En el contexto de las celebraciones por el 13 de marzo, Día del Arquitecto en Cuba, nuestro Portal Web Universitario conversa con el MSc. José Ángel Aguilera Tamayo, Profesor Auxiliar del Departamento de Arquitectura adscripto a la Facultad de Construcciones de la UCLV; intento para escudriñar en perspectiva y construir un retrato introspectivo de uno de los profesores que, quizás sin pretenderlo, deja su huella en varias generaciones de estudiantes de Arquitectura.

«Nací en Santiago de Cuba, un día 2 de febrero, en el seno de una familia obrera. Soy el mayor de cinco hermanos (tres varones y dos hembras). Mi padre, escultor, José Julián Aguilera Vicente, pintor, diseñador, profesor de artes plásticas. Mi madre, Nury Esperanza Tamayo Venzant, Maestra Hogarista primero, profesora de Literatura más tarde».

«Mi niñez transcurrió con normalidad, si se le quiere llamar así a un contexto en el que abundaba la música diversa que escuchaban o cantaban mis padres, con sus hermosas y bien acopladas voces. También fui flanqueado por libros, proporcionados por ellos. A mi padre debo la curiosidad infinita por los libros de ciencias, de artes y de aventuras, y la afición a la  novela histórica. A mi madre, mi inclinación a la poesía, al lirismo. Ambos nos envolvieron a mí y a mis hermanos, en todo lo que se acercara a las artes, incluyendo la apreciación de la buena mesa, que nos convirtió en sibaritas criollos y consumados cocineros. En mi casa desde casi siempre hubo guitarras, libros de arte, y muchas veces mi padre grababa los tacos de sus xilografías, o hacía sus dibujos a tinta, y carteles a la tempera. Mi padre diseñaba carrozas, afiches, muñecones, tótems, arcos, caretones para el carnaval santiaguero, por lo que  teníamos abiertos los ojos al proceso de  diseño, y de realización, y se nos permitía estar en la enorme nave  del taller del carnaval, mezclados con carpinteros, soldadores, pintores, los jefes de las comparsas y paseos, familiarizándonos desde temprano con el papier maché, el modelado, la marquetería y los vaciados en yeso. También teníamos acceso a la tribuna en los desfiles de carnaval, que durante varias noches disfrutábamos en compañía de nuestra madre. Todo eso conformó  ese amor profundo por las tradiciones de mi Santiago y el respeto a sus cultores.

«El tema fundamental de la pintura y los grabados de mi padre eran, precisamente, el paisaje urbano de Santiago, su arquitectura sui generis, sus hermosas mujeres, y en los años sesenta y setenta los grabados  que con fuerza expresionista y lenguaje  asequible mi padre dedicó a la Revolución Cubana,  sus sueños y logros. Todo eso perfiló poco a poco mis inclinaciones, y determinaron que escogiera Arquitectura, porque encerraba casi todas las cosas que se integraban en mi adolescencia. También porque ser arquitecto fue el sueño frustrado de mi padre, pues esa carrera no era para gente pobre antes de 1959».

¿Cómo recuerda su estapa como estudiante de Arquitectura?

Estudié en la Facultad de Construcciones de la Universidad de Oriente, luego ISPJAM. Allí fui desde Jefe de Brigada  de la FEU hasta miembro del Consejo Provincial .Ocupé  la función de Jefe de Diseño y fotógrafo  de la Revista Mambí, de la FEU provincial, durante casi cuatro años. También fui corresponsal estudiantil en Juventud Rebelde .El contexto socio histórico era de mucho entusiasmo y mucho compromiso, Por ello participamos en muchas tareas de choque como la propaganda gráfica, y el diseño de espacios para la ciudad, lo que contribuyó al sentido de responsabilidad, por conectarnos con el ámbito laboral y las problemáticas de la ciudad. La celebración del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en nuestro país nos impulsó a muchas iniciativas, para la recaudación de fondos, y los arquitectos diseñamos desde lámparas hasta artesanías de todo tipo. Por supuesto muchos de mis principios éticos, entre los que me honra ostentar lo espartano y lo probo, vienen del sistema ético de mi familia en donde se desprecia la ostentación y se practica la solidaridad. Y todos muy patriotas e involucrados con las causas mayores de la sociedad. Y en mi familia la profesión  que nos une a todos, por encima de las especialidades, es la docencia.

¿Cómo llega a la UCLV y a la Facultad de Construcciones?

Siempre pertenecí al Movimiento de Alumnos Ayudantes y Monitores, y en esa condición me comprometí a hacer el servicio social en donde se me pidiese. Se me tomó la palabra, literalmente, y aunque mis expectativas estaban enfocadas a permanecer como docente en mi propia facultad, en cuanto me gradué fui ubicado en la UCLV, asignado a la Facultad de Construcciones, Departamento de Diseño, que era el nombre, por entonces del Departamento de Arquitectura. Parece que me apliqué a trabajar duro en las cuatro asignaturas que me asignaron, pues a los seis meses, por una inesperada pirueta del movimiento de cuadros, me vi como Jefe de Departamento a los 26 años, recién graduado, con más dudas que certezas.

En todo el tiempo dedicado a la UCLV, ¿cuáles son los momentos buenos y malos que no pueden quedar fuera?

Los mejores momentos, considero que fueron en los años ochenta, cuando estaba en plenitud de facultades, y en mi condición de Jefe de Departamento de Diseño, se contaba conmigo para muchas tareas, además de impartir conferencias de pregrado y postgrado; era miembro del Consejo Científico de la UCLV. Fue una época en que diseñé logotipos, afiches, exposiciones, la Sala de Historia, y colaboré con el grupo propaganda de la FEU y la UJC; cuando atendía a tres alumnos ayudantes y creamos una copiosa base material de modelos volumétricos, diapositivas, láminas y debatíamos películas y escuchábamos música clásica en mis conferencias. Los alumnos participaban de mi entusiasmo y eso consolidaba motivación recíproca con una intensa y exigente preparación metodológica y explorando al máximo los recursos de la didáctica, con una profunda empatía y respeto mutuo con mis alumnos, a los que les llevaba escasos años. Me sentía útil y pleno. Por otra parte, en los años noventa y principios de los años 2000, fue una época en que impartí muchos postgrados en varias universidades del país y en el extranjero, y mi labor docente no solo se circunscribió al diseño arquitectónico y a la Historia de la Arquitectura , sino que colaboré con la Carrera  de Letras, impartiendo Historia del Arte, y con la carrera de Comunicación Social , impartiendo Diseño de la Comunicación visual y fotografía, un viejo anhelo que se acerca a otro de mis intereses  estéticos. Creo que mi estancia durante tres cursos  de 2014 a 2018, como profesor en una Universidad en Huambo, Angola, en la que trabajé  intensamente y con buenos resultados, fue una experiencia estimulante y positiva. Allí coseché muchos afectos y aprendí mucho de aquella realidad  distinta a la nuestra.

En cuanto a los peores, creo que han sido estos tres últimos años en los que se incluye la pandemia, porque he estado alejado de las aulas y apenas conozco a mis alumnos en forma presencial, aunque hayamos trabajado en plataformas interactivas, y resulta difícil evaluar motivación, efectividad e inducir con mis recursos histriónicos y recursos didácticos una mejor inmersión y amor por la arquitectura.

¿Eres el profesor y el arquitecto que quisiste ser?

En verdad, me siento muy realizado como profesor, pues serlo me ha forjado como persona, me ha enseñado a escuchar, tolerar, moderar, y me ha inducido a estudiar mucho, con gran entusiasmo, aunque creo que de haberme esforzado aún más, mis resultados fuesen mejores en cuanto a categorías docentes o representatividad oficial en la academia. Pero el reconocimiento de compañeros y alumnos me dice que no lo he hecho del todo mal, y eso creo que lo compensa.

Pero la dedicación por completo a lo docente, y sobre todo a asignaturas teóricas, tiene un precio: me alejó paulatinamente de la labor práctica y de proyecto que desarrolla habitualmente un arquitecto. Por supuesto que me hubiese gustado hacer más cosas como arquitecto, pero se trató de una cuestión de prioridades. Por suerte mi condición de profesor de Teoría Historia y Crítica de la arquitectura me ha llevado a un conocimiento diacrónico bastante profundo de esta, y ello me permite participar con asiduidad y con criterio propio en los debates y evaluaciones de mis colegas y del ámbito internacional. Otra compensación importante más que un consuelo.

Después de arquitecto…

A esta altura no me concibo haciendo otra cosa que arquitectura, tanto diseñarla, como analizar críticamente las realizaciones de los arquitectos, o enseñarla a mis alumnos. Pero muchas veces me he imaginado realizándome como pintor y escultor, y desarrollando mi pasión por la fotografía. Cuando hube de analizar opciones de carreras al terminar el preuniversitario, marqué arquitectura en primer lugar, periodismo en segundo lugar, filología en tercero, y hasta tuve tentaciones de estudiar ciencias políticas. Pero siendo arquitecto y profesor, me he realizado algo escribiendo, fotografiando, diseñando, hurgando en la historia y dando rienda suelta a mi condición de “animal político”.

¿Qué difiere entre su generación de estudiantes de Arquitectura y los actuales?

Básicamente hay muchas similitudes entre estas generaciones, por concepto de curiosidad, ganas de hacer e incertidumbres. Pero es difícil evaluar entusiasmo como se puede medir el conocimiento previo de los estudiantes. Cuando empecé en la carrera de arquitectura, no se hacían exámenes de aptitud, y la gente acudía por afinidad, por información vocacional previa, por curiosidad, hasta por que era “la carrera que tenía menos ciencias básicas”. Y de unas cuantas decenas que iniciamos, nos graduamos treinta y tantos. La formación era rigurosa y muy completa, y esa exigencia hizo desertar a muchos y suspender a otros. Por suerte yo tenía sólidos hábitos de lectura y cierta formación en artes visuales además de habilidades de representación.

Luego se comenzó a aplicar la prueba de aptitud en los años ochenta como un filtro de admisión que verdaderamente mejoró la retención escolar y la calidad del graduado. Actualmente se determinó no aplicar la prueba de aptitudes, por lo que la masa estudiantil que llega a nuestras aulas es más heterogénea y a veces con menos enfoque en las habilidades terminales de la carrera. Los hábitos de lectura y de gestión de la información han variado, y si bien hay ventajas en cuanto a accesibilidad a la información, las habilidades en computación han desplazado otras habilidades de representación y comunicación, oral y gráfica. Sin embargo, esta coyuntura tiene sus fortalezas, pues el desarrollo es imparable, y nuestros egresados se insertan con rapidez en el mercado laboral, que constantemente actualiza métodos técnicas y procedimientos de proyectos materiales, ejecución.

¿Arquitecto fotógrafo, o a la inversa?

Primero arquitecto que fotógrafo, decididamente. Llegué a la fotografía a partir de la visión que me dio la arquitectura. Así descubrí la geometría conjugada en las perspectivas, en un juego de volúmenes y luces de combinaciones infinitas y me tentó atraparla. Fotografiar la arquitectura es apasionante. Y la belleza del retrato introspectivo y la sensualidad del desnudo me llegaron antes, desde que veía a mi padre trabajar con sus modelos, y se reafirmó cuando empecé a estudiar la Historia del Arte y a impartirla a mis discípulos. De todas formas, estoy titulado en arquitectura, y en fotografía tan solo soy un entusiasta aficionado, que pretende expresarse con el lente.

Entre tantas facetas, ¿por cuál quisiera trascender?

Como soy convencido y profundamente materialista, ese concepto convencional o vulgarizado de La Gloria y de imaginar a alguien que después de muerto nos contempla complacido o reprobando nuestro desempeño desde una nubecita o algún lugar en el Parnaso, me parece poco menos que infantil. Pero sí que se puede trascender, sobre todo si las ideas, principios, y convicciones por las que se luchó, permanecen arraigadas en los contemporáneos, y llevadas a cabo por los discípulos amigos, descendientes. Si “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, en cambio la memoria colectiva es inconmensurable. Allí, en esa memoria, es en donde quisiera trascender, como un bicho humanista, como un profesor apasionado y entregado, que amaba lo que hacía y contagiaba ese amor, convicto y confeso de su profundo enamoramiento de Cuba y la cubanidad.  ¿A qué más?