No soy el tipo de persona que se sorprende con facilidad, pero mi rostro no pudo ocultar el asombro, la indignación, al ver a mi prima de siete años usando uñas postizas, de esas acrílicas que se llevan ahora. Aunque más horrorizada quedé cuando una amiga me dijo que ya había visto niñas de esa edad con el cabello teñido y pestañas postizas.

Desde hace años se ha vuelto normal  este tipo de conductas. Los niños se visten con ropa de adultos, pero de su talla, se realizan concursos de belleza infantiles. Las niñas se maquillan por hábito y usan zapatos de taco alto, porque, ¿qué tiene de malo? Solo son niños.

Según la psicología infantil no es malo que las niñas jueguen con los zapatos y ropas de sus madres; de hecho, esos juegos simbólicos los ayudan a explorar sus gustos, preferencias y habilidades para tomar decisiones. La preocupación surge cuando sobrepasa el juego y se convierte en una forma de buscar aceptación social por medio de la apariencia física que, además, no es apropiada para la edad.

Imagen sobre sexualización de la infancia

Diseño: Stephanie Rivero/Cubadebate

A la industria le resulta conveniente este salto de etapas, pues generan una amplia gama de productos destinados a las niñas y los niños, basados en los productos para adultos. Salen al mercado con una visión aparentemente moderna, que vende la idea de integrarlos a la vida de los mayores, convirtiéndolos en miniadultos. Principalmente, en la publicidad se van creando imágenes sexualizadas que imitan modelos preestablecidos y prometen un tipo de belleza, diversión, éxito y aceptación canónicos.

No solo desde la publicidad, también desde la industria de la moda, los programas infantiles, las series de televisión y hasta algunos videoclips se proyecta una imagen adulta de la infancia y se incita a las niñas a replicar la vestimenta y el estilo de sus artistas favoritas. Porque no es menos cierto que, una vez más, son las féminas quienes se llevan la peor parte.

De acuerdo con el informe Bailey (2011), «los niños, pero en especial las niñas, están siendo utilizadas y sexualizadas de un modo excesivamente precoz, innatural e insano para su desarrollo, como medio para vender y prepararlas para lo que la sociedad patriarcal espera de ellas, a través de la comercialización de diversos productos, que van desde muñecas, comida, ropa, zapatos, perfumes y joyas».

En palabras de  Angie Barboza Chaves, psicóloga educativa y psicopedagoga en su publicación Evaluación Piscoeducativa durante los primeros 6 años de vida en las niñas:

sexualización infantil

Angie Barbosa Chaves (ABCh) cuenta con 17 años de experiencia en ciencias de la Salud trabajando en psicoterapia con enfoque cognitivo conductual con niños, adolescentes y adultos. Foto: tomada del perfil de LinkedIn de ABCh.

«Estamos hablando de niñas, personas que aún no han desarrollado un sentido crítico, por lo que son altamente propensas a vestir y actuar de determinada forma, si creen que eso les otorgará validación y aceptación social. En este escenario, su autoestima y su identidad son construidas sobre la base de un estereotipo, en el que su valor está directamente relacionado a su atractivo físico».

No obstante, si se habla del sentido crítico que deberían tener las personas en edad adulta, cabe destacar el rol que juega la familia en la sexualización de la infancia. Los padres son los principales consumidores de los productos que vende la industria para apresurar los procesos de formación de las niñas y los niños. Esto se debe, esencialmente, a que no ven maldad en ellos. No reconocen el riesgo que produce querer lucir como un personaje de Disney o de cualquier serie para adolescentes.En otras palabras, ignoran el fenómeno de la hipersexualidad y las consecuencias psicológicas que pueda tener en los menores.

Asumir el aspecto de las personalidades famosas como el estándar de belleza necesario para ser aceptado puede provocar falta de bienestar mental o social e incluso ambos. La Organización Mundial de la Salud señala que al menos el 20% de los adolescentes en el mundo padecen de alguna forma de enfermedad mental, que se deriva en depresión, trastornos del estado de ánimo, abuso de sustancias, comportamientos suicidas o trastornos alimentarios.

La lucha contra una economía sustentada en productos para infantes que exaltan la sexualidad en ellos debe ser masiva pero sobre todo consciente. No sirve de mucho que se intente corregir este sistema torcido por las ganancias, si los individuos más cercanos a los infantes no perciben las magnitudes del problema ni la necesidad del cambio.

En un final, mi prima podrá quitarse las uñas postizas sin problema alguno y las niñas con cabello teñido dejarlo crecer, pero la asunción de esas prácticas como necesarias para sentirse mayores o atractivos está naturalizada en su subconciente. A fin de cuentas vivimos en una sociedad que impulsa a las personas a integrarse o morir en el olvido, y que empieza desde la famosa célula fundamental de la sociedad: la familia.