José María de Heredia nació en Santiago de Cuba, un 31 de diciembre de 1803 y murió en la Ciudad de México el 7 de mayo de l839, hace hoy 185 años. Al morir contaba solo 36 años.

Su nacimiento en Santiago de Cuba fue casi totalmente casual. Sus padres y otras muchas familias dominicanas buscaron refugio en esta ciudad al producirse una invasión de tropas haitianas a la parte española de la isla de Santo Domingo en 1801. Esta circunstancia fortuita irá ganando, con el paso de los años para el poeta y para nuestra literatura, el sentido de un destino. En sus versos habrá de aludir con orgullo a su nacimiento en Cuba.

Ya en enero del 1806 dejan la ciudad y se dirigen a Pensacola, en la Florida, donde su padre, José Francisco va a desempeñar un cargo dentro del aparato judicial de España en este territorio. La condición  de funcionario gubernamental los lleva a un constante movimiento que abarca México y todo el arco de Las Antillas hasta Venezuela, y no solo por cuestiones judiciales, sino porque ya desde 1810 el continente se agita en la insurgencia independentista y esto obliga a movimientos de emergencia. Pocos años pudo estar Heredia en la isla de Cuba, pero estuvo en los años juveniles, intensos, de sus estudios universitarios que se desarrollaron entre 1818 y 1822. En ese tiempo luminoso hizo amistades, amó, escribió poesías, dramas, artículos, se recibió de abogado y conspiró a favor de a independencia de la isla de Cuba.

En octubre de 1823 es denunciado; en noviembre se da orden de arresto acusado de pertenecer a la conspiración conocida como Rayos y Soles de Bolívar; en ese mes la joven Josefa Arango, conocida como Pepilla Arango, la muy famosa «Emilia» de la célebre oda, lo oculta en su casa, en Matanzas y a finales de ese mismo mes, logra escapar de la isla en un barco que lo lleva hasta Boston, donde desembarca el 4 de diciembre. Se abre así, su condición de desterrado, que tanta importancia tendría en su creación poética.

En Cuba, en 1822, escribe la primera de sus composiciones líricas revolucionarias, «La estrella de Cuba»; pero toda la extensa producción poética posterior está hondamente marcada por la mirada de rebeldía y dolor del desterrado. Su poesía, se ha dicho, describe a Cuba desde el destierro, que es a la vez una distancia física y emocional. Una de sus composiciones más conocidas se titula «Himno del desterrado».

El crítico Cintio Vitier ha afirmado en su hermoso libro Lo cubano en la poesía que José María  Heredia es «nuestro primer poeta cabal». Esto quiere decir que antes que Heredia no hay una voz que exprese de modo total e indudable lo cubano original y ya suficientemente alcanzado. En otras palabras, sigue afirmado Vitier, que Heredia es «el primer lírico de la patria, el primer vivificador poético de la nación como necesidad del alma.»

Martí lo coloca en una dimensión de mayor magnitud. Dice el Apóstol: «Olmedo, que cantó a Bolívar mejor que Heredia, no es el primer poeta americano. El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas.»

Heredia fue el primer poeta romántico de la lengua española. Fue un adelantado en darle imagen al sentimiento de lo cubano, que él representa ya configurado con total independencia. Creó una imagen simbólica, determinante, imperecedera, al describir nuestra naturaleza y fijar sus elementos como símbolos de hondos contenidos amorosos, patrióticos, sociales, existenciales y filosóficos.

Crea lo que Vitier ha decidido distinguir con el nombre de «paisaje», que es la representación de nuestro entorno natural cargado de emotividad, sentimientos, fuerza interior. Así nuestro paisaje obtiene el emblema trascendente de la palma, creado por él, y el cielo azul y «desnublado», las brisas perfumadas, el rumor de la vegetación, la estrella brillante de Venus, y en definitiva, la estrella solitaria, y toda esta vida natural en movimiento, poblada por las familias, los amigos, los afectos.

Heredia murió en el destierro. Mucho sufrió, mucho le lastimó en sus ideales, solo pudo volver a Cuba antes de morir a un alto costo moral. Tres meses, para ver a su madre enferma, y él mismo a punto de morir. Martí da la imagen apretada de este final: Dice: «muerto al fin de frío de alma, en brazos de amigos extranjeros, sedientos los labios, despedazado el corazón, bañado de lágrimas el rostro, tendiendo en vano los brazos a la patria[…] ¡Mucho han de perdonar los que en ella pueden vivir a los que saben morir sin ella!»

El cementerio en el que fue enterrado el poeta fue cerrado y los restos se trasladaron a otro cementerio donde los echaron a una fosa común y ahí se perdieron. Pero tenemos la historia de su vida, nos dejó su obra. Imperecedera, grande en verdad.


Contribución del Dr. C. Arnaldo L. Toledo Chuchundegui, profesor de la Facultad de Humanidades