A la Dr. C. Susana Arteaga González se le puede rendir honor también mencionando las tantas medallas que ha recibido en sus 56 años de servicio: la Frank País, Pepito Tey, por la Educación Cubana, las entregadas a los alfabetizadores; y otras distinciones como vanguardia provincial, investigadora destacada. Ella me asegura que son suficientes, que no hacen falta más.

De todos modos, me ha confesado que su premio es otro. Por eso, se deben mencionar todos sus merecidos reconocimientos, pero no basta. Para rendir verdadero honor a una mujer que ha amado tanto el magisterio es preciso permitirle enseñar.

Porque es lo que más ama hacer, y porque es justo aprender su historia, los recuerdos que lleva, los afectos y penas de su corazón. Esta mujer que lee constantemente, descifra crucigramas y que atesora la memoria de su maestra de primer grado, me ha conmovido hondamente. Conversar con Susana es siempre aprender. Más difícil resulta aprender a ser como ella.

Nunca me arrepentiré de haber sido maestra

«Nací el 30 de julio de 1949 en Santa Clara. Mi familia era muy pobre, mi papá era tabaquero y mi mamá, ama de casa. Fui una niña tan pobre, que una vez no pude disfrutar de mis méritos como estudiante, porque mi padre no podía comprarme un par de zapatos para ir a la fiesta. En mi lugar, le dieron la posibilidad al hijo de una maestra que tenía mejor nivel de vida. Al final mi pobre padre, consiguió los zapatos, pero yo ya no tenía posibilidad. No obstante, fuimos una familia unida. Tuve cinco hermanos.

»Siempre soñé con ser maestra. Muchas personas me han dicho que pude ser una buena psicóloga, una buena abogada, porque siempre estoy defendiendo las causas que considero justas. Mas, siempre la única profesión que tuve en mi cabeza fue el magisterio. Mi padre sufría porque con su sueldo de tabaquero no me podía pagar mi carrera de maestra. Sin embargo, confió siempre en mí. Mis padres, ambos, confiaron en mí.

»Me enamoré del magisterio desde siempre, desde mi maestra de primer grado, que me enseñó todo, hasta me enseñó mi nombre, porque tuve un nombre hasta los cinco años, y cuando me inscribieron ella me enseñó hasta a identificarme con el nuevo nombre que me dieron. Mabel era como me llamaban de pequeña. En esa época no te inscribían al nacer y lo hacían cuando los niños empezaban la escuela. Gobernaba Cuba Carlos Prío, un falso nacionalista que prohibió los nombres extranjeros. Así que mi papá “haló por el Santoral” y me puso Susana Rufina. Tuve problemas de identidad, y me salvó mi maestra de primer grado. En mi barrio original todavía me dicen Mabel.

»Fue la Campaña de Alfabetización la que definió mi vocación por el magisterio para siempre. Cuando comenzó la Campaña era muy pequeña, tenía 11 años y ni pude ir. En el tercer llamado, mi padre me autorizó a irme a enseñar  Holguín, y alfabeticé a cinco campesinos. Y cuando pude elegir cualquier carrera en el plan de becas, aunque todos me decían que eligiera otra profesión con más beneficios, me fui para Minas del Frío, y allí cursé el primer año como educadora. En Topes de Collantes pasé después dos años, y dos años más en el contigente Makarenko. Estudié en la Universidad de Las Villas el nivel superior como profesora y luego en el Instituto Superior Pedagógico, cursé la maestría y el doctorado.

»Cuando me gradué me fui a Topes de Collantes como profesora, más tarde trabajé en la Dirección Provincial de Educación como metodóloga de Marximo-Leninismo. Luego, en el Pedagógico fui Jefa de departamento, decana y, claro, profesora. De hecho, he tenido otras opciones, pero siempre he preferido trabajar en los centros de formación de educadores. Porque maestra de maestros he sido siempre. Y nunca me arrepentiré de haber sido maestra, a pesar de todos los sacrificios, de que muchas veces no tenemos reconocimiento social, si yo volviera a nacer volvería a serlo».

El profesor debe ganarse el respeto sin ser vanidoso

Izquierda Nerely de Armas Ramírez. Derecha Nancy Mesa Carpio«Los maestros siempre tenemos que estar aprendiendo, porque no lo sabemos todo. Y el maestro debe ser ejemplo, ser consecuente con sus palabras, amar a su patria, y así ser un modelo a seguir.

»Creo que a un profesor no le puede faltar la honestidad, tanto en lo que sabe, como en lo referente a los problemas de la vida, en el plano de las ideas. Un profesor debe respetar la opinión de sus alumnos, ser tolerante con el criterio ajeno, lograr que sus alumnos confíen en él. El profesor debe ganarse el respeto sin ser vanidoso.

»Me resulta difícil elegir, entre tantos grandes maestros, a mis paradigmas desde el punto de vista pedagógico. Pero, sé que me marcó mucho mi maestra de primer grado, que fue tan dulce, tan buena y tan exigente a la vez, que yo nunca he podido imitarla totalmente. Y Fidel también fue mi maestro, porque me enseñó a pensar y ser consecuente con lo que se piensa.

»Fidel me enseñó a amar a los demás y a poner a los demás por encima de uno mismo. Me ayudó a ser diferente, a enfrentarme a la vida, a los obstáculos, a ser valiente en mi criterio. Y aunque él no fue maestro en el sentido pedagógico, fue maestro de multitudes y es un educador social. Merece todo mi respeto.

»Creo que tengo en mí tantas de las cosas que él nos enseñó, como tratar de mantener un vínculo afectivo con mis alumnos y aprender a persuadir y permitirme que ellos me persuadan y me convenzan. Y  pienso que lo que puesto en práctica, ¿no sé qué opinarán mis alumnos?

Nuestros alumnos son nuestros hijos

«En mis 56 años de servicio muy pocas veces he faltado al aula. Mis alumnos saben que siempre voy y si no asisto, ellos saben por qué.

»Llego a esta edad con tantos amigos que fueron mis alumnos, porque siempre he cultivado ese amor por ellos, y ellos siempre se han mantenido a mi lado. Muchos se han incorporado a mi familia, son parte de mi vida. Nunca estoy sola. Los tengo.

»Me siento orgullosa de mis alumnos, porque muchos considero que me han superado, y me siento muy feliz cuando me enseñan cosas, cuando colaboran conmigo. Los veo crecer y se hacen doctores y asumen compromisos sociales. Nuestros alumnos son nuestros hijos.

»También mi familia siempre me ha apoyado. En mis estudios, en mis aspiraciones, mis sueños. Aceptan el sacrificio de mi vida por mi profesión. Mi familia ha sido una escuela para aprender a tratar a mis alumnos.

»Lo más hermoso de enseñar para mí es poder ver a  mis alumnos crecer, verlos convertirse en buenos maestros, aprender,  cambiar. Por la enseñanza, no tendrás muchos premios materiales, pero tus alumnos no te olvidan, no dejan de respetarte, y ese es el premio que prefiero.

»Tengo 72 años y no me veo sin dar clases. Algún día por razones de salud, de edad, tendré que dejar de hacerlo. Sin embargo, además de amar a mis hijos, quisiera seguir dando clases toda la vida. En el aula olvido todas las preocupaciones, allí junto a mis alumnos. Me gustaría también tramitar libros que tengo escritos, y que he dejado pendientes porque he priorizado la docencia, la enseñanza».

Y fuera de las aulas…

«Fuera del aula lo que más disfruto es leer, constantemente, para estar informada y actualizada. Además, me gustan las plantas, las cultivo, paso tiempo con ellas; me encanta llenar los crucigramas, compartir con mis amigos y visitar la playa.

»Pero, soy maestra hasta cuando estoy fuera del aula».