Los biógrafos escriben vidas. Los novelistas también. Sin embargo, entre la obra de un biógrafo profesional y la de un novelista pueden existir distancias considerables. Para el primero, el rigor académico y la búsqueda y contrastación de fuentes devienen esenciales. Al segundo le son lícitos la recreación de ambientes, la palabra que no fue pero pudo haber sido, o la anécdota representativa –que no necesariamente real– del carácter.
Es esa última perspectiva, que permite al escritor moverse entre la realidad y la ficción, entre el hecho objetivo y la creación, la que prevalece a lo largo de Mitología de Martí (Renacimiento, 1929). Del cubano Alfonso Hernández-Catá (1885-1940), el libro engrosa la lista de las numerosas biografías que ha inspirado la vida del Apóstol. Sin embargo, como se anuncia desde su título, el lector no encontrará allí al Martí real.
Y es que Mitología… no constituye una reconstrucción al estilo tradicional de la vida del héroe, donde sucesos, personas y fechas se entremezclarían para conformar una cronología lineal. Al contrario, la historia se elabora a partir de anacronismos deliberados. En este sentido el texto es muy creativo, pues el autor ingenia conversaciones, teje escenas a partir del testimonio fotográfico, e incluye capítulos atemporales donde prima un lenguaje analítico e, incluso, cuentístico.
Según el escritor mexicano Carlos Fuentes, «el que recuerda, imagina; el que imagina, recuerda», e imaginación es mucho de lo que está escrito en las más de cuatrocientas páginas que conforman el volumen. ¿Imaginación? La palabra es al mismo tiempo pueril y excesiva, porque si bien no pueden atribuirse a Martí muchas de las frases que recoge Mitología…, tampoco la razón ha de nublar esta otra verdad: él estuvo y está en todo cuanto sea justo, bueno y bello.
Así, esta ¿biografía? se diferencia de muchas de sus contemporáneas: no tiene el rigor de Martí, el Apóstol (1933); ni la riqueza de datos de Martí, místico del deber (1940) –aunque comparte con esta la idea de superhumanidad del héroe–, ni el destaque de los aspectos políticos que sí posee Martí, ciudadano de América (1965)[1]. No obstante, existe un elemento común a cada acercamiento biográfico: la pasión martiana de sus autores, el deslumbramiento ante quien consideraban ser excepcional.
Pero, aun cuando Hernández-Catá declara que con su libro intenta «una resurrección no ajustada a datos concretos», no son justificables los errores de apreciación que comete. Afirmar, por ejemplo, que «mientras [Martí] esté en España fuerza le es, por digno silencio que no por cobarde mimetismo, pasar inadvertido a la España errónea», más que inexacto, resulta desacertado.
Basta recordar la publicación de su folleto El presidio Político en Cuba, concebido «para denunciar, en el corazón de la Metrópoli, las bestialidades del presidio impuesto a los cubanos independentistas»[2]; o aquella polémica que desde las páginas de El Jurado Federal sostuvo con el diario madrileño La Prensa, hostil a la independencia de Cuba.
En lo tocante a su vida en los Estados Unidos, el autor –a diferencia de algún que otro biógrafo– asume una postura objetiva: nos habla de un Martí extasiado pero crítico ante la libertad ejercida por el pueblo norteño, así como su fuerza y laboriosidad; y, a la vez, recuerda su vigilia ante «los hechos de entraña política y los susceptibles de anunciar las derivaciones que el alma norteamericana tomaba a impulsos de su emporio»[3].
Pero donde no estamos de acuerdo con Hernández-Catá es en ver en la vida estadounidense de Martí –o en cualquier otro momento de su existencia– una actitud de espera pasiva, ni siquiera en lo referente a su temor a los personalismos y ambiciones que podrían aflorar en la sociedad futura. No por gusto aspiraba a crear en el corazón de la guerra el alma de la república.
Con todo, Mitología… es una obra bella y diferente, por lo cual para nada desechable. Su lectura complementa la imagen de José Martí y enriquece la espiritualidad que generaciones pasadas han legado a los actuales estudiosos y apasionados con la vida y la obra del Apóstol. En definitiva, ¿no fue él quien dijo que para rendir tributo ninguna voz es débil?
[1] Martí, ciudadano de América (1965), de Carlos Márquez-Sterling, tuvo una primera versión en 1942, titulada Martí, Maestro y Apóstol.
[2] Toledo Sande, L. (2012). Cesto de llamas. La Habana: Ciencias Sociales; p. 44.
[3] Hernández-Catá, A. (1929). Mitología de Martí. Madrid, España: Renacimiento; p. 282.