El camino de la desobediencia (Editorial Boloña, 2017), ejemplo de la más novísima novela histórica del joven escritor Evelio Traba, y publicada y presentada en Cuba en la Feria Internacional del Libro del 2018, acerca al lector a un Céspedes al que le quedan cortas sus heroicas hazañas de hombre de mármol.
En primera persona se narra en esta ocasión la vida del iniciador, matizada por la expresión de sus más íntimos sentimientos y reflexiones. Con una estructura original, que combina declaraciones de sus amigos y detractores, esposas y examantes, incluso de personas fallecidas que lo llaman al más allá o vaticinan una trágica muerte, y páginas de un supuesto diario que Céspedes completó según sus recuerdos, cuando creyó conveniente; quien se introduzca en el volumen podrá evidenciar la evolución ideológica del progenitor de la nación cubana.
Vertiginosamente se asiste a los primeros años de la vida de un niño criado en el seno del opulento patriciado bayamés, la formación en los claustros monacales, el surgir de un pensamiento que se enriquece con el conocimiento de las lenguas muertas, y los primeros síntomas del rebelde que años más tarde sería.
La desobediencia a la que alude el título es motivo de más de la mitad de la obra, primero como inquietud y energía infantil, luego, como enfrentamiento a lo establecido y, a la vez, ilógico; y, por último, como desafío explícito a un sistema injusto, sostenido sobre la base de la esclavitud del hombre.
Poca atención se presta en El camino… al héroe libertador, al hombre político, lo que no quiere decir que se descuida, mas Traba prefiere abundar en zonas intrínsecas de la persona, sus facetas amorosas, de intelectual y las aspiraciones de un joven que pretendía tomar al mundo en sus manos. Por ello se refiere en más de una ocasión la pasión cespediana por las lenguas clásicas, el conocimiento de la filosofía y el derecho, y las ansias de viajar.
Y es que al decir de Rafael Acosta de Arriba (en el ensayo que sirve de prólogo al libro), estudioso del pensamiento político del prócer bayamés, Traba «se aleja definitivamente de la perspectiva hagiográfica: su Céspedes resulta ser de carne y huesos, un hombre de su tiempo, con todas las avideces, desatinos y errores propios de cualquier mortal».
En este sentido la obra deviene intrépida pues en más de una ocasión rasga el fino velo de lo conveniente para confrontar el sentir del «Presidente» y el sentir del hombre, del padre, del amigo, del humano; confrontación que a mi parecer alcanza la cúspide en las ideas que se exponen cuando Céspedes conoce de la muerte de su hijo Oscar, por lo que cito in extenso:
«El Presidente debe convertir este siniestro en un episodio digno de la memoria (…). Sabes que toda proyección del hombre público es pura falacia, puro alarde ante la Historia. Tú ahora deseas no haber sido nunca el Presidente, sino un patriota de oscuros y medianos servicios (…) Tu corazón ansía otro camino, otro camino apartado de lo predecible y lo heroicamente correcto. Tú pondrías por encima de cualquier cosa el hecho de que se te permitiese llorarlo y sepultarlo con tus propias manos; el resto es mentira, el resto es diplomacia».
El camino de la desobediencia, más allá de devenir la materialización del apego y aspiraciones intelectuales de su autor con respecto a la figura de Carlos Manuel de Céspedes, también puede saldar una deuda que la historiografía nacional tiene, ahora alejándose de la biografía clásica, aunque de una manera no menos exhaustiva y fiel a la realidad.