El buen martiano tiene, justamente, la tarea de desbaratar su piedra bruta, de educarse y de quitar de sí, a la luz de las enseñanzas del Apóstol, sus partes más toscas y torpes en el camino del buen hacer. Tiene, pues, el deber de pulir esos cantos, pasarlos a lascas con la lectura asidua, que se necesita para redescubrir en Martí esos espacios internos muy profundos que han de hallarse; esos que nos llevan a revoluciones y generan los grandes cambios externos.

Tanto la prosa como la lírica de José Martí evocan significados concomitantes en sentido y forma. Su estudio, lejos de constituir una disciplina serena, se enfrasca en la profundización de una poética trascendente: difícil de apreciar en todo su esplendor y aún más difícil de comprender en la amplia magnitud de su estilo y significados. Para dilucidar aspectos esenciales en el estudio de la obra del Apóstol, la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV) conversó con la Dr. C. Ana Iris Díaz Martínez, presidenta de la Cátedra Martiana de esta casa de altos estudios.

Definitivamente, José Martí es uno de los más grandes autores en idioma español, conocido por su incursión tanto en la poética, el ensayo, la narrativa, el periodismo, etc. ¿Qué rasgos podrían señalarse como comunes en el hacer literario del Apóstol?

Son varios los estudiosos y exégetas de la obra martiana que han incursionado en la caracterización de la misma; sin embargo, no puede negarse lo engorroso de la tarea, puesto que encontrar similitudes en su vastedad textual es un verdadero desafío hasta para sus más consagrados y acuciosos investigadores. Juan Marinello, uno de nuestros más notables intelectuales del pasado siglo nos dejó, en sus Ensayos Martianos, una valiosa síntesis que me gustaría compartir con nuestra comunidad lectora:

Miguel de Unamuno le descubrió a Martí el aliento impar, el desembarazo soberano, la vital elocuencia; Rubén Darío «el vigor general de escritor único»; Juan Ramón Jiménez, la llama íntima y universal, que lo alumbraba por encima y más allá de los modernistas; Gabriela Mistral, la condición arcangélica en que residen su ternura y su fuerza; Alfonso Reyes, las dotes soberanas, capaces de ganar nuevas conquistas para la lengua; Pedro Henríquez Ureña, el milagroso estilo; Federico de Onís, el ímpetu hercúleo, superador de épocas y escuelas.

Estatua de José Martí en Parque Central de La Habana

En esta síntesis que propone Marinello se perciben algunos de los rasgos que transversalizan la escritura martiana, entre los que destacamos:

  • La singular elocuencia que transmiten sus textos. Como diría Marinello: «Martí fue un grafómano, es decir, un hombre movido de dramática impaciencia por dejar en el papel cuanto le inquietaba […] ya se sabe que todo Martí es una pelea entre la misión y el oficio» (p. 82). De ahí la alta diversidad y alcance de sus textos en los que, a pesar de sus objetivos y contenidos, «se vislumbran los caminos propios, virtuosos, rebosantes de encuentros deleitables, que buscan y conducen al escritor» (p. 81).
  • También ha señalado ya Marinello la originalidad como cuestión que singulariza la letra martiana, y a propósito de ello, explica: «Martí es grande y singular como escritor porque en su obra ofrece, en lo válido y esencial, un caudal de logros estilísticos, de maneras limpiamente originales, de tonos intransferibles, que son conductores de un pensamiento poderoso y de un permanente propósito de justicia y generosidad».
  • Su obra toda es una verdadera celebración del lenguaje, ofrece el Maestro «el espectáculo de señorear la lengua como instrumento dócil a sus ímpetus, objetivos y propósitos. Pero ocurre que la lengua recobra a su vez, bajo sus manos, como una vida autónoma, como clamorosa hazaña independiente» (p. 128). Dentro de ello, es común «el fiero y desembarazado españolismo de sus giros» (p. 129).
  • Sus textos son una convergencia de saberes diversos que el escritor hace suyos y va integrando a su gusto, buscando nuevos sentidos y caminos propios, al decir de Marinello.
  • La presencia de una ética humanista.
  • La perenne vocación de libertad estética que implicara la transgresión de fronteras genéricas, la incorporación de tonos ensayísticos en su obra ficcional y de manera particular, lo aforístico, sentencioso.
  • «La entrañable vinculación de escritura y vida», como asegura Fina García Marruz en su memorable ensayo: El escritor.

¿Cuáles son las principales influencias literarias que pueden señalarse al estudiar la lírica martiana?

La problemática de las influencias literarias en Martí quedó, desde mi punto de vista, marcado por las consideraciones de Gabriela Mistral, al subrayar la fertilidad del paso martiano por España. Para la chilena, en España, Martí: «[…] Mascó y comió del tuétano de buey de los clásicos; nadie puede decirle lo que a otros modernos que se quedase sin este alimento formador de la entraña: conoció griegos y romanos […] fue el buen lector que pasa por los sesenta rodillos de la colección Rivadeneira, sin saltarse ninguno, solo que pasa entero, sin ser molido y vuelto papilla por ellos».

La cuestión de las influencias literarias en el caso de José Martí es compleja y controversial. Lo es más cuando pensamos en las influencias de su producción lírica, puesto que, como observó con mucha claridad Fina García: «Más que estudiar la influencia de literatos españoles o franceses en la obra de Martí, cuyo influjo no es cuerdo negar, nos parezca más coherente con toda su doctrina literaria y su fidelidad a la vida, con preferencia a todo molde caduco o sin raíz propia, la influencia de la vida misma española, americana o francesa que le tocó vivir» (p. 199).

Por su parte,  Cintio Vitier  observa que algunos han señalado en el estilo martiano la huella de Santa Teresa y de Gracián. Sin embargo, precisa el estudioso que Martí se mueve en la misma contradicción  entre la largueza de la lengua y la artesanía de la escritura, «la misma contradicción que hay entre santa Teresa y Gracián, y allí se sitúa precisamente el estilo de Martí» (Lo cubano en la poesía, p. 232).

También menciona Vitier las influencias de San Juan de la Cruz y cierra esta cuestión de las influencias hispánicas de una manera muy rotunda, al expresar que: «En realidad, Martí nos recuerda, alternativamente, por uno u otro motivo, o bien de modo penetrante y difuso a todos los clásicos españoles. La razón está, sencillamente, en que él es uno de ellos» (Lo cubano en la poesía, p. 234).

Refiriéndose a sus tres núcleos poéticos, Vitier observa en Ismaelillo (1881) la imposibilidad de verificar influencias concretas, pues, «en rigor, no las hay». En los Versos libres (1878-1882) y en Flores del destierro observa Vitier la influencia del verso blanco de Unamuno; sin embargo, precisa que «lo español y lo unamunesco en esta zona de la literatura martiana consiste en la singularidad, la imparidad, la irrupción de la forma y en sentido de batalla, la agonía espiritual […]» (Lo cubano en la poesía, p. 237). También se reconoce por parte de Vitier la presencia de Bécquer en el tono popular de los Versos sencillos. Resume Vitier sus consideraciones sobre las influencias españolas y americanas en su poesía:

«De raíz española son su barroquismo y su estoicismo; pero de fronda y fruto, respectivamente americanos. Barroquismo sensual, plástico, abierto, ávido, doloroso; estoicismo doloroso que no excluye, antes bien arde en la ternura. Y de estirpe continental […] el deslumbramiento de imágenes solares, el culto a la naturaleza como fuente de la ley moral y de la norma estética, la poesía de lo simultáneo en la ciudad misma americana, el yo anónimo y popular a que llega en la madurez» (p. 253).

Charla sobre José Martí

La presencia de una tradición poética nacional anterior es reconocida por Vitier en la obra poética martiana, considerada por el origenista como integradora, enraizadora, fundacional. Menciona los nombres de José María Heredia, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), José Jacinto Milanés, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, Juan Clemente Zenea, Julián del Casal, nombres estos que, según Vitier: «rematan de pronto, como un rayo solar que se descerraja entero, en el realísimo, encarnado y categórico nombre de José Martí».

No es posible obviar, en estas consideraciones la opinión del propio Martí, al reconocer influencias clásicas de innegable raigambre humanista: «Vivimos, los que hablamos lengua castellana, llenos todos de Horacio y de   Virgilio, y parece que las fronteras de nuestro espíritu son las de nuestro lenguaje» (Oscar Wilde, Ensayos sobre arte y literatura, 1972, p. 76).

¿Puede encasillarse a José Martí en un movimiento literario concreto o su obra poética tiende más al eclecticismo de estilo y lenguaje?

Son varios los estudiosos que se han detenido en el análisis del caso literario de José Martí, como acertadamente le denominara Juan Marinello a este afán por descifrar en la literatura martiana una determinada filiación estética en su numerosa e intensa textualidad. Señaló el estudioso: «ya se sabe que la manera elocuente y entusiasta de la expresión martiense y sobre la indisputable raigambre romántica de su pensamiento y de su vida […]» (p. 86).

Manuel Pedro González, uno de los más consagrados estudiosos de la literatura martiana se refirió, en sus Indagaciones Martianas, al escritor cubano como un practicante consciente e iniciador del Modernismo literario hispanoamericano, y observa: «Ningún modernista -ni siquiera Darío- nos legó una teoría literaria tan constante y tan afín a la estética modernista, ni tan copiosamente documentada como Martí». A su vez, identifica en Caracas la cuna de la prosa modernista, contexto en el que Martí (1881) concibiera su Revista Venezolana, y en ella, sus ensayos dedicados a don Miguel Peña y Cecilio Acosta, de trascendencia renovadora tanto por su estilo como por sus ideas, y también incluye el editorial con que inicia el segundo número de esta revista.

Esta autodefensa es una proclama o manifiesto literario en que se aboga por una total renovación  de las formas y del estilo de la lengua española: «(…) Martí no se limita a teorizar sobre lo que debe ser el nuevo estilo, sino que  empieza por predicar con el ejemplo, escribiendo en una prosa rica de color y de ritmo, inusitadamente poética por la abundancia de símbolos y metáforas, imágenes y símiles que emplea, prosa sinfónica, como la denominó Rubén Darío».

El estudioso  de la estética martiana Hans-Otto Dill destaca la presencia en la literatura martiana de una estética realista, a propósito de la cual, puntualiza: «Es sobre todo debido a este engagement, a este compromiso político, que su estética es, básicamente, una estética realista: la prioridad de la vida política supone, en efecto, aunque no la condicione, una actitud que considere a la literatura reflejo de la realidad» (El ideario estético y literario de José Martí, p. 170). Toda esta diversidad de miras confirma que la originalidad martiana rebasa cualquier intento de clasificación.

José Martí, al día de hoy, sigue siendo un autor de referencia para el estudio de la poética latinoamericana sobre la independencia, la identidad y el sentido de la belleza estética de lo natural. ¿En qué obras y de qué forma el Apóstol ha abordado estos temas?

Si nos detenemos en la diversidad y extensión de la obra martiana, debemos aceptar que toda ella tributa a estas importantes líneas temáticas, por lo tanto, haré una síntesis de los textos que para mí continúan siendo un referente para el estudio de estos grandes temas.

La Edad de Oro, por José Martí

El tema de la independencia inaugura la escritura martiana, desde sus textos iniciales: Poema 10 de Octubre (1869), Abdala (1869), El Presidio Político en Cuba (1871), parte del periodismo desarrollado en la Revista Universal de México (1875-76), tanto en la sección Boletín, como en textos de crítica de arte, producidos en México y Guatemala, básicamente, en los que los problemas de la independencia y el anticolonialismo son recurrentes. Luego en Cuba (1879) surgen muy enérgicos textos producidos al calor de la vida cultural que generara el Liceo de Guanabacoa, espacio en el que pronunció encendidos discursos como: Alfredo Torroella, Brindis en el banquete celebrado en honor de Adolfo Márquez Sterling.

También debe incorporarse a este listado los discursos martianos producidos en Nueva York, encabezados por la conocida lectura en Steek Hall (1880) y le siguen otros que durante años pronunciara el Apóstol los días 10 de octubre a solicitud de los clubes revolucionarios fundados. De especial significación en este orden, considero vitales los textos: «Nuestra América», «La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América», «Con todos y para el bien de todos» y «Los Pinos Nuevos» y «Vindicación de Cuba», producidos durante el periodo de máxima radicalización del pensamiento revolucionario martiano.

A esto debe sumarse una parte considerable de su epistolario en el que se abordan ideas de alta importancia en cuanto a la idea de la independencia. El elemento unificador de todos estos textos es la originalidad martiana en torno a la independencia política de las naciones latinoamericanas y cubanas.

El problema de la identidad cultural es trabajado por el Apóstol también en diversos textos y contextos. Recomiendo algunos de ellos por considerarlos todavía muy pertinentes y actuales en el contexto cultural cubano y continental. En primer término, los textos de crítica de arte producidos por Martí en México (1875-76). De ellos destaco los dedicados al violinista matancero José White, a las poetisas cubanas Luisa Pérez de Zambrana, Gertrudis Gómez de Avellaneda y a la chilena Carolina Freire, bajo el título: Poetisas americanas.

De modo significativo, considero un paradigma  para el estudio de la identidad latinoamericana en Martí el texto: Los códigos nuevos (Guatemala, 1877). Los textos comprendidos en los dos números de la Revista Venezolana (1881). Por otra parte, los textos dedicados al poeta cubano José María Heredia (1889), Julián del Casal (Patria, 1893), Los poetas de la guerra (Patria, 1893), Joaquín Tejada (Patria, 1894). No pueden faltar tan grandes escrituras como “Nuestra América”, “Madre América”, “Vindicación de Cuba”.

La belleza estética de lo natural está en varios de los momentos de la obra martiana. Sin embargo, considero que son sus Versos sencillos los que con una mayor claridad y sencillez expresiva evidencian una voluntad estética encaminada a reforzar la belleza de lo natural.

Si bien se recuerda al Apóstol por el inmenso cúmulo de su obra poética, periodística, de ensayo y epistolar, también incursionó en la narrativa y la novelística (campos poco estudiados) ¿Acaso esta diferencia se debe a un divorcio estilístico en la obra conocida del Apóstol con sus incursiones, por ejemplo, en la novela de su autoría?

Ciertamente, el segmento de la literatura artística martiana menos cultivado fue la narrativa, donde cuentan narraciones infantiles, relatos y literatura de campaña, además de su única novela: Lucía Jerez o Amistad Funesta (1885). Esta es una novela escrita por Martí a solicitud de Adelaida Baralt, en cuyo proceso de escritura, el Maestro debió acogerse a las solicitudes del editor: «debe haber mucho amor, alguna muerte, pasión pecaminosa, y nada que no fuese del mayor agrado de los padres de familia y de los señores sacerdotes. Y había de ser hispanoamericana».

En la carta de presentación de esta novela, escrita por el propio Martí, esta pieza queda marcada negativamente por su propio autor:

«Quien ha escrito esta noveluca, jamás había escrito otra antes, lo que de sobra conocerá el lector sin necesidad de este proemio, ni escribirá probablemente otra después. En una hora de desocupación, le tentó una oferta de esta clase de trabajo […] Se publica este libro porque así lo desean los que no lo han leído. El autor, avergonzado, pide excusa […]» (Lucía Jerez y otras narraciones, ed. Arte y literatura, La Habana, 1975, p. 20).

Más adelante, continúa Martí: «[…] sepan que el autor piensa muy mal de él, lo cree inútil, y lo lleva sobre sí como una grandísima culpa» (p. 20). Desde mi punto de vista, el hecho de ser el propio autor un detractor de su obra, limita las motivaciones para la lectura de la novela y para el desarrollo de los ejercicios crítico e investigativo de la misma. No responde a un divorcio estilístico con el resto de su obra esta novela, pues estamos ante una pieza en la que es perceptible el estilo martiano.

Analizando el uso de recursos estilísticos, la temática y las referencias a lo autóctono latinoamericano en la obra poética y en prosa del Apóstol, ¿pudiera decirse que José Martí constituye, de hecho, un exponente pretérito de lo que posteriormente fue el movimiento del realismo mágico y de lo real maravilloso americano de Carpentier? ¿Por qué?

El estudioso berlinés, Hans-Otto Dill, en su libro El ideario literario y estético de José Martí (Premio Casa de las Américas, 1975) incluye un artículo a propósito de este interesante tema, en el que fundamenta la presencia en la obra martiana de elementos de lo que posteriormente se le denominara lo real maravilloso americano.

Explica el académico que en un continente como el nuestro, donde «todo se mezcla: las razas, las tradiciones, las costumbres, las mentalidades, es en verdad un continente maravilloso» (p. 89). Y la representación artística de este universo mestizo, contradictorio y abigarrado no le fue ajena a Martí, capaz de explicitar los avatares culturales manifiestos entre lo viejo y lo nuevo, lo arcaico y lo moderno, lo feudal y lo capitalista, contrastes que le fascinaron sobremanera y quedaron expresados en varios de sus textos.

En el texto: El hombre antiguo de América y sus artes primitivas, el escritor expresa:

«Pues hoy mismo, en que andan las locomotoras por el aire, y como las gotas de una copa de tequila lanzada a lo alto, se quiebra en átomos invisibles una roca que estorba a los hombres –hoy mismo, ¿no se trabajan sílices, se clavan pedruscos, se adoran ídolos, se escriben pictógrafos, se hacen estatuas de los sacerdotes del sol entre las tribus bárbaras?- No por fajas o zonas implacables, no como mera emanación andante de un estado de la tierra, no como flor de geología, pese a cuanto pese, se ha ido desenvolviendo el espíritu humano.

»Los hombres que están naciendo ahora en las selvas, en medio de esta avanzada condición geológica, luchan con los animales, viven de la caza y de la pesca, se cuelgan al cuello rosarios de guijas, trabajan la piedra, el asta y el hueso, andan desnudos y con el cabello hirsuto, como el cazador de Laugerie Basse, como los elegantes guerreros de los monumentos iberos, como el salvaje inglorioso de los cabos africanos, como los hombre todos de su época primitiva» (OC, t. VIII, p. 333).

En este cuadro cultural, típico de América Latina, Martí enumera las contradicciones propias de dicho contexto: la contradicción entre los objetos e instrumentos civilizatorios como la locomotora y la dinamita y los medios de producción arcaicos y precapitalistas, como sílices y preduscos, piedras, astas y huesos trabajados. Ello también involucra a los tipos de sujetos latinoamericanos involucrados: por una parte, los artífices de las novedades civilizatorias y por otra, las más conservadoras y tradicionales subjetividades.

Esta descripción martiana recuerda conflictos centrales empleados por autores como Alejo Carpentier, cuyo narrador de su novela: Los pasos perdidos observa que: «Bajo el avión que gira y regresa, huyen, aterrorizados, los hombres del neolítico» (p. 254).

Por otra parte, se encuentra en la letra martiana el mismo vocablo «maravilloso» para designar estas realidades latinoamericanas:

«¿Cómo no, en estos lugares de imponderables maravillas, donde en el hondo valle el labrador siega la caña, sobre el valle honde extiéndanse las nubes, revueltísimos senos de colores, y sobre el cielo de iris y violeta, cruza, como yo he cruzado, vibrante, triunfador, altivo, audaz ferrocarril?» (OC, t. VII, p. 174).

Para referirse a América Latina observa que el continente tiene «historias de maravillas increíbles, de misteriosas fugas, de mágicos rescates» (OC, t. VII, p. 175).

Observa Hans Otto Dill que desde Martí, «este aspecto maravilloso, mágico, mítico en su contraste con lo científico, moderno, lo que Martí no encuentra en la literatura latinoamericana contemporánea, y lo que le hace, a su juicio, falta. Martí quiere que una literatura verdaderamente latinoamericana refleje este aspecto importantísimo de su realidad social y mental» (1975: 88).

A su criterio, ¿qué obra o conjunto de ellas en la poética martiana se ha infravalorado con respecto al resto y que merece un estudio más profundo por la originalidad, trascendencia o sentido de lo artístico-literario que la conforma?

Los cuadernos de apuntes de José Martí son un capital por descubrir todavía. Este es un cuerpo de textos escritos ocasionalmente por Martí en el que aparecen formas breves de su pensamiento más diverso. Sin embargo, vale la pena un acercamiento consciente porque aquí hay un potencial cultural por identificar y estudiar.

Los apuntes martianos quedaron en libretas y cuadernos y en hojas sueltas, los cuales se reunieron para conformar sus cuadernos de apuntes, en el tomo 21 de sus obras completas. Según la investigadora Carmen Suárez León, quien tuvo a su cargo la edición crítica de este segmento importante de la obra martiana, organizar estos apuntes de tan diversos temas, que constituían una masa «enorme y deshilvanada, pues de una anotación saltaba a otra, y luego a otra, arrojando así un carácter fragmentario».

De «intrincado mapa de apuntes de los más diversos pelaje» califica Suárez León esta colección. Contiene apuntes de carácter muy personal, anécdotas vividas o escuchadas, relación de direcciones o de libros por comprar o esbozos de ideas que se compartirán en un ensayo, citas, borradores de cartas o crónicas, esbozos de obras dramáticas, proyectos editoriales, citas, etc. Por lo que, con el examen de los apuntes martianos accedemos a antecedentes de su obra, pero también, si seguimos determinados hilos conductores, encontramos generalidades de su pensamiento estético, político, filosófico, y es posible estudiar, además, la diversidad genérica presente en los cuadernos.

Los cuadernos de apuntes son considerados por los editores de la edición crítica como un verdadero laboratorio de las prácticas antetextuales martianas, como es el caso de los textos previos al poemario Ismaelillo, aunque ocurre similar proceso con los textos incluidos en Versos Libres, crónicas, etc.

Esta zona de la obra martiana, observa una de sus editoras, tiene una seducción irresistible para aquellos que «adoran lo fragmentario, discontinuo, se apasionan por los márgenes, en su afán por desmontar el culto desequilibrado por lo que se acuña como obra maestra, a favor de cuerpos textuales que todos subestiman».

Observa Suárez León que la importancia de los cuadernos de apuntes contienen algo más que acompañamiento, memorándum o agenda, son un espacio creativo donde el Apóstol modela su pensamiento, «espacio de autofiguración y creación de mundos”.


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