Nemesia, la flor carbonera que inspiró al Indio Naborí a escribir la más triste de sus elegías.
Un avión atacó el camión donde yo iba, mató a mi mamá, hirió a mis dos hermanos y a mi abuelita. Después, el Indio Naborí entró como periodista, él estaba dirigiendo los alfabetizadores en Varadero y Celia Sánchez habló con él para que hiciera una crónica acerca de lo que había ocurrido a la familia. Empezó a tirarle fotos a los escombros y ahí encontró los zapaticos blancos dentro de la cajita.
Cuando se presentó delante de mí con los zapatos, yo empecé a llorar porque hacía muy poquito que habíamos sepultado a mi mamá, y fue tanta la tristeza de ver mi ilusión… porque todo niño tiene una ilusión. Cuando los tuve en las manos los perdí así.
Él dice que yo le hablé con tanto cariño, con tanta tristeza de lo que me había sucedido, que llegó a su casa y le dijo a su esposa: ¡Ay! Eloína, yo no voy a poder escribir la crónica que Celia me pidió, porque tengo una cosa en mente que tengo que escribirla ahora.
Y se sentó y escribió “Elegía de los Zapaticos Blancos“.
Elegía De Los Zapaticos Blancos (Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí)
Vengo de allá, de la Ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.
Oídme la historia triste
de unos zapaticos blancos…
Nemesia —flor carbonera—
creció con los pies descalzos.
¡Hasta las piedras rompía
con la piedra de sus callos!
Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.
Ya los creía imposibles,
los veía tan lejanos
como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.
Un día llegó a la Ciénaga
algo nuevo, inesperado:
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.
Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro.
Era el camino triunfante
sobre un infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.
Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
sobre el carbón despuntando.
Una mañana… ¡qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.
¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes despertó
bajo cien truenos de espanto.
Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.
Nemesia vio caer muerta
a su madre, vio sangrando
a sus hermanitos; vio
un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.
Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!
Acaso el monstruo se dijo:
«Si las madres están dando
hijos nobles y valientes,
¡que mueran bajo el espanto
de mis bombas! ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!».
Pero Nemesia no llora:
sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.
Sabe que nada en el mundo
—ni yanquis ni mercenarios—
apagarán en nuestra Patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!