Comandante. No todo el que dice: ¡Yo soy Fidel!, lo siente de verdad.

Estoy haciendo mucho hincapié en cómo vamos a hacer posible cumplir lo que nuestro Fidel nos dejó, no es ponerlo en un cuadro ni aprenderlo de memoria. Cada frase hay que hacerla realidad. Yo dije que cuando triunfó la revolución fue cuando al fin todos vimos la luz, si no hubiese triunfado con él al frente, tal vez yo ni existiera, porque hubieran sido otras circunstancias. Sin embargo, mírame aquí.

Así concluyó la Doctora Selva Dolores Pérez Silva, satisfecha con ese camino recorrido que aun no termina y que la hizo una educadora a toda prueba.