Ni por asomo se me ocurriría negar algo que desde niño oí decir: «los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres». Tampoco, desde luego, osaría poner en duda la huella que los padres podemos dejar en nuestros hijos para todo tiempo futuro. ¡Me consta!
Ese aparente “dilema” tuve el privilegio de disfrutar recientemente, en silencio, mientras observaba a muchachas y muchachos que el país forma como profesionales en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV).
«Es que han transcurrido más de 40 años desde que inicié estudios en Universidad de La Habana y, al mirarlos, me parece estar viviendo en este instante aquellos inolvidables días» –le comenté a mi compañera de vida al concluir el primero de una serie de encuentros, en el contexto del Doctorado que ella ha iniciado en ese prestigioso centro de Educación Superior.
No me sorprendió que, aun habiendo egresado más de una década después que yo, también ella experimentase una sensación tan similar que, casi interrumpiendo mi observación, añadió: «Eso mismo he sentido yo al mirarlos».
El asunto, debo decirlo, se torna alentadoramente curioso. En primer lugar, coincidiremos en que el contexto social y económico de hoy no es, digamos, el de los años 80 del pasado siglo.
Con perdón de quienes opinen distinto, pienso que aquellos momentos estaban mucho más marcados por una disciplina social, sentido del deber, apego al estudio y al trabajo, respeto y otros valores, de los cuales, como siempre, la juventud fue abanderada.
No había tantas diferencias en el seno de la sociedad; usted podía llevar durante los cinco años de estudio el tejido más común, el calzado más humilde y satisfacer sus necesidades principales con el modesto estipendio estudiantil. Había, como ahora, bombardeo ideológico enemigo sobre la juventud y dinero Made in USA para subvertir, pero también una solidez tremenda, más homogénea, que tornaba el panorama menos tenso, más favorable.
Si aceptamos verdades filosóficas incuestionables, como que el hombre (persona, individuo) es un ser social (sujeto a relaciones e influencias muy concretas del medio que le rodea) y que, además, piensa como vive, entonces tendríamos que suponer o admitir como posible, también dentro del entorno universitario, formas bien dispares de vestir, de presumir, de expresarse e incluso de comportarse, más derivadas de un poder adquisitivo que ya no guarda la similitud familiar de décadas atrás e incluso permeadas por manifestaciones de vulgaridad y mal gusto que necrosa determinados tejidos de la sociedad.
¡Y nada de eso! Estos muchachos que sigo teniendo a punta de pupila, visten con el desenfado y la humildad de quienes les dieron vida; ajenos, en sentido general, a la banalidad que tanto tiempo y valor les roban a quienes bracean entre marcas, gritos formales de última moda y otras superficialidades.
Los jóvenes, que volveré a ver durante seis semanas continuas, bajan del ómnibus urbano que logran capturar y se dirigen hacia el aula, con paso lento, entre sonrisas y anécdotas o se acomodan en los peldaños de una escalera, o en las raíces que a modo de asiento ofrece un enorme árbol para intercambiar conocimientos, imágenes y contenidos, con el celular, la laptop o la libreta en mano… para ganarle la partida al seminario que se les viene encima.
Son los mismos que se adueñan de una silla en la biblioteca y permanecen horas destilando la hermosísima sensación de encontrarse en la misma casa donde papá, mamá y los abuelos les enseñaron, desde muy pequeños, a hablar en voz baja, a no decir palabras obscenas, a respetar a los adultos.
Por eso cuando, muy ocasionalmente, se les acerca Manuel Rodríguez Calderón (no tan mayor en edad), trabajador de ese lugar y les hace algún gesto «para que bajen el volumen un tin», no hay una sola expresión de rechazo, desacuerdo o irreverencia.
Porque, además, son exactamente los mismos que echan números para comprar un pan con croqueta, algo líquido y si ese día no pueden: igual le dan los buenos días o saludan con un afectuoso «hola tío» a Luis Pedroso Orozco, encargado de tener y mantener bien limpias las áreas verdes.
Debiera usted verlos; vista hace fe, ¿verdad?, y constatar el sosiego que, a toda hora, transpiran las instalaciones docentes y otros espacios; sosiego y sano ambiente que mantendrá mañana a Yonathan García (primer año de Ingeniería Automática) o a Neilán Vera (de Periodismo) tan entrañablemente apegados a su universidad como 35 años después lo sigue estando Claribel Basulto Montejo: una avileña que egresó de Filología allí mismo, arropada con la humildad de aquel tiempo, hablando bajito, pidiendo permiso, ofreciendo disculpas, diciendo Usted… y no ha dejado de hacerlo.
*Tomado de Bohemia.
Por: Pastor Batista