Ale es un niño de 51 años. Cuando era pequeño, tuvo complicaciones de salud provocadas por el Sarampión, que le dejó como imborrable huella un diagnóstico que lo acompañaría de por vida: retraso mental severo.

La cuarentena no hace mella en su espíritu y actitud, realmente eso no le impide ser feliz. Desde que le conozco vive confinado en su casa. Tiene por pasiones “Palmas y Cañas”, tomar café y jugar con rollitos de papel. Sus dos mayores anhelos son estudiar medicina y tener un teléfono. Nada de celulares, no, Ale no está para esas pequeñeces; él quiere telefonía fija. Sobre ser médico, su meta siempre parece cercana pues para él cada lunes significa el inicio en la Escuela de Medicina.

El pasillo lateral de la casa es su contacto más próximo con el exterior, y a través de una cerca, sentado en su sillón, entabla conversación con sus amigos… que son todos. Pero su realidad no siempre fue así. Hubo una época donde salía mucho, pues su madre –ya fallecida- acostumbraba a llevarlo de paseo; de ahí sus mejores experiencias y recuerdos. Por eso sabe tanto de campos, festividades y conmemoraciones. Aunque lleve años sin revivir tales momentos, él no pierde añoranzas y entonces ocurre que no queda una actividad festiva fuera de su calendario.

Bueno, en realidad solo una corre el riesgo de quedar siempre fuera: su cumpleaños. Su tía –quien ha asumido con admirable empeño su tutela- ha decidido conveniente que desconozca la fecha, pues cuando él se entera, estalla en un jolgorio tal que comienza a anunciarlo a todos los vecinos en espera de regalos, lo cual la apena, no vaya a ser que la gente piense “lo están mandando”. Ese día ella lo arregla bien y lo viste bonito, le prepara una comida sabrosa y le compra un cake. Luego, solo antes de acostarse, se sienta en la cama, le pasa la mano y le dice “hoy fue tu cumpleaños”.

Su ciclo anual se divide en tres momentos: primero de mayo, carnavales y fin de año. Solo basta que concluya uno para que tome el próximo como su principal foco de interés. De esta forma, él llevaba esperando el día de hoy desde comienzos de enero.

Ayer lo escuchaba pelear y desahogarse en improperios, y es que con razón Ale estaba molesto pues la lluvia había arruinado las banderitas de papel que decoraban desde ya los alrededores de su casa, todas salidas de la colección que atesora bajo su bastidor. Me cuenta su tía que anoche él no pudo dormir a causa de la euforia, y que solo preguntaba por el tiempo faltante para el inicio del acto.

Alegre como nunca lo encontré hoy en la mañana, parado desde temprano en el portal agitando banderas y moños de papel, en espera del Himno Nacional, a la par que gritaba –a su manera- “¡Viva el primero de mayo!”. Más tarde, desde mi casa, pude oírlo entonar la Primera Internacional, acompañando al audio televisivo, y sus notas, aunque inentendibles gozaban de una armonía única. Nunca se desafina cuando la melodía sale del corazón. Luego, para el cierre de la tarde me sorprendió con su versión de “Cuba que linda es Cuba”.

Pasarán los días y mayo se extenderá para Ale, que seguirá celebrando cual si cada jornada fuese “primero”, así hasta que caiga en cuenta, entre café y café  que se acercan los carnavales y el motivo de sus desvelos sean comparsas y carrozas.

Por: Alejandro Javier López García