Gertrudis Gomez de Avellaneda nació el 23 de marzo de 1814, en Camagüey. Viajó, siendo una adolescente, a España, y aunque dolió en su alma de cubana, dejó para siempre su huella en el poema «Al partir». Dicha perfección compositiva acopla las vivencias que la embargan al abandonar el suelo natal, y a partir de entonces va a invocarlo casi todo el resto de su vida desde la lejanía, entregándose a las aguas.

Desde Dos mujeres, segunda novela, la Avellaneda tuvo detractores (era de esperarse, al tocar temas tan sensibles en aquel momento como el divorcio). Sin embargo, Lucía Guerra reconoce que la crítica feminista ha puesto en evidencia las extraordinarias características de la producción literaria femenina. La mujer, que siempre poseeyó un rol secundario –oh, terrible cultura falocéntrica– con Gertrudis alcanza algo más: protagonismo.

Antón Arrufat, a raíz del bicentenario de tan notable exponente del romanticismo cubano y latinoamericano, publicó una antología poética donde realiza una crítica finísima sobre ella. «Volvamos la página –comentó– y añadamos, para sonreír una lectura a los versos de Tula».

La noche triste que vistió sus poemas, a ratos con las estrellas como consuelo o, en ocasiones, como sarcófago; hoy se disipa y deja en su 210 aniversario –como ella escribió– «el balsámico ambiente del amanecer».

Por Gabriel Valdés y Arianna Fonseca, estudiantes de Letras